El relato en primera persona se vuelve, a veces, una herramienta salvadora para la escritura periodística; por eso me resulta imposible retomar a distancia la peculiar historia de Alfredo Reyes, quien desde la barbería de Jarahueca alcanzó tal notoriedad que, aún fallecido, perduran sus vivencias.
En mi corta vida en ese pueblo arrimado a la carretera que conduce a Yaguajay, nunca olvido las visitas a la barbería, situada justo en la esquina más céntrica de la comarca, en aquellos años finales de la década del 60 del pasado siglo. Un salón siempre repleto de personas de todas las edades, donde se tejían lo mismo variopintas conversaciones, que cuentos y relatos que parecían no tener fin.
Hasta donde la memoria de los nueves años me deja mirar, mi barbero siempre fue Valdo (Osvaldo Cabrera); no lo escogí, a esa edad tal decisión la imponen los padres. Sin embargo, las imágenes que me regresan son las de un señor que no paraba de pelar, siempre con una cola alrededor de su sillón que parecía interminable. Era Alfredo Reyes, para muchos el barbero más renombrado que ha parido Jarahueca, famoso también en los caseríos arrimados a la Línea Norte de Yaguajay.
Muchos años después busqué a Alfredo Reyes para difundir sus historias de cortador de melenas y de unas cuantas leyendas que en ese pueblo chiquito nunca se apagan. Escambray desempolva de los archivos la vida de un barbero tan humilde y culto, como aventajado en el manejo de las tijeras; quien a la sazón de aquella entrevista confesó que, si de pelados hechos se trata, “a lo mejor medio millón es poco”. Y le creo, porque fui testigo de su destreza.
“Tú naciste debajo del pelo, me decía mi papá, que fue barbero; y a los 12 años me puso la tijera en las manos. Entonces él me dejaba solo con el cliente y luego venía a revisar el pelado. Era muy duro cada vez que hacía mal las cosas, hasta que un día, como a los 13 ó 14 años, me dijo: ése sí te quedó bueno. Y de ahí para acá, mi vida fue pelar y complacer a las personas”, contó Alfredo Reyes en aquella emboscada periodística que le tendiera Escambray hace casi dos décadas.
Siempre oí decir que cinco minutos era demasiado tiempo para un pelado de Alfredo Reyes, un servicio donde no había espacio para la chapucería. “Aquello quedaba como me lo pedían, hasta tenía oportunidad de inspeccionar el trabajo, algo que siempre hacía y de lo que nunca nadie se percató”, reveló el fígaro en la citada conversación.
No sé ahora, en aquellos años la barbería de Jarahueca casi que era el “periódico” del pueblo; allí usted se enteraba de todo, una costumbre que le encajaba a Alfredo Reyes, persona con amplio bagaje cultural y grandes dotes para la conversación.
“Antes al barbero lo veían como al chismoso del lugar; es que la gente traía los cuentos a la barbería, y como uno tiene la posibilidad de conversar, entonces en las casas u otros lugares se comentaban esas cosas, ‘lo oí en la barbería’, decían, y se creían que era el barbero. Te confieso que esa imagen que nos daban nunca me molestó”, contó entonces en aquel diálogo.
Me atrevería a decir que fueron muy pocos los que en Jarahueca, en vida de Alfredo Reyes, no pusieron, aunque sea una vez, la cabeza en las manos del ágil barbero. Y eso que años atrás esa barbería hizo época, cuando reunió a otras celebridades del oficio como Osvaldo Cabrera, Heriberto Corredera y Leovigildo García.
Sin faltar a la modestia que lo distinguió, el propio de Alfredo Reyes se abrió en aquel encuentro a las confesiones. “El trabajo que tuve en esa etapa, sin demeritar a nadie, posiblemente ningún barbero lo haya tenido. !Oiga!, la clientela era desbordante; oscuro terminaba todos los días, venía gente de Carrillo, Pedro Barba, Jicotea, Iguará, Las Minas…, de todos los alrededores. Una vez tuve un día de 60 pelados; algo increíble”, declaró sin reparar en tan productiva jornada si consideramos que entonces se pelaba a pura tijera.
Alrededor de este barbero nacieron historias personales sui géneris; pero de aquel enjambre de vivencias, las asociadas al tren adquieren verdadera notoriedad; acuñan la destreza que tuvo en el arte de pelar.
“Años atrás por Jarahueca pasaban dos trenes a las nueve y tanto de la mañana, en sentido inverso, que se llevaban pocos minutos; una vez, un hombre que le dicen Lita Bacallao, de la zona de Iguará, se desmontó del tren que llegó primero, salió corriendo para la barbería y me dice: ‘oye, mira a ver si me puedes pelar antes que llegue el otro tren’; que prácticamente estaba llegando y, además, él era un hombre cabezón y de mucho pelo; le metí mano; lo único que no hice fue peinarlo y refinarle los cortes. Dos veces lo pelé en esa misma situación y siempre le dio tiempo a coger el tren. No es que yo mismo me elogie, pero es verdad que era un relámpago”.
Hace casi 20 años en las páginas de Escambray quedó atrapada la historia de este trabajador con más de 70 años en el oficio, que trascendió más allá de la barbería de Jarahueca y vivió para consentir a quienes buscaron sus dotes de barbero.
Alfredo Reyes nunca esquivó un pelado por complicado que pareciera, así lo hizo saber al final de aquella entrevista: “Fíjate, el chofer que los trajo a ustedes me ha pedido un pelado de entresacar arriba y en las motas, que en mi vida lo había hecho, y se lo hice; nunca he dejado de complacer a un cliente”.
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