La inocuidad de los alimentos desempeña un papel fundamental a la hora de garantizar la seguridad de lo que se come en cada etapa de la cadena alimentaria: desde la producción hasta la cosecha, en el procesamiento, el almacenamiento, la distribución, la preparación y el consumo.
Cifras de la ONU indican que se calcula que cada año mueren en el mundo 420 000 personas por comer provisiones contaminadas y los niños menores de cinco años representan un 40 por ciento de la carga de morbilidad por enfermedades de transmisión alimentaria, con 125 000 muertes al año.
Ningún territorio está exento de violaciones en ese sentido, y la mayoría se origina en los núcleos familiares, debido al inadecuado manejo de los productos en el hogar. Sin embargo, especialistas de la Unidad Territorial de Normalización en Sancti Spíritus aseguran que uno de los grandes problemas que tiene la provincia en ese sentido es la poca percepción de riesgo sobre las enfermedades transmitidas por comestibles —que cada año afectan a 600 millones de personas en todo el mundo— y el desconocimiento de cuándo un alimento es inocuo; o sea, que está libre de bacterias y hongos o mohos dañinos, productos químicos y otros materiales que puedan ser dañinos para la salud.
De acuerdo con opiniones de Esteban Clemente González, especialista en Idoneidad Alimentaria en la Unidad Territorial de Normalización de Sancti Spíritus, hasta ahora las inspecciones estatales de la calidad muestran determinados índices de violaciones detectadas, sobre todo por incumplimiento del Decreto-Ley No. 9, que tiene como objetivo establecer las regulaciones y los principios que garantizan a lo largo de la cadena alimentaria, con un enfoque educativo, preventivo e integral, alimentos inocuos y nutritivos que garanticen una adecuada protección de la salud, así como lograr un desarrollo competitivo y responsable.
Ejemplos sobran; ¿en cuántos lugares de la provincia se lleva el pan en carretones descubiertos? Sucede en casi todas las bodegas, aun cuando su transportación requiere de requisitos que responden a una norma.
También es común ver la carne de cerdo en tarima horas y horas sin que se guarde en equipos refrigerados, a pesar de que los especialistas aseguran que cuando un producto lleva más de dos horas sin frío en un país como Cuba con temperaturas promedio por encima de los 25 grados centígrados, el crecimiento de bacterias —algo muy peligroso para la salud— es muy rápido.
Según Karen Guzmán, inspectora de Calidad en la entidad espirituana, si bien la transportación del pan es uno de los grandes problemas que arrastra el territorio, también lo es su manipulación en las bodegas, ya que muchas veces las mismas manos entregan el producto y cobran.
El súmmum de lo irreverente resulta lo que se vende a granel, donde el factor hombre entra a desempeñar su papel y lo echa todo a perder. Y ni hablar de los tanques de leche en las bodegas, a veces sin condiciones adecuadas para envasar un producto que en las condiciones actuales lo mismo llega en horas de la mañana que a las diez de la noche.
La otra cara de la moneda está en las industrias, donde, al decir de los inspectores, en ocasiones no están garantizados productos como el cloro para la higienización y desinfección, o fallan equipos de refrigeración de cárnicos porque no alcanzan la temperatura adecuada para su conservación.
Definitivamente, consumir alimentos aptos depende de mucha gente y se sostiene de numerosos poquitos, que, si a ojo de buen cubero los puede distinguir el cubano común, es incomprensible que apenas los noten directivos y responsables que consumen los mismos productos y reciben los mismos servicios.
En este gran mundo que es hoy el comercio particular hay de todo y suficiente tela por donde cortar: pizzas que se venden en un cajón detrás de una bicicleta, o refresco dispensado al que no se le puede detectar el sabor.
Aun cuando muchas cosas tienen que ver con limitaciones y escaseces, hay asuntos solubles que tienen detrás los apellidos de la incomprensión, irresponsabilidad y escasos conocimientos de los principios elementales del mercado interno y externo. ¿Directivos que no entienden la necesidad de producir con calidad? ¿Falta de control sobre los productos, la materia prima o el proceso productivo? ¿Es suficiente el rigor a la hora de cumplir con lo legislado y aplicar decretos y multas?
Las interrogantes en torno al tema son inacabables; las respuestas pudieran girar alrededor de intereses distintos, pero el centro del problema es la poca y reconocida calidad de algunos productos cuando lo único que se debe hacer es seguir un abecé inviolable cuando se trata de alimentos: garantizar la limpieza, cocinar completamente, mantenerlos a temperaturas adecuadas y usar agua y materias primas seguras, al tiempo que productores, comercializadores e, incluso, el consumidor deben ganar en educación sobre los peligros inherentes a la ingesta de alimentos no aptos para el consumo.
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