Al borde de la Carretera Central en Jatibonico, el Museo Municipal se yergue hermoso con su estilo ecléctico, grandes arcadas y puntal elevado. Basta con traspasar su portal para romper con la imagen de casa-vivienda que se percibe con el primer vistazo. Abre todas sus puertas al conjuro de las palabras historia e identidad.
“Aquí no existía ningún antecedente sobre museología —rememora a la vuelta de más de 40 años de las primeras acciones que propiciaron que hoy exista dicha institución, Ricardo Guardarramo Román, su primer director—. En 1981 se nos dio la tarea de integrar la comisión pro formación del museo. Fue casi un año de intenso trabajo; sobre todo, concientizando a las personas naturales y jurídicas de la importancia de contar con un local con ese objeto social”.
Con anterioridad solo habían coqueteado con el fascinante mundo de coleccionar, documentar y conservar la relación de los seres humanos con sus entornos al mostrar en las vidrieras más céntricas del pueblo los hallazgos del grupo de entusiastas jóvenes amantes de la espeleología. Por tanto, la decisión de inaugurar la nueva institución cultural, según lo estipulado en la Ley No. 23 De Museos Municipales, publicada en la Gaceta Oficial de la República de Cuba, de mayo de 1979, fue un suceso totalmente inédito para todo Jatibonico y que se celebró con todos los titulares, tanto locales como más allá del puente de hierro, el 25 de abril de 1982.
“Comenzamos a visitar a quienes sabíamos que atesoraban piezas con valores. Principalmente, nos fuimos a los hogares de ancianos y centros de trabajo. Había que sensibilizar a las personas porque es difícil desprenderse de los recuerdos y, mucho más, de los que guardan anécdotas familiares; pero les demostramos que estarían conservados y protegidos, además de que solo de esa forma otras personas admirarían esos fragmentos de nuestro pasado”, añade Jesús Ramos Gómez, director de la institución desde 1984 hasta el 2013.
Así fue que, por donación o compra, el Museo Municipal se hizo de una colección diversa y atractiva. Cobija actualmente alrededor de 12 000 piezas —algunas expuestas en sus salas y otras resguardadas—, entre las que sobresalen el acta de fundación de Jatibonico, un hacha preciosa —pieza arqueológica extremadamente pulida—, cartas manuscritas de Máximo Gómez, cristalería mayormente de baccarat, joyas, instrumentos musicales, pinturas de artistas locales y butacas esquineras hechas por un hijo de esa tierra.
“Cada una de ellas nos ha permitido reconstruir la historia de nuestro municipio”, resume Guardarramo Román, quien ha dedicado parte de su vida a asentar datos del pasado, principalmente, los menos conocidos.
Jesús Ramos Gómez conoce de memoria prácticamente cada elemento de la colección del museo. Bajo su dirección llegó el mayor grueso y es un eterno enamorado de todo lo que tenga un halo patrimonial.
“A los pocos años de fundado pudimos contar con esta sede, ya que la colección creció muchísimo en poco tiempo. Incluso, ya diría que esta también resulta pequeña. Y se convirtió, sin temor en ser absoluto, en el centro cultural más importante y visitado del municipio. Cumplimos con un plan de reanimación cultural en el que cada técnico tenía entre sus responsabilidades visitar las aulas para acercar el museo a las nuevas generaciones. De forma atractiva hacíamos actividades sin dar toda la información, por lo que lográbamos que los maestros llegaran hasta aquí con los alumnos en busca de saber más sobre nuestra historia.
“Somos el museo fundador en realizar el taller de historia local, evento con más de 25 años de existencia y que ni tan siquiera en tiempos de covid dejamos de hacerlo, pues aprovechamos las redes sociales para no perder la oportunidad de conocer las investigaciones más recientes hechas aquí”.
Al tesoro resguardado en la casona de espaciosas áreas, donde hoy se protege, además, la colección de la Biblioteca Municipal —cerrada desde hace cuatro años por reparaciones— y patio de sombra frondosa, testigo de muchísimas tertulias, se le añade el existente en la Casa Comunal José Pina Marín, en Arroyo Blanco, a más de 10 kilómetros de distancia.
“Es una extensión de este museo —acota Guardarramo Román, quien desde el 2013 volvió a asumir las riendas de la institución como durante sus dos primeros años de existencia—. Fue una necesidad, pues es esa una localidad muy fuerte en la historia de las luchas independentistas de nuestro país y por la presencia de la familia Sánchez Valdivia.
“Lamentablemente, hoy está cerrada por serios problemas constructivos y nos preocupa mucho no solo por cómo se conserva su colección, sino por el estado de la propia casa, ya que hablamos de una edificación que responde a la arquitectura colonial cubana. Sus paredes son de madera y tienen cenefas. Similar condición —peligro de derrumbe— presenta nuestro almacén, lo que atenta contra el buen estado de las piezas que no se exhiben, debido a que hay que mudarlas constantemente”.
Al unísono de esas preocupaciones, el colectivo del Museo Municipal de Jatibonico no ha depuesto sus intenciones de regresar, tras períodos de absoluto silencio por la pandemia y de reparación de algunos de sus locales, la algarabía de curiosos y amantes al patrimonio a su casona de ventanales llenos de luz.
“Mantenemos estrechas relaciones con el sector educacional y el Comité Municipal de la Unión de Jóvenes Comunistas, por lo que después de tanto tiempo cerrados volvemos a intencionar las visitas. Es también interés del Partido en el territorio que sea este lugar un punto de encuentro para conocer el pasado y así entender el presente. Por eso, siempre estamos pensando cómo ser atractivos para el resto de la sociedad”, concluyó.
Es así que en la casona de puertas abiertas al borde de la Carretera Central en Jatibonico se desconoce el significado de la inmovilidad predominante en no pocos otros museos. Estrechar los nexos entre quienes residen cerca o los que van de paso con la posibilidad de admirar verdaderas joyas ha sido la clave para no dejar morir la autenticidad de cuatro décadas de existencia.
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