Trata de cerrar la mente, como si ello fuera coger una llave, ponerla en el cerrojo y punto; sin embargo, los sonidos en aletazos de los monitores de la terapia siguen encajados en la cabeza de la doctora Anay. Nancy, su madre, lo sospecha desde el cuarto contiguo y, como la noche anterior, vuelve a la cama de la joven. Le pasa la mano por la cabeza sin prisa, y los sonidos se van de a poco; pero se van.
Solo, entonces, ve en sueños a Osmany, el hijo mayor, sobre el ring intentando derribar al contrario en una olimpiada; aunque, en honor a la verdad, la especialista en Medicina Intensiva y Emergencias del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, de Sancti Spíritus, no asimiló de buena gana, al principio, que matriculara en boxeo en la EIDE Lino Salabarría.
Al final, Anay Pérez de Ordaz Alvarez consintió la sana terquedad del muchacho; a fin de cuentas, ¿de quién la habrá heredado?, si ella, junto a sus colegas, persiste en darle pelea a la covid, que quiebra vidas como si estas fueran finos cristales. “Uno no se acostumbra a la muerte”, subraya.
Ante la previsible interrogante, lo ilustra. Al paciente le decían El Flaco de Fomento; pese a que no le faltaban libras en aquel cuerpo cuyos pies casi rebasaban su cama en terapia. Le diagnosticaron una hipoxemia feliz; calificativo que puede confundir a quien no haya puesto un pie en un aula de Medicina y, como usted quizás se encuentre en este último caso, se lo deletreamos: se trataba de una persona con baja saturación de oxígeno sanguíneo, que, contradictoriamente, no presentaba dificultad para respirar. La verdad la delataba aquella radiografía blanca, blanca, blanca, repite Anay para reforzar la idea de que el hombre de 33 años tenía los ojos abiertos de casualidad.
—Te vamos a poner un tubito por la boca y, cuando despiertes, vas a estar sin este.
Se lo alertó con la llaneza y las palabras justas, propias de los consagrados; si bien la joven, de 40 años, llevaba apenas seis como egresada de la carrera. No había otra alternativa que apelar a un coma inducido. Anay lo acopló y le “trabajó” —ese es el verbo y no otro— la ventilación mecánica artificial, como el hermano que no tuvo. “Cuando el PCR le dio negativo —recuerda—, se lo entregué a mis profesores de Terapia Intensiva”.
—Anay, tranquila, este sí se salva, la alentó el doctor Yilier Ramírez, luego de examinar con detenimiento la radiografía.
Y recordó a su “tutor de toda la vida”, el doctor Ángel Calderón Chongo, hoy en Jamaica, y al doctor Vladimir Herrera, en Islas Seychelles, “también muy riguroso”.
Justamente, cuando ella se desempeñaba como enfermera en Terapia Intensiva —profesión que ejerció durante 12 años—, más de un doctor de allí —por el ojo clínico que le asiste a todo buen médico— la animó a estudiar Medicina.
Con el título en mano, que nadie adoró como su abuela Aurora, volvió a Terapia, de donde nunca partió, pues en dicha sala hizo la ayudantía. “Me gusta trabajar con los pacientes difíciles; de entrada, no hablan, a veces están estupurosos. Hemos aprendido a leer su mirada; el rostro de un paciente dice mucho”, lo asegura, después de arrancarle vidas al SARS-CoV-2, en unión de otros colegas, lo mismo en la principal institución sanitaria espirituana que en el Hospital Militar Comandante Manuel Fajardo Rivero, de Villa Clara.
“Allá también compartí con profesionales muy buenos; trabajé con enfermos ventilados —rememora—. A las nueve de la noche, yo decía: Ahora nos están aplaudiendo”.
Sucedía en Santa Clara, en Sancti Spíritus, en la casa de Anay, en la calle Bayamo. La aplaudía su hijo Axel Daniel, de siete años, quizás sin la idea exacta de qué significan las vidas salvadas por su mamá, quien siempre encontraba tiempo para las videollamadas con la familia.
—Axel, ¿qué letra aprendiste hoy en las teleclases?, le insistía a través de WhatsApp.
Más de una vez acudió a Santa Clara, y de vuelta, a la Sala de Terapia Intermedia del Camilo Cienfuegos, donde se asume la atención a contagiados graves y críticos desde marzo último, decisión que conllevó a la reestructuración de los servicios hospitalarios. “Cuando empecé en la Zona Roja de aquí, atendí hasta nueve pacientes ventilados. Llegué a trabajar 10 días sin parar”, reconoce.
Una mañana de abril, sintió congestión nasal; una cucharada de azúcar blanca podía ser de sal, y una taza de café olía lo mismo que un sorbo de malta. Se le juntó el cielo con la tierra. En puro trámite se convirtió la prueba diagnóstica para confirmarle que integraría las estadísticas de los espirituanos infectados con el virus.
“A veces, por cansancio, se cometen errores. Me ingresaron en la UTC (Unidad de Tratamiento Colérico, readaptada para tales funciones), porque había atendido a pacientes ventilados con una carga viral muy alta. Me dolió enfermarme en mi hospital; confieso que me sentí fracasada profesionalmente. Les agradezco mucho a mis compañeros y a mi mamá que me levantaron la autoestima”.
Y como esta espirituana no es de las que deponen las armas tan fácilmente, a su retorno a la institución sanitaria, aceptó liderar la comisión de expertos que brinda seguimiento a los pacientes graves y críticos, compuesta por profesionales de varias especialidades como Hematología, Cardiología, Nefrología, Imagenología y Neurología, quienes discuten la conducta a seguir con cada enfermo en dependencia de su evolución y sus comorbilidades.
¿No le teme a una mala decisión?
“Nos esmeramos para no tomar malas decisiones; por eso la importancia de la labor de la comisión. En nuestra profesión, el trabajo en equipo resulta fundamental”.
Para la especialista en Terapia Intensiva y Emergencias, cada momento de enfrentamiento a la pandemia ha sido tenso en este servicio hospitalario; “todas las vidas que uno tiene delante son importantes”.
Pero, ¿a cuál paciente usted ha llorado más?
“A Léster (Cabrera Chávez); nos formamos juntos como enfermeros. Combatió la covid en Turín (Italia) y murió aquí. Eso es duro, muy duro”.
De nuevo, intenta cerrar la mente; vuelve Nancy a su cama, y el sonido del monitor se va en aletazos.
Exitos y que otros como ella reciban tambien el regocijo de que se les publiquen estas grandes cosas son merecedores de todos estos reconocimientos , el trabajo ha sido fuerte en estos tiempos .