Hay regalos que no tienen precio; no es la cama ni el colchón nuevo en el que dormirá a partir de ahora, ni siquiera la casa que vio nacer desde los cimientos, de camino a la escuela. “¿De verdad vamos a vivir aquí”?, pregunta al abuelo, y no espera la respuesta. Entra, invita a sus amiguitos, corre, ríe y su rostro se ilumina.
En la inocencia de sus nueve años, Yoelvis Jaime no entiende el significado de familia vulnerable, ni de la tarea Victoria, (vinculada con la atención a niños, adolescentes y jóvenes menores de 17 años, hijos de personas que cumplen diferentes condenas de privación de libertad). Sus abuelos han sido la única cobija ante la nostalgia y esas noches de infierno en la comunidad trinitaria del FNTA cuando la lluvia humedecía hasta las sábanas.
Lo sabe —y lo cuenta con pesar— el octogenario Carlos Jaime, quien lo trajo desde Camagüey cuando apenas tenía nueve meses. Junto a su esposa, pasó madrugadas en vela por la fiebre de su nieto o calmando esa tos perruna que sobrecoge. Recuerda también las historias con las que alivió la añoranza y el dolor por lo que sobrevino después.
Pero hoy destierra las tristezas. Es mediodía y su familia agradece —más que el techo, las camas, el juego de comedor y la ropa— la generosidad de quienes se empeñaron en recordarle que su fragilidad duele y preocupa. “Esta Revolución es muy grande”, dice y su voz se rompe. Recupera entonces el aliento e intenta recordar el rostro de las tantísimas personas de las cuales recibió comprensión y ayuda.
El presidente del Consejo Popular FNTA, las trabajadoras sociales, los obreros de la UBPC Fidel Claro que ejecutaron la vivienda, las especialistas del departamento de Asistencia Social de la Dirección Municipal de Trabajo y el grupo del Gobierno en el territorio acompañaron este feliz alumbramiento desde que se gestó; antes incluso de que la lluvia y el viento de la tormenta tropical Eta se ensañara con la pequeña casa, tragada casi por los marabuzales a unos dos kilómetros de esa comunidad trinitaria.
Primero recomponer el hogar roto, aliviar la hondura de las penas — de las que hacen justicia y de las que aprisionan el alma—, salvar la sonrisa de Yoelvis y aliviar la fragilidad de dos adultos mayores; luego crear una facilidad temporal con el fin de resguardar a la familia que hoy mismo se mudará para la nueva casa. “De mampostería, dos habitaciones, sala, cocina-comedor, un baño y portal”, la describe Alberto Sorroche, presidente de la UBPC Fidel Claro, responsable de su construcción.
El joven no solo permaneció junto a la pequeña brigada que, pese a los contagios y los sustos por la covid, levantó bloque sobre bloque una de las cinco viviendas del plan estatal concluidas en el mes de enero en el municipio de Trinidad, ayudó además con la pintura y convocó a las mujeres de la base productiva para limpiar y organizar. “Esta casa es resultado de la obra de la Revolución”-—lo dice con la certeza de quien regresó con el corazón estrujado tras la primera visita a la familia Jaime.
Es mediodía y el batey del antiguo central FNTA se anima. Unos dan los toques finales, otros trasladan los artículos desde el camión hasta la morada. Todavía faltan algunos que se les entregarán en cuanto lleguen. Carlos los recibe y apenas puede pronunciar palabras, mientras su nieto no aparta la mirada de las chancletas azules, ¿“Son para mí”?, susurra. Y lo ayudan a probárselas. Hay luz en el rostro del pequeño.
Es mediodía y la familia Jaime estrena su vivienda, y una vida nueva también.
y el plan estatal de construcción de viviendas en un municipio como trinidad solo fueron 5.