Intentaron poner el país bocabajo; sin embargo, la narrativa anticubana persistió en presentarlos como si fueran pan de Dios. Arremetieron contra policías, voltearon vehículos, apedrearon hasta un hospital pediátrico, saquearon tiendas… Vandalizaron. No ocurrió en Sancti Spíritus; sí en La Habana, Matanzas…
Marginalidad, salida al centro de la calle. Odio incubado no en la mayoría de los coterráneos, sí en un segmento nada desestimable. En la muchedumbre, había jóvenes de 16, 18 años. Triste. El 11 de julio del 2021 y día 12, en menor grado, pretendieron lapidar; más que ello, llevar a pique a la Revolución cubana.
Era el banquete que, calentado por la embestida en las redes sociales, llevaba décadas organizando y financiando el gobierno de Estados Unidos. A la Casa Blanca se le hacía la boca agua. Joe Biden, Antony Blinken, influencers a sueldo deliraban por ver, desde la otra orilla, la crisis de ingobernabilidad, la explosión social. No dudo que los llamados medios “independientes” hayan enviado a la papelera de reciclaje las notas informativas a medio redactar anunciando la caída de la “dictadura”. Todos se quedaron con las ganas y actuaron oportunistamente.
Cuba vivía, mejor dicho, sufría el pico pandémico provocado por el SARS-CoV-2, con más incidencia en Matanzas. El número de contagiados y fallecidos, nunca antes notificados, generaba dolor, preocupación, incertidumbre. Las instituciones sanitarias colapsaban. La isla padecía la crisis sanitaria por la cual habían transitado hacía tiempo varias naciones desarrolladas.
Para colmo de males, el desabastecimiento alimentario dolía en la cotidianidad, o sea, en los estómagos; en cambio, sobraban los apagones eléctricos, que tanto nos irritan, debido a importunas averías en las centrales termoeléctricas y la falta de combustible destinado a la generación, acentuada por persecución financiera del Departamento del Tesoro. El bloqueo nos ponía la soga al cuello, mientras quien la tensó con 243 medidas, el expresidente Donald Trump, de seguro disfrutaba de baños de sol en Palm Beach, al sur de la Florida. Su sucesor, el decepcionante Joe Biden, no había movido un dedo para quitar sanción alguna.
El escenario se pintaba solo para el tiro de gracia a la Revolución, con el aporte, desde luego, de una operación político-comunicacional de dimensiones insospechadas: de #SOSMatanzas a #SOSCuba, de #AyudaHumanitaria a #IntervencionHumanitaria; que parecen lo mismo, pero no son iguales.
Lo advirtió el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien acudió a San Antonio de los Baños, Artemisa, foco inicial de las protestas, a darles el pecho ese domingo a los manifestantes; entre ellos anexionistas, delincuentes y ciudadanos con reclamos insatisfechos.
En la tarde del 11 de julio, ante las cámaras de la Televisión Cubana, más que informar de lo acontecido, el mandatario instaba a diseccionar las causas de los disturbios y, por tanto, a sacar experiencias desde lo profundo del alma, de la vergüenza nacional.
A un año de los sucesos, puede referirse con toda certeza que la sola existencia de las políticas sociales no garantiza su adecuada aplicación, en lo esencial en los barrios marginales, en parte de los cuales, previo a las protestas, el Gobierno ya accionaba. Visto en la práctica: no basta, por ejemplo, que haya un consultorio del médico y la enfermera de la familia, si este posee problemas constructivos y, en el peor de los casos, la asistencia médica allí resulta inestable.
Las manifestaciones dejaron otra lección: si nos circunscribimos a los problemas acumulados, podría aseverarse que la institucionalidad no siempre miró con sistematicidad y con hondura hacia la periferia de las ciudades y poblados para evitar que la marginalidad dijera la última palabra, a contrapelo de los preceptos humanistas de la Revolución.
Seamos justos. Nadie piense que la máxima dirección del país tenía los ojos vendados frente a este fenómeno; desde antes, había jerarquizado en su agenda el programa integral de atención a comunidades vulnerables, una especie de “rabo de nube” —tomo prestado el símil de Silvio— para llevarse lo “feo”, incluida la pobreza asomada en algunas familias, entre estas de nuestra provincia.
Sancti Spíritus también lleva esa herida, y para sanarla, las autoridades identificaron 63 barrios con diversas expresiones de vulnerabilidad; 43 de estos beneficiados con determinadas acciones el pasado año, que, pese a no dar solución a tanto problema acumulado, alivian a sus habitantes hoy, cuando pasan de castaño oscuro las carencias de recursos para emprender dichas labores. Que previamente pudo actuarse con un enfoque más integrador de los organismos e instituciones que inciden en esos asentamientos, ¿quién diverge?
