El 10 de abril de 1892 surge en Nueva York el Partido Revolucionario Cubano (PRC), organización política conformada por clubes y células revolucionarias de ciudadanos cubanos en la emigración y en la isla, con el objetivo supremo de preparar y conducir la Guerra Necesaria hasta la total independencia de Cuba de la metrópoli española.
Para lograrlo, Martí ganó las voluntades de las viejas y las nuevas generaciones de cubanos, uniéndolas en un haz poderoso. En sucesivos discursos pronunciados en Tampa y en Cayo Hueso durante 1891, difundió la idea de la necesidad del Partido, que fue calurosamente acogida por los emigrados residentes en esas ciudades del sur de la Florida y, sin pérdida de tiempo, encabezó la comisión encargada de redactar sus bases y estatutos.
En un plazo de tres meses, del 8 de enero al 8 de abril de 1892, se desarrollaron los principales trabajos organizativos de la nueva institución política. En lo fundamental no creó organizaciones nuevas, sino que admitió en el Partido a los clubes revolucionarios ya existentes y dejó abierto el acceso para los que se formasen en el futuro, siempre bajo el principio de la voluntariedad.
El 8 de abril se efectuaron las elecciones, en las cuales José Martí fue electo delegado y Benjamín Guerra, tesorero, constituyéndose el PRC el 10 de abril, lo que coincidió con el 23 aniversario de la constitución en 1869 de la República de Cuba en Armas.
El PRC es evidentemente latinoamericanista, lo expresa en sus Bases cuando se refiere a Puerto Rico, cuya independencia auxiliará por todos los medios a su alcance; internacionalista, antirracista, democrático, y su actividad está directamente enfilada en lo inmediato contra España y en lo mediato contra las ambiciones de los Estados Unidos en la América nuestra.
El PRC es, políticamente, lo que es Martí. Él fue su artífice y lo pensó hasta en sus menores detalles. También la Guerra Necesaria. Eso lo reconoció el General Máximo Gómez cuando le escribió a Maceo: “Esta guerra, General, la haremos usted y yo, pero será la guerra de Martí”.
Los estatutos secretos del Partido, su carácter único, el programa plasmado en sus Bases, los principios programáticos expuestos en el Manifiesto de Montecristiy las ideas expresadas en la carta-testamento a Manuel Mercado, son la expresión concentrada de una ideología que clasifica entre lo más avanzado de su tiempo.
Por tanto, no es casual que fuera precisamente a Carlos Baliño, fundador junto con Mella 33 años después, del primer Partido Comunista de Cuba, a quien el Maestro le asegurara: “Revolución no es la que vamos a hacer en la manigua, sino la que vamos a realizar en la república”.
El PRC, que fue calificado por el reputado intelectual marxista Juan Marinello como “creación ejemplar de José Martí”, se funda 26 días después de que el periódico Patria, que habría de ser, sin proclamarlo, su órgano oficioso, y se adelanta notablemente por su concepción a otras organizaciones políticas de corte progresista que surgirían posteriormente en el mundo para hacer la revolución, como el periódico Iskra y el partido bolchevique de los comunistas rusos liderados por Lenin.
Siguiendo esta línea de pensamiento a la hora de analizar las circunstancias que rodean la fundación del Partido de Martí, no se puede menos que apreciar el éxito que acompañó a estas creaciones heroicas del Apóstol y sus compañeros de epopeya, en cuanto a lograr una de las condicionante capitales para todo su proyecto emancipador y fue la unidad entre los veteranos combatientes de la Guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita con la nueva generación de patriotas independentistas que él llamó simbólicamente los Pinos Nuevos.
Entre los aspectos significativos que marcan similitudes de la obra de José Martí con la de los revolucionarios que esgrimieron sus ideas en el siglo XX, para rescatar la Revolución martiana frustrada por la intervención estadounidense, Luis Toledo Sande (*) recuerda que, en vísperas de la proclamación del PRC, en el discurso del 17 de febrero de 1892 conocido como La oración de Tampa y Cayo Hueso, Martí termina con palabras que tienen clara resonancia en la Revolución cubana: “La historia no nos ha de declarar culpables”.
Es un concepto retomado seis décadas después por Fidel Castro en el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953 en la antigua provincia de Oriente, cuando expresa: “¡Condenadme, no importa, la historia me absolverá!”. Tal analogía no debe extrañarnos a los cubanos de hoy, por cuanto, cuando surge el Partido, ya estaban claras las líneas de pensamiento del Apóstol en su lucha tenaz contra el autonomismo y el anexionismo y su alarma fundada acerca del peligro inminente que representaban los Estados Unidos para Cuba y toda la América hispana.
De todo ello dan fe distintas expresiones martianas, como cuando en 1880 le habla a Máximo Gómez de la urgencia de tener un partido que impida el avance del anexionismo. Es también una de las pruebas de que la concreción del Partido en 1892 fue la obra de 12 años de tenaces esfuerzos, de incontables acciones que fueron llevando, de a poco, a ese objetivo intermedio que él consideraba imprescindible para la manumisión de Cuba.
Sí, sería un partido en el cual tendrían cabida todos los cubanos que quisieran ver libre a su patria sin distinción por clase social, credo religioso, color de la piel o cualquier otra consideración que impidiese la participación en la obra común. No era una organización con fines electorales, sino revolucionarios y liberadores. Martí mismo lo aclara cuando señala: “Y lo primero que se ha de decir, es que los cubanos independientes, y los puertorriqueños que se les hermanan, abominarían de la palabra de partido si significase mero bando o secta, o reducto donde unos criollos se defendiesen de otros: y a la palabra partido se amparan, para decir que se unen en esfuerzo ordenado, con disciplina franca y fin común, los cubanos que han entendido ya que, para vencer a un adversario deshecho, lo único que necesitan es unirse”.
Para la estudiosa Ana Cairo Ballester —ya fallecida—, el PRC fue un proyecto de cultura ciudadana. “Martí tuvo la capacidad de integrar lo hecho. No despreció el aporte de nadie, incluido a los autonomistas. Ramón Mesa era autonomista, Heredia, Varela, fueron autonomistas. Martí los usó a todos. Manuel de la Cruz sale de Cuba a trabajar, y Martí en Nueva York se lee el libro Episodios de la Revolución Cubana”.
Es un enfoque válido, una manera de decir la amplia base con raigambre inmersa en la esencia e idiosincrasia del pueblo de la nación que emerge, pues como Martí explica: “El Partido Revolucionario Cubano, nacido con responsabilidades sumas en los instantes de descomposición del país, no surgió de la vehemencia pasajera, ni del deseo vociferador e incapaz, ni de la ambición temible; sino del empuje de un pueblo aleccionado, que por el mismo Partido proclama, antes de la república, su redención de los vicios que afean al nacer la vida republicana”.
Y agrega el Maestro: “Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de afuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere. El Partido Revolucionario Cubano es el pueblo cubano”.
A 130 años de su creación, si quisiéramos resumir el significado del Partido Revolucionario Cubano, podríamos expresar que fue la obra maestra de un hombre excepcional en un momento crucial de nuestra historia.
(*) Artículo José Martí y el Partido Revolucionario cubano: Para que siga sano el corazón, publicado el 10 de abril del 2017 en Cubadebate.
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