Han pasado 27 años y los protagonistas de entonces vibran aún de emoción cuando recuerdan las imágenes inéditas del Comandante en Jefe Fidel Castro en tránsito victorioso por las calles de su querida Habana aquel 5 de agosto de 1994, pero en esa ocasión cubriendo el camino que minutos antes había ocupado un grupo numeroso de revoltosos empeñados a fuerza de gritos, pedradas y blasfemias en trastocar en un caos la celebrada tranquilidad de nuestra patria.
El paso de Fidel, rodeado de trabajadores de vanguardia del Contingente Blas Roca Calderío, militantes de la Juventud Comunista, estudiantes, obreros, gente del comercio y vecinos del lugar fue tan espontáneo, entusiasta y decidido que disolvió a aquella turba como por arte de magia, al punto que algunos testigos han utilizado una conjugación del vocablo evaporar para ilustrar lo que pasó con ellos.
Cuba es única por muchas cosas, y Fidel también, y fueron únicos y originales porque en esta perla antillana su máximo líder no utilizó ni una pistola de agua para salir adelante en aquella situación comprometida que, dado el contexto de desestabilización instigado desde fuera y las grandes penurias del llamado Período especial en tiempo de paz, decretado en 1991, habían exacerbado tensiones y descontentos por el calor, los apagones, la escasez de alimentos y las carencias de todo tipo, que atravesábamos debido a fenómenos sobre los que no teníamos la menor culpa, pero tampoco ningún control.
Ocurrió que, a lo largo de muchas décadas este archipiélago caribeño se relacionó con la Unión Soviética y el campo socialista europeo, con los cuales había imbricado fuertemente su economía y capitalizado su desarrollo en diferentes frentes, sobre la base de la planificación socialista y la distribución de responsabilidades dentro del llamado Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
Por desgracia, debido a factores históricos, políticos y económicos, internos y externos, las llamadas democracias populares del Este de Europa se vinieron abajo a lo largo de 1989, a lo que siguió la implosión de la antigua URSS en 1991, dando al traste con más de las tres cuartas partes del comercio exterior de Cuba, que se vio sin materias primas para su industria, sin los insumos necesarios para la agricultura y sin mercado para sus productos, al punto que, en un plazo muy breve su producto interno bruto se redujo un 35 por ciento.
El bloqueo, que los cubanos sentíamos hasta entonces como una molestia llevadera, fue exacerbado por los gobernantes norteamericanos de forma oportunista a niveles no vistos, con la finalidad de darle a este pueblo y a su revolución el tiro de gracia, desatando al mismo tiempo contra la isla una campaña mediática sin parangón y presiones políticas y militares prácticamente insoportables.
Si alguna prueba contundente hiciera falta sobre el tema, ahí está la aprobación por el Congreso estadounidense de la Ley Torricelli o Ley de la democracia cubana, la cual fue suscrita por el entonces presidente George Bush (padre) el 23 de octubre de 1992 en plena campaña electoral, con el propósito, entre otros, de ganarse al electorado de la Florida.
Este engendro, además de frustrar el propósito de decenas de miles de trabajadores cubanoamericanos jubilados de pasar sus últimos días en la tierra que los vio nacer y cobrar sus retiros aquí, tuvo por objetivo fundamental aislar totalmente a Cuba del entorno económico internacional y hacer colapsar su economía. Las disposiciones contenidas en esa legislación, de carácter profundamente extraterritorial, constituyen una flagrante violación de las normas internacionales que rigen la libertad de comercio y navegación y reflejan el desprecio e irrespeto hacia la soberanía de terceros Estados.
Con la nueva vuelta de tuerca que representó la Ley Torricelli, el garrote del bloqueo se ciñó como nunca antes en torno al cuello de cada cubano y cubana en una especie de Reconcentración weyleriana que buscaba el cumplimiento de sus criminales objetivos de manera indistinta, pues sus efectos martirizaban a todos.
Debido a ello, la situación en la isla se fue agravando más aún con el estímulo desde Estados Unidos y, especialmente desde la Florida, de la emigración ilegal hacia ese país, en busca de reeditar otros fenómenos migratorios masivos como Camarioca y Mariel, que, en caso de mostrarse incontrolados, servirían a Washington de pretexto para decretar una amenaza a su seguridad nacional y orquestar una agresión militar a su vecina sureña disfrazada de intervención humanitaria.
Así las cosas, a inicios de agosto de 1994 la situación social en la isla había llegado a un límite con el secuestro de embarcaciones, las agresiones a quienes las custodiaban, la sustracción de bienes de particulares y del Estado y otras fechorías, por lo que se imponía la adopción de un grupo de medidas que el Partido y el Gobierno habían venido estudiando desde meses antes, pero que, por su complejidad y los cambios en el modelo económico-productivo que implicaban, llevaban al dilema del sastre; es decir: medir cinco veces el retazo de tela antes de proceder con las tijeras.
Pero sobrevino aquel cinco de agosto y la turbamulta de gente desaforada dispuesta a cualquier extremo ante la frustración la noche antes del intento de secuestro de varios medios navales con el fin de irse al “paraíso” yanqui, donde les prometían recibirlos con los brazos abiertos.
Y Fidel les salió al paso con el pueblo, llevando por toda arma ese chaleco moral que lo acompañó siempre, con el cual ganó incontables combates y enfrentó a pie firme 638 intentos fallidos de asesinato de quienes no han cejado nunca en su porfía por “liberarnos” de nuestra libertad, hacernos olvidar nuestra independencia y que abjuremos de nuestros valores, porque, según ellos, cada individuo tiene su precio…
Ahora cada cual puede responder a la medida de su entereza: ¿Acaso hoy, o mañana, o pasado mañana, o algún día nos vamos a vender a nuestros enemigos porque ellos tienen más dinero, o porque son más fuertes, o porque se creen que tienen la sartén por el mango? ¿Merecen ellos que les demos la razón claudicando ante sus presiones por un puñado de dólares después de habernos hecho sufrir tanto por mantenernos dignos?
Fidel les ganó siempre y también aquel 5 de agosto. ¡Ganémosles asimismo nosotros, sus continuadores como prueba de lealtad, patriotismo y dignidad!
Los cobardes se dividen, se aflojan, se venden, se confunden , la patria es de los dignos, de los que la defienden y esta bien dicho que la calle es de los revolucionarios, si un ciudadano no defiende la revolución, entonces , los revolucionarios toman la calle, es lo que se quiere decir, esta claro, Viva Cuba Libre.
Así mismo es, Jimaguayú, Gracias.