Manaca Iznaga vive de las tradiciones, de la huella africana que asoma en cualquier patio del caserío, de la lencería que seduce desde los cordeles, de la nostalgia por la caña y de la torre que se empina a casi 45 metros de altura para dominar toda la llanura como símbolo de prosperidad.
A los pies de esta monumental estructura surgió —con el auge del turismo en Trinidad y el Valle de los Ingenios— el mercado artesanal. Visitantes de Cuba y del mundo llegan no solo para subir la larga escalera interior hasta lo alto de la atalaya, sino que también aprecian la exquisitez de las manualidades
Por el arte de entretejer hilos y puntadas precisamente comenzó todo. La artesana Yanelis Sorís Quesada decidió convertirse en promotora cultural de esta comunidad y pensó en grande. El Proyecto Manacú nació como asidero espiritual para ocupar el tiempo libre —no siempre bien empleado— de niños y jóvenes.
“Me dolía el deterioro de algunos valores por la falta de opciones en el pueblo, sobre todo el asedio al turismo. No podía quedarme tranquila y me acerqué al delegado del Poder Popular y a otros factores para darle vida a este proyecto que surgió en el 2016. Hoy, a pesar de los tropiezos, se mantiene, e incluso crece”, y la última frase casi suena a desafío.
POR EL CAMINO DE LA TRADICIÓN
A través de la cultura, el Proyecto Manacú intenta cambiarles la vida a los habitantes del asentamiento ubicado a poco más de 15 kilómetros de la ciudad de Trinidad y que fue cuna del esplendor de la producción azucarera en toda la comarca.
La idea inicialmente tuvo como propósito potenciar el trabajo con la artesanía y otras manualidades típicas de la zona, a la que se vincularon en particular las mujeres. Mas, en la piel de promotora cultural, Yanelis se percató del apego de los vecinos por las tradiciones campesinas y africanas
“Primero se me ocurrió —relata— con los objetos que durante años había encontrado en mi patio y en el de otros vecinos crear el Rincón de los recuerdos, donde se muestran fragmentos de instrumentos de trabajo y otras piezas utilizadas por los esclavos, porque no podemos olvidar nuestro origen”.
Y la casa de Yanelis se convirtió en la de todos. En uno de los cuartos, el pequeño museo exhibe las huellas del modo de vida de los negros que poblaron esta comunidad con su torre vigía, la casa hacienda convertida en restaurante y la aldea de los esclavos, cuya enfermería se ubica justo frente a su vivienda.
Luego pensó en el repertorio de música campesina y encontró guitarras y repentistas; más tarde incluyó el espectáculo del panteón Yoruba, entre los más aplaudidos.
Con algunas nociones de baile, el joven Esviel Soto Villa ayuda en la representación de las deidades africanas, aunque se lamenta por la falta de instructores de arte. “Nos hace falta un poco más de apoyo, pero vamos a salir adelante porque disfrutamos mucho lo que hacemos”.
Apenas tiene 16 años y José Antonio Amores interpreta a Changó, el Orisha de los truenos, los rayos, la justicia, la virilidad, la danza y el fuego. En cada salida pone el alma, aunque todos son aficionados. A Escambray le confiesa el sueño de presentarse en otros escenarios; y para ello necesitan más preparación.
En cuanto conoció del proyecto, Ronaldo Hernández se acercó a la promotora cultural. “Me gusta este tipo de baile y cada uno de nosotros se mete dentro del personaje; eso nos viene desde la tierra, de nuestros ancestros y vivimos orgullosos de la tradición”, asegura el muchacho.
RENACER
Como delegado del Poder Popular en Manaca Iznaga, Orelvis Suárez Castro apostó por la idea de Yanelis. “Es un proyecto cultural y comunitario que nos ha permitido trabajar de manera integrada en la transformación de problemáticas sociales a través del arte y las tradiciones. Uno de los mayores aciertos es que logra insertar a los niños y jóvenes”.
A Tania Basso Cantero, guía base de la escuela primaria del poblado, le duele recordar a los alumnos que no cumplían los deberes escolares y prefiere hablar en presente. “Los niños han cambiado gracias al proyecto; les gusta aprender sobre las tradiciones de la comunidad, otros se dedican a las manualidades, bailan y modelan. Pero tenemos que sumar a otros también”.
Las niñas Briana y Nayli son parte de Manacú. “Yanelis me enseñó a coser y a bailar”, cuenta la hermana mayor, mientras la más pequeña —con apenas cinco años— muestra uno de los solecitos que ya borda en el lienzo.
La madre, Yilian Núñez Jacomino, apoya en todo lo que puede convencida de cuánto se renueva la vida en el poblado. “Sobre todo los niños porque en su tiempo libre tienen donde estar y se divierten”.
A Lírida Fernández Sosa le gusta cantar —lo hace desde que tenía cinco años—, y gracias al proyecto y a su familia ha dejado atrás los días más tristes. Sin embargo, Laura Elena Yhanes Sorís, Lenna Laura González y Haitana del Carmen Rodríguez prefieren el baile.
“Desde pequeña comencé en este proyecto con mi mamá; la acompaño en todos sus sueños y admiro mucho su fuerza”, dice la hija de Yanelis con más madurez que sus 19 abriles y la misma belleza de Oshún, la reina de las aguas dulces, del amor y la fertilidad.
A Lenna le asienta el traje azul de Yemayá, la diosa Orisha del mar, aunque deberá alternarlo con el blanco cuando concluya sus estudios de Medicina. Haitana todavía es más joven y con 13 años puede convertirse en instructora de arte. Sería la primera en Manaca.
Si algo lastima a la creadora de Manacú es encontrar personas insensibles, que apagan la luz ajena. Por suerte son las menos y en esa porfía de ella por mejorarle la vida a su gente cuenta incondicionalmente con los integrantes del proyecto, el delegado del Poder Popular, la enfermera del consultorio y Maida Estrada Toledo, metodóloga sociocultural del Centro Provincial de Casas de Cultura. Entre las finalistas provinciales del taller convocado por el Centro de Intercambio y Referencia sobre Iniciativas Comunitarias (CIERIC), la propuesta de Yanelis transita —con sus propias credenciales— hacia un proyecto de desarrollo local. Custodiada por su torre y sus tradiciones, Manaca Iznaga renace.
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