Nueva York, agosto 27 de 1893. La gente busca empleo como el sediento alucina por un vaso de agua, luego de kilómetros de andar. Decenas de bancos han quebrado, sube la prostitución. No ajeno a todo ello, tras la fachada de la casa 116, de la calle 64 Oeste, José Martí vive los ardores independentistas.
Sobre el escritorio descansa la más reciente edición de Patria, y en sus largas páginas, quizás el retrato más completo del Generalísimo, el veterano de bigote de nieve, a cuyo encuentro había ido el Maestro en septiembre de 1892 y a inicios de junio del 93, en Montecristi, República Dominicana.
Cerca, además, el gabán del propio Martí con los bolsillos repletos de papeles. También, encima del buró, la carta que recién acaba de escribir al Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, quien, con palabra sanadora, tendió puente sobre el río caudaloso de dudas y resquemores que distanciaba a los viejos guerreros y los nacientes paladines.
“Serafín querido: Me hace falta aquí, me acostumbré a tenerlo, y a mi alrededor todo el mundo cayó pronto en la costumbre”, le expresa el Apóstol de la independencia en la misiva, cuyo original integra los fondos del Museo Casa Natal Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, de Sancti Spíritus, después de adquirirse a un coleccionista privado en el 2018.
“Nuestra institución cuenta con valiosas piezas relacionadas con Serafín, como cartas familiares y de otros patriotas enviadas a él; pero, sin dudas, esta, firmada de puño y letra de Martí, ocupa un lugar de privilegio dentro de nuestra colección”, apunta la especialista Eunice Rosell Gómez.
Al decir de la investigadora, el documento confirma la amistad y la confianza que tenía el organizador de la Guerra Necesaria en el más ilustre de los espirituanos, radicado en ese momento en Cayo Hueso y quien había arribado —por segunda vez— a Estados Unidos en junio de 1891, procedente de República Dominicana.
A esa nación caribeña llega en 1880, precisamente desde Nueva York, donde permanece solo unos días en agosto del mismo año. Por más de una década vive en tierra dominicana, la que estimó como su segunda patria; allá arriba “enfermo de cuerpo y de alma, y sin recursos”, escribe Gonzalo de Quesada en una semblanza del espirituano, aparecida en el libro Héroes Humildes (1894) y redactada por el también amigo de Martí, al parecer por recomendación del Maestro.
En República Dominicana, Sánchez Valdivia se “consagró al trabajo material del campo, ya en los ingenios de azúcar, ya en las líneas de ferrocarril (…), pero jamás manchando con bajeza alguna su nombre límpido; sin olvidarse un solo día de la causa de Cuba”, anota con letra gruesa Quesada, quien conoce, igualmente, la sencillez del espirituano, apreciada en Cayo Hueso.
“De la silla gloriosa de mandar, a la silla no menos gloriosa del obrero —subraya Quesada—, podrá parecer un rebajamiento a los que no comprenden las grandezas verdaderas del carácter humano. Otros pensarán que el soldado pierde lustre en el trabajo; pero los que quieren fundar pueblos libres y dichosos, republicanos de veras, admiran a este general (…)”.
Observador como el que más, Martí ve en nuestro paladín la honradez, la modestia, el sentido de la justicia y la capacidad de sumarse a los preparativos de la nueva gesta emancipadora sin pedir nada a cambio; cualidades reconocidas implícitamente en la carta remitida al espirituano el 27 de agosto desde Nueva York, considera Eunice Rosell.
“El país (se refiere a Cuba) quiere la guerra. Y nosotros se la vamos a llevar antes de que se merme la confianza en nosotros, o se ponga el gobierno demasiado sobre aviso. Si me sale bien el paso que voy a dar, y que no es ir a París, en dos meses ya estaremos para marcha. Conque váyase alistando”, le revela el líder político a Serafín.
Y porque el inicio de una guerra no depende únicamente de voluntades y sí de contingencias e imprevisibilidades surgidas en el camino, la contienda estalla en la isla el 24 de febrero de 1895. Escasas semanas después, el 11 de abril Martí desembarca, junto con Máximo Gómez, por Playita de Cajobabo, al sur de Oriente, mientras, la “luna asoma, roja, bajo una nube”, describe el Maestro en su Diario de campaña.
Igual de noche, pero el 24 de julio lo haría por Punta Caney, en la costa sur de Sancti Spíritus, el Mayor General Serafín Sánchez, al mando de una expedición, liderada, asimismo, por los generales Carlos Roloff y José María (Mayía) Rodríguez.
Al poco tiempo Serafín asume la jefatura interina de la Primera División —operaba en los distritos de Sancti Spíritus, Remedios y Trinidad— del IV Cuerpo de las fuerzas libertarias, y la dirección de este desde diciembre del mismo 1895.
18 de noviembre de 1896. El espirituano, para ese entonces Inspector General del Ejército Libertador, sale con su tropa desde el campamento de La Yamagua, Taguasco, hacia la margen izquierda del río Zaza; una vez allí, el brigadier González Planas ocupa posición en el Paso de La Larga y José Miguel Gómez, con ese propio grado militar, lo hace en el de Las Damas. Entre ambos sitios, Sánchez Valdivia coloca su Estado Mayor.
A las huestes españolas, encabezadas por el coronel Eduardo Armiñán, se adicionan los refuerzos (Serafín no lo había augurado) del General López Amor, quien se encontraba en Sancti Spíritus; en total, unos 2 600 enemigos pelean contra alrededor de 800 mambises, con mucho menos poder ofensivo en cuanto a armas y municiones.
Después del mediodía, siguen plantados de tú a tú contra el adversario; más tarde, los proyectiles insurrectos comienzan escasear. El paladín lo advierte y ordena la retirada. Pasadas las cinco de la tarde, una bala de máuser lo atraviesa del hombro derecho al izquierdo y le afecta una arteria pulmonar. Y así, de súbito, desaparece la vida de aquel guerrero de apenas 50 años.
Partía quien se presentó ante el Maestro en Nueva York, recién llegado de República Dominicana; se iba el jefe militar, puntal en la creación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en Florida.
Caía en combate el amigo en el que Martí confió la misión de designar al primer y fundamental emisario del PRC a la isla y para cuya encomienda el espirituano seleccionó al comandante Gerardo Castellanos Lleonart, quien visitó Cuba en tres ocasiones desde 1892 hasta 1894.
Estudiosos de los vínculos entre Martí y Serafín exponen que el Maestro remitió más de 100 cartas, telegramas y cables al espirituano entre 1891 y 1895; por consiguiente, devino la segunda persona a quien el organizador de la épica del 95 envió el mayor número de mensajes, apenas superado por su amigo mexicano Manuel Mercado.
Y justamente, una de esas misivas, la fechada el 27 de agosto de 1893 —escrita en la vivienda 116 de la calle 64, en Manhattan—, integra la colección del Museo Casa Natal Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, donde Eunice Rosell la sostiene ahora entre sus manos con la delicadeza que una madre primeriza toma a su hijo en brazos.
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