Cuando la música y las artes plásticas no fueron suficientes, Pedro Antonio Venegas necesitó explorar otros horizontes. Entonces, vestía de azul y entre clases, estudios independientes, labores agrícolas, el teatro emergió como perfecto oasis.
“Me di cuenta enseguida de que ese era mi camino. Me presenté en duodécimo grado a las pruebas que convocaron para ingresar en la Escuela Nacional de Arte, en La Habana. Afortunadamente, aprobé y me fui junto con Rigoberto Rodríguez (Coco), Corojo Valdivia y Boris”.
En la maleta acomodó las experiencias del grupo de aficionados que en los matutinos del preuniversitario se robaba los aplausos. Ya en la capital aprendió de literatura. Descubrió los ritmos de los diferentes géneros y expresiones musicales. Apreció colores y estéticas diversas. Y se enamoró mucho más del mundo de las tablas.
“Fue una etapa maravillosa. Siempre les comento a los alumnos que pasan por el grupo que la escuela da las herramientas, pero que realmente uno conoce las interioridades del teatro cuando trabaja como profesional, porque es donde llegan las mayores exigencias y el compromiso con la creación. Realmente la práctica te forma como actor o director. La academia es muy importante porque te permite descubrir esa atmósfera, las inquietudes frente a todas las artes, en general”.
Pasado el período de estudiante, intentando inhalar hasta el último aliento todo ese ambiente embriagador que transpira la vida cultural habanera, Venegas —como se le conoce dentro y fuera de las tablas— regresó a Sancti Spíritus. En ese momento, en el equipaje se colocaron muchos anhelos para estimular aquí la creación.
“Mi generación tenía como referente a Teatro Escambray, un paradigma para toda Cuba. Nosotros soñábamos con hacer algo parecido a ese grupo. Llevar nuestras propuestas a las montañas, a los lugares donde residen los públicos con menos posibilidades para apreciar el arte en las salas.
“Pero los tiempos han cambiado. Hoy los estudiantes de teatro mayormente piensan primero en hacer una película o quedarse en Teatro El Público, en La Habana y es lógico porque los contextos son totalmente diferentes. Por eso siempre les comento que mi idea de regresar estaba sustentada en ayudar a elevar la calidad de la manifestación en la provincia. Ahora no sé si lo he logrado o no, pero hasta ahora lo estoy haciendo lo mejor que puedo”.
Una máxima que entregó recién llegado en el teatro dramático y luego, sin imaginárselo, se adentró en el mundo del guiñol. De espectador, se convirtió en director del proyecto Paquelé.
“Fue una verdadera casualidad. Como todos los alumnos de la escuela de arte cuando me hablaban de guiñol o de títeres me negaba a imaginar que lo haría. En las aulas no se estudia. Todavía existe prejuicio, ya que se piensa que los actores de ese teatro no son capaces de desdoblarse. Y es realmente lo contrario. Cuando dominas sus interioridades te das cuenta de que son criterios basados en el desconocimiento.
“Por varios motivos, el grupo se quedó sin director. Al reconocerme como un actor que disfrutaba de sus obras y les compartía mis criterios al finalizar las puestas, los propios actores y Juan González —presidente del Consejo Provincial de las Artes Escénicas— me propusieron asumir el reto de conducir al colectivo. Acepté por un año y ya casi suman 20. Hoy no hay quien me saque de aquí”.
Montaje a montaje, Guiñol Paquelé fue colándose en la escena cubana. Pelusín frutero, Julián y Justina y Elsa la lista se llevaron muchos de los premios más importantes del país en el momento de sus estrenos. Son esas algunas de las razones por las que Venegas mereció en este 2022 el Premio Provincial de Teatro Hugo Hernández.
“Cuando asumí la dirección lo primero que hice fue sentarme con los actores y decirles que independientemente de lo que se había hecho antes, trabajaríamos con mucho rigor. Creo que ha sido la clave de Paquelé. Además, de apostar por la selección de un buen texto. En la escuela aprendí que eso te garantiza el 80 por ciento del éxito. De ahí que escojo aquellos que me exijan como director y a los actores. También, nos distingue el presentar obras que pueden ser disfrutadas por todos los públicos”.
Una estrategia que sueña y materializa Pedro Antonio Venegas en su segunda casa: la sede del Guiñol en la calle Rosario, de la urbe Yayabo, donde en cada presentación se encuentra un público fiel.
“El teatro es mi vida. Hay muchos de mi generación que ya no se dedican a él y yo sigo aquí pese a todo, dificultades, escasez, carencias… Permanezco en esta batalla, en esta resistencia por seguir haciendo teatro”.
MÁS ALLÁ DE LA ESCENA
Dicen que no hay una información de artista o grupo que la espirituana Ángela Pérez Cepeda desconozca. Desde 1994, labora en el área de personal del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, donde cuida con recelo los expedientes de quienes suben a escena.
“He aprendido mucho del teatro y danza. Me llevo muy bien con todos los artistas y me siento muy bien entre ellos”.
Enamorada de eventos como el Festival de la Danza Folklórica Trinifolk, donde ha extendido sus relaciones con creadores de gran parte del país, a esta espirituana de 75 años le ha sido imposible desprenderse de la pequeña sede de la Casa del Teatro, en el bulevar de la ciudad del Yayabo.
“Juan —el presidente— me dice que no me vaya mientras me sienta bien y lo he pensado porque no me veo en mi casa. Pero, aquí me consideran, respetan y muestran cariño”, sentencia con la misma firmeza con la que acompañó a cada presentación al tribunal que profesionalizó recientemente al gremio actoral espirituano.
Mujer robusta y amante del baile del danzón no evita que la emoción vuelva a posársele en su voz al recordar uno de sus mayores alegrones. No imaginó que detrás de la insistencia de ir al coloso del Principal, donde se honraría el Día del Teatro Cubano, se “cocinaba” una sorpresa que aún la deja sin aliento.
“Cuando escuché que me habían escogido para entregarme el Premio Provincial de Teatro no sabía qué hacer. Me emocioné mucho porque Hugo era, primero mi compañero de trabajo, y segundo, un gran artista, una personalidad de las artes escénicas y de la cultura cubana. Recuerdo que me dijeron: habla, y yo no podía. Solo atiné a expresar que llevaría siempre ese lauro en mi corazón”, cuenta y otra vez necesita del silencio para acomodar las emociones que se le posan en la voz.
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