Rosabel y Gesler se conocieron en un camión de bomberos, se enamoraron en un camión de bomberos y comparten juntos una vida llena de peligros donde lo más importante es servir al pueblo.
Ella tiene 20 años, es bombera voluntaria y vivió los días más amargos mientras Gesler, de 21 y también bombero, combatía las llamas en la Base de Supertanqueros ubicada en la zona industrial de Matanzas.
Hoy ya pasó el peligro y, sin embargo, se recuerda a sí misma con los ojos y el corazón estrujados, sentada en un sillón con la añoranza y la zozobra que no ceden y que murmuran pesadillas al oído. Pero, a la vez, pletórica de admiración y orgullo ante el coraje de su esposo.
“Cuando el pasado sábado finalmente pudimos hablar y me dijo que estaba bien y que regresaba pronto, no pude parar de llorar. Nuestra niña todavía es muy pequeña para saber de las proezas de su padre, pero también lo extrañó, te aseguro que lo extrañó y mucho”.
Confiesa entonces que, de poseer algo tan divino, habría dado dos estrellas y cinco galaxias por estar al lado de su pareja durante la extinción del fuego en Matanzas, pero que su principal deber está ahora junto a su bebé de cuatro meses de edad.
Describe cómo un dolor punzante le desgarraba por dentro cuando él partió a cumplir con la Patria, pero que ante todo ahora ella es madre, dice.
Habla también de temores y demonios al saber que el joven espirituano estuvo a escasos metros de unos tanques deformados y aún en combustión, cuando llegó al lugar del siniestro.
“Sé que él no me dijo la magnitud de lo vivido en ese momento porque estoy lactando y no me puedo alterar, porque puedo enfermar a la niña, pero imagino el infierno allí. También sé que se echó a llorar porque sus compañeros me lo dijeron, pero piense, periodista, ¿quién no lloraría ante tanto dolor, ante tanta desolación?”.
De pronto, resuenan aplausos y las sirenas se suman a la algarabía de cientos de garganta que gritan: “Llegaron los héroes”. Rosabel escapa a toda velocidad del periodista entrometido y corre con la bebé en brazos al encuentro de su esposo.
Los tres se funden en un abrazo. Lloran y se abrazan una vez más. El tiempo parece detenerse. Gesler alza a la niña en alto y la contempla extasiado como si todo el universo cupiera en unos pequeños ojos color ámbar. Luego accede al dialogo con Escambray:
“Me tocó fajarme en un lugar complicado que es la zona de tuberías de descarga del grupo electrógeno y empezamos a trabajar allí a partir de las seis de la tarde hasta el filo de las 10 de la mañana del siguiente día. La noche entera sin parar, trabajando duro, jalando mangueras y echando agua, porque el carro estaba a unos 500 metros”.
De pronto interrumpe la conversación y las lágrimas le impiden seguir. Cuando habla ya no hay alegría alguna en su rostro.
“Viví momentos muy duros, como ver sacar los restos de mis compañeros, de mis amigos… apenas fragmentos óseos. Ver carros nuestros calcinados por el fuego, hechos pedazos.
“Duele saber que nuestros compañeros caídos en el cumplimiento del deber tenían familia y que los estaban esperando al igual que hoy me han esperado aquí mi esposa y mi hija. Solo que para ellos ya no hay reencuentro posible con sus seres queridos”.
Según Gesler, en las noches cierra los ojos y piensa en la juventud y en el ímpetu de unos héroes imberbes cuyas hazañas jamás serán olvidadas por el pueblo cubano.
Cuando se hable de honor, decoro y coraje habrá que mencionar a los bomberos caídos en Matanzas, para quienes el deber fue más importante que la propia vida.
Le pido algunas fotos para ilustrar lo épico de una batalla que mantuvo en vilo al país entero durante días. Responde que no tiró fotos, ni llamó en ese tiempo a la familia, porque fue tanto el desespero por enfrentar las llamas que tan pronto recibió la orden, tomó la manguera y se empapó en agua para batirse de tú a tú con los tanques. Se le olvidó que llevaba consigo el celular y lo perdió. Finaliza la entrevista y los veo alejarse tomados de la mano. Gesler Morel y Rosabel Reyes están hechos el uno para el otro, dos bomberos de la hidalguía.
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