En el corazón del barrio Sansariq, del norteño municipio de Yaguajay, no solo perdura la herencia parrandera. Unido al influjo arrollador de la conga y el clásico toque de rejas, un coleccionista también hace historia.
Todos saben de él. Mas, solo sus vecinos cercanos y familiares lo llaman por su verdadero nombre, pues para muchos ha dejado de ser Armando Ramos Martín para convertirse en La Ciencia, un alias que le viene como anillo al dedo, debido a la pasión desmedida por el conocimiento, esa poderosa fuerza que necesita para vivir.
Después de ese toque de gracia que le dio al corazón, no tuvo remedio. Sueña y lucha por coleccionar. Armando no tuvo quien lo inculcara; tampoco recibió cursos ni capacitaciones que le enderezaran el camino. Lo que ha logrado hasta hoy ha sido a golpe de empeño y de unas ganas febriles de conservar todo lo que nos ha marcado en la vida.
No por gusto recuerda con exactitud el año en el que comenzó en este oficio. Con una precisión que espanta habla del 1989, cuando el simple hecho de comprar un radio, y de buscar un botón entre los tantos de su madre, lo llevó a lo que es hoy: el único yaguajayense que defiende el arte de coleccionar.
“Desde niño me encantaba ir a diferentes lugares, y ahí aprovechaba para recoger y guardar cualquier cosa. Un buen día llego a casa de mi mamá a buscar un botón, y veo el montón de botones antiguos que tenía dentro de una caja. Fue entonces que apareció mi interés por coleccionar este tipo de objetos u otros que caen en mis manos”, cuenta el artista.
Gracias a su olfato por las obras de valor, y las recomendaciones de todos los que saben de su apego por compilar, este hombre agrupa más de 100 radios, sobrepasa los 6 000 botones, así como los 1 000 pomos y botellas. De esta forma, dichas piezas conforman sus colecciones más sólidas. No obstante, también guarda televisores, postales, llaves, y hasta un piano que todavía no ha perdido su voz.
“Los radios, por ejemplo, han aparecido arriba de un escaparate, en un rancho de reguero, o porque me los han regalado. Así los he ido ubicando. Todos los que tengo se enmarcan dentro de la década del 30 y la de los 60”, refiere el yaguajayense.
Como regla sagrada aprendida durante este bregar por el coleccionismo, Armando comenta que lo esencial es tener claro lo que se quiere conseguir en la colección. Aunque su finalidad es mostrar lo que le ha llevado años de trabajo, no deja de investigar. Con esta práctica se nutre de herramientas para narrar la historia que se entreteje en cada objeto.
“Yo soy autodidacta y, desde el conocimiento que tengo, les explico a las personas sobre el origen de las piezas. Hablo de su antigüedad, porque es esto precisamente lo que le da el verdadero valor a la compilación”, agrega Ramos Martín.
Su casa es un museo viviente en Sansariq. Envueltos en cajas de todo tipo, duermen los mejores años de una nación. Tanto es así que casi no tiene espacio para moverse. La montaña de artículos roza el techo del hogar. Solo tiene lugar para un sillón, el cual aprovecha para balancear sus sueños en el poco tiempo que le queda libre.
“El coleccionista verdadero disfruta de su obra, de mostrarle al público lo que tiene, aunque no gane un medio. Su mayor reconocimiento es que las personas vean, pregunten, y que digan también si les gusta o no lo que hacemos, pero siempre hay que llegar hasta ellos”, expresa, mientras se detiene a mirar uno de los pomos de la época del capitalismo.
“Uno comienza con una colección y después no tiene para cuando acabar”, dice al mismo tiempo en que camina en busca de algunos de sus primeros radios. Al fin los halla. Los limpia del polvo que los cubre a pesar de que hace de todo por cuidarlos. Y es que no puede defraudar a sus amigos cercanos y a los que no lo son tanto, pues se han sumado a este empeño con tal de encumbrar el valor de su muestra.
Con este ímpetu, trabaja por aumentar el nivel de sus recopilaciones, lo que le ha permitido presentarlas en diversos certámenes, en los cuales ha conquistado el mejor de los triunfos: el acercamiento al público.
“En estos años que llevo coleccionando he hecho 50 o 70 exposiciones. Expongo en las fiestas de barrio, en las semanas de la cultura, y en otras fechas señaladas”, manifiesta. Sin embargo, no se perdona no haber podido llevar su colección de radios hasta La Habana, en el contexto del centenario de la radio cubana.
Unido a su pasión por coleccionar, Armando, como todos los cubanos, se sumerge en la vorágine del día a día. Se viste de constructor y sale a ganarse la vida. En este trayecto carga con el reconocimiento social, que regala más elogios que críticas.
“Es verdad que muchos piensan que esto de coleccionar es una bobería, una pérdida de tiempo, pero por lo general la mayoría de las personas resaltan y agradecen lo que hago”, destaca el coleccionista de Yaguajay.
Por eso, no pierde las esperanzas de encontrar un local para mostrar sus piezas. Y es que, aunque busque un hueco para cada objeto y hasta haya utilizado su casa como galería, no basta para preservar el patrimonio colosal que atesora.
Mientras espera por estas luces, Armando seguirá coleccionando. No quiere renunciar a todo lo que ha conquistado y, mucho menos, a la fuerza arrolladora que lo hace vivir. Su proyecto es elevar su tesoro, ese que reposa desde hace tres décadas en el mismo corazón de Sansariq. “Quisiera llegar a los 100 años con toda la vitalidad para continuar recopilando. Siempre que tenga fuerzas, voy a seguir”, confiesa el yaguajayense, mientras saluda con humildad a todo el que se encuentra a su paso.
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