Que al trabajo social en buena parte de esos barrios le había caído toneladas de polvo por tanta rutina, ¿quién discrepa? Lo ha verificado, conversando con su gente, el mandatario Díaz-Canel, quien ha insistido en su renovación por una convicción: la credibilidad de la Revolución cubana se dirime en las comunidades; allí reside la base social de apoyo a este proyecto imperfecto, pero genuino, cuya defensa rebasa los actos patrióticos.
A Fidel le asistía tal seguridad y a sabiendas de ello concibió programas sociales que le tocaban el alma a la gente en su propia casa. Cuando hundían cuerpo y espíritu en el fango de la droga, de la violencia…, casi en la puerta de la cárcel, muchos seres humanos, muchos jóvenes fueron rescatados. Con ese precedente, la transformación barrial será completa si, por la calle, con su lomo de asfalto aún medio caliente, camina ese muchacho —hasta hace poco sin vínculo laboral— rumbo al organopónico de estreno en la comunidad, gracias a la mano tendida por los vecinos de la misma cuadra. Por fortuna, ha sucedido.
Al repasar lo acontecido hace un año y con apego a la verdad, debe admitirse que también hubo personas que se manifestaron de modo pacífico, ciudadanos insatisfechos; nunca se sabrá cuántos lo hicieron porque anteriormente se sintieron desatendidos, cuando pusieron un pie en esta o aquella oficina para ahuyentar sus traumas cotidianos, y se dieron de bruces con la desidia, el burocratismo y la insensibilidad.
Fallas de tal ralea lesionan la credibilidad de las instituciones; siembran desaliento. No se trata de que se le alimenten falsas expectativas a la persona en cuanto a la posible solución a determinado problema; la comprensión podría llegar si la respuesta, argumentada sólidamente, resulta clara, precisa y oportuna y, de esa forma, el ciudadano se sentiría, al menos, escuchado.
También en el plano de las lecciones dejadas, los disturbios confirmaron lo imprescindible de extender todavía más el diálogo, el debate y la participación en torno a los proyectos y procesos sociales asumidos, para lo cual se disponen de dos referentes cercanos en el tiempo: la consulta popular del proyecto de la Carta Magna y el del Código de las Familias, construidos con las voces de las mayorías, o sea, tanto con la opinión del más experto en Derecho Constitucional, con la de un pescador o la de un médico.
No por casualidad, las puertas del Palacio de la Revolución han permanecido abiertas para campesinos, científicos, jóvenes, estudiantes, narradores, poetas, representantes de la comunidad LGBTIQ+…, más que para identificar debilidades y carencias, para buscarles salidas con voces diversas.
Desde vacunas cubanas anticovid, pasando por la producción de alimentos, hasta asuntos raciales y de género, se ha compartido en ese diálogo; no obstante, en los dos últimos temas no escampa la embestida en las plataformas virtuales, donde se desconocen los avances por erradicar los lastres que entorpecen garantías y derechos asociados a dichos tópicos.
Habrá que seguir comunicando y comunicando mejor las referidas temáticas, otras más de la agenda pública, incluso, el impacto del bloqueo estadounidense en la economía y en la familia cubana, desde la ejemplificación gráfica; tales mensajes deben apelar a una narrativa que despierte las neuronas y nos hable al corazón. Quizás, de ese modo, cuando el sistema de medios públicos aborde el recurrente y necesario tema, parte de nuestras audiencias no nos endilgue la etiqueta que lo tratado es más de lo mismo y a seguidas no ponga en mute.
Por tanto, depende de nosotros, igualmente, demostrar que el cerco económico y la persecución financiera de cuanta transacción realice Cuba no son una entelequia; sino una realidad que busca ahogarnos, allanar el camino hacia la “tormenta perfecta”, según el guion escrito en 1960 por Lester Mallory, el ex vicesecretario de Estado Asistente para los Asuntos Interamericanos, y sus asesores.
Mallory no, pues falleció en 1994; pero Biden y familia debieron despertar del sueño de ver el anhelado estallido social, a partir de las protestas de julio de 2021, iniciadas por San Antonio de los Baños; por sus calles también caminó Díaz-Canel con pasos seguros, y ello nos remitió al 5 de agosto de 1994, cuando otra intentona quiso tomar como rehén la tranquilidad.
Aquella tarde, miles de personas ocupaban la calle Prado; la situación era confusa, describieron luego los cronistas. Cuando nadie lo esperaba, tres jeeps verde olivo —totalmente vulnerables a la violencia, aseguran colegas— arribaron a Prado; del segundo descendió el Comandante en Jefe. “¡Es Fidel”, advirtió alguien, y la muchedumbre, el pueblo empezó a ovacionarlo. La conjura se hacía agua. No fue menos el 11 de julio del 2021.
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