En el regazo de Guillermina —su madre— fue la niña más feliz del universo; ella y todos sus hermanos. En el hogar modesto sobró siempre el afecto con el que Mirta Ramos Ramírez arropó las primeras muñecas y acunó su sueño.
“El amor por los niños siempre ha sido primordial para mí”, dice con una dulzura que estremece mientras intenta acomodar su timidez y los recuerdos que se desbordan cuando revive los primeros años en su Caracusey natal. Pero hoy está sentada frente a mí en una de las aulas del círculo infantil Clodomira Acosta, de Trinidad y sonríe, aunque la entrevista a deshora le haga llegar más tarde a casa.
Mirta tiene la voz tierna como si acariciara las palabras: “Nunca quise ser otra cosa que educadora de círculo infantil. Todas las prácticas las hice en este centro; al graduarme en 1980, me ubicaron aquí”, cuenta y me muestra con la mirada el aula, su vida toda: “Llegué con 19 años; tiempo después cursé la licenciatura y luego la maestría. Nunca dejo de superarme; ahora estamos en un proceso de perfeccionamiento que exige adaptaciones curriculares”.
El Premio Nacional de Educación Preescolar, que recibió el pasado curso lectivo, ni lo menciona. Lo supe por su hermana, que la quiere y la admira.
Por más de 40 años, el círculo infantil ha sido también su casa: “Llego temprano para recibir a los niños que se adelantan porque sus madres deben estar en el trabajo. El resto se incorpora después; a las ocho se realiza el matutino, luego la gimnasia y más tarde se inician las actividades lúdicas donde desempeñan diferentes juegos de roles. Es uno de los momentos que más disfruto; y ellos también.
“En este horario se trabajan también, como parte del programa de sexto año de vida, la pre escritura, el análisis fónico, la Matemática y Educación Física, así como otras actividades independientes en la que los niños juegan, dibujan, ven las ilustraciones de los libros, y se atienden las dificultades de los alumnos”.
El padre de Amanda llama desde la ventana y la pequeña se despide, pero antes guarda los juguetes y recoge la bolsa de merienda. A Mirta no le sorprende mi asombro: “Los niños reciben una educación integral y se fomenta su independencia, fundamental en esta etapa. Pero hay que trabajar de conjunto con la familia a través de las escuelas de padres para lograr avances en las distintas áreas de desarrollo, que son muchas y difíciles. No hacemos nada si en el círculo alcanzan ese nivel de autonomía y en el hogar no se refuerza”.
Y habla la madre de Dasiel y Lenaisy; de tantos niños, aunque no olvida un solo rostro: “Son muchas las vivencias, y lindas”, se emociona y sus ojos van hasta uno de los rincones del aula donde los pequeños juegan a ser médicos y enfermeros: “El mayor regocijo como educadora es verlos regresar con un oficio o una profesión. Otros llegan convertidos en padres y me dicen, maestra, este es mi hijo. Veo la continuidad de mi trabajo, por eso no he pensado en jubilarme, aunque voy a cumplir 61 años”.
Mirta apenas levanta la voz, pero los pequeños la respetan: “A veces te dejan sin argumentos por sus respuestas y razonamientos; cada generación es distinta. Todo este tiempo de aislamiento por la pandemia afectó ciertas rutinas de comportamiento. Algunos niños regresaron con el estado emocional alterado, hablaban alto, lloraban; hoy ya se integran otra vez a las actividades del centro.
“Lo más importante es el amor, el cariño, la confianza, que se sientan protegidos por nosotros. En eso se basa nuestro método educativo. Los niños permanecen en el círculo gran parte del día. Mira, ya son casi las cinco de la tarde, todavía hay padres que no han podido recoger a sus hijos y estamos con ellos aquí. Nunca van a sentirse solos”.
La de la casa es una Mirta “luchona”; otra vez sonríe. No me la imagino sola —ni ella tampoco— porque siempre anda rodeada de niños para enderezar algún trazo o repasar un sonido. “La rodilla duele un poco, pero no puedo estar tranquila, soy obsesiva con todo”. Conmueven su dedicación, la ternura con la que le arregla la camisa al travieso Diego, el cariño por la otra maestra de prescolar, Bárbara Mora Lugones, su compañera por más de 30 años en el aula.
“Los niños y este círculo son mi vida, mi razón de ser”, afirma. Le crees porque casi debes sacarle las palabras de la boca para que cuente de su Premio Nacional, otorgado por la ministra de Educación, Ena Elsa Velázquez, y que reconoció los métodos novedosos de enseñanza de esta maestra trinitaria.
En el regazo de Mirta Ramos Ramírez se desbordan los afectos y hay lugar para todos. Es la virtud que tienen los maestros buenos, y las madres.
Felecidades a esa gran Educadora , que dios le de mucha salud para que continue con esa hermosa tarea.
Precioso y merecido trabajo para mi hermana mayor. Suscribo cada una de sus palabras. Es una de las semillas germinadas de Guillermina, nuestra madre y horcón.