No creo acertado decir que el equipo cubano de voleibol ya está en la élite del voleibol mundial. Es mejor asumirlo con todas las letras para poder enrumbar el camino hacia esa cúspide y soñar con el regreso a los Juegos Olímpicos. Hasta donde sé, en cualquier deporte, la élite la conforman, en primera instancia, los cuatro mejores equipos del máximo evento, además de la reiterada presencia en los primeros puestos en otros donde concurra lo mejor de esa disciplina.
Nuestro elenco apenas quedó en el lugar 14 entre 24 selecciones, o sea, por debajo de la media y muy lejos de la discusión de las medallas.
Por tanto, Cuba no pasó la prueba de fuego y, desde mi modesta opinión, se desinfló con el paso de una competencia donde ganó un solo juego de cuatro efectuados, con un set average desfavorable de siete a favor y nueve en contra.
Tuvo el mejor de los partidos ante un inmenso Brasil, a la postre medallista de bronce del torneo. Si se recuerda comenzaron ganando los dos primeros sets y perdieron tres seguidos, cuando los sudamericanos fueron superiores y en la cancha cubana comenzaron a asomar los errores que después influyeron en su desempeño ulterior.
Mas, perder un parcial ante Qatar empezó a mostrar los mismos altibajos que terminaron por sacar a Cuba en la última década de la élite del voleibol mundial, donde sí estuvo desde 1978 hasta finales de los 90 y en eventos salteados de los primeros años del presente siglo, en un lapso que recoge medallas y primeros lugares en Campeonatos y Ligas Mundiales, incluidas cinco de plata y una de oro en estas últimas, y una plata y un bronce en los torneos universales.
No es que no se pueda perder, es que se vio que ese rival, por más que haya avanzado, no tienen aún el nivel medio del voli y es de esos equipos ante los cuales los grandes suelen mostrar su real potencia.
La derrota ante Japón, en tanto, mostró todos nuestros descosidos. Los nipones son inmensamente inferiores a Brasil y, de haber jugado los cubanos al nivel que lo hicieron ante los brasileños, otra hubiese sido no tanto la suerte, sino la cara, al menos, en ese juego.
Esa derrota les puso en el camino a Italia, ante el cual se vivió la crónica de una muerte anunciada, pues los italianos hicieron lo que no lograron los nuestros: marcar la diferencia en todos los órdenes de juego para no dejar respirar a una selección que peleó, pero perdió 3-1.
Entonces, ¿cómo repetir hasta el cansancio que estamos en la élite cuando los resultados dicen lo contrario?
Es verdad que jugamos con dos de los medallistas, incluido el integrante del campeón italiano, un equipo que, al igual que el nuestro, mostró una alta renovación en sus filas; pero, a diferencia del cubano, nunca se ha ido de la élite, aunque debiera esperar 24 años para recuperar su reinado de una época en la que nuestra selección solía disputarle casi siempre las medallas.
Lo de jóvenes lo pongo con intención. Creo que a veces justificamos en demasía los resultados del voleibol con este elemento. Y si bien es cierto que muchos de los jugadores —a excepción de Robertlandy Simón— son cortos veinteañeros, también lo es que cuentan con carretera competitiva (muchos son del ciclo de Río de Janeiro 2016) al estar insertados en clubes internacionales, lo que les agrega horas de cancha, roce internacional y, por supuesto, mayor nivel.
Justo esos argumentos hicieron soñar de más, sin descontar que se sobredimensionó el resultado de Cuba en eventos de poca monta como la Final Six Panamericana de la Norceca y la Copa Panamericana, donde terminó invicta, lo mismo que en el Challenger Mundial.
Pero sobre todo los dos primeros fueron torneos donde jugaron con rivales muy inferiores y resultó casi un entrenamiento; sin embargo, esos saldos imprimieron un espejismo de confianza que se pagó después en el Mundial.
Volvamos a los contratos. Es cierto que estos han permitido elevar la calidad de nuestros jugadores, pero en el Mundial no se expresó el beneficio de esos convenios. Fue como si en los tabloncillos las estrellas inconexas de varios clubes no lograran entenderse como equipo en algún momento, con excesivos errores a ese nivel que le costaron la posibilidad, no ya de las medallas —a las cuales, según lo visto no hubiesen tenido acceso—, sino de quedar mejor ubicados.
Como en años anteriores, los llamados errores no forzados, que se traducen casi en tantos regalados al contrario, llevaron la voz cantante, sin dejar de mencionar otras deficiencias como la merma en la potencia del ataque, que por años ha sido lo mejor de las selecciones cubanas, o la poca efectividad de este, pues, excepto el zurdo Jesús Herrera, el resto no pudo rebasar la media y, en verdad, solo este jugador mantuvo una estabilidad en todos los partidos, con el mayor aporte para el conjunto.
Cuba no ha resuelto problemas de antaño como el servicio, con pérdidas irracionales de este en momentos claves; tampoco ha mejorado mucho en la recepción y el bloqueo, otra de sus fortalezas.
¿Jugar tantos meses en ligas foráneos le pasó factura al cansancio? Habría que ver, pero la mayoría de los jugadores de los restantes elencos que fueron al Mundial lo hacen igual y en clubes de mayor nivel que los nuestros.
Otro tanto en contra tuvo la selección nacional: la poca opción al cambio de jugadores cuando las situaciones de juego lo ameritaban, aun cuando tenía en nómina a una selección de estrellas y ya eso tiene que ver con estrategias de dirección y concepciones de juego, porque el voleibol es un deporte colectivo. No se entendió bien por qué mantener tanto tiempo en cancha a Miguel Ángel López, por ejemplo, con un pobre aporte.
A Cuba la net del voli mundial le queda ahora mismo bien alta. Para acceder a la élite le queda poco al ciclo olímpico que termina en París 2024, pero cuenta con el talento de una generación que está por reivindicar las mejores luces de ese deporte, aunque los jugadores sigan encandilando a técnicos foráneos.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.