Tras el triunfo rutilante de la Revolución cubana el primero de enero de 1959, Estados Unidos hizo todo de su parte para derrotarla, pues casi desde los primeros momentos se percató de que su líder máximo Fidel Castro era insobornable, valiente e inteligente en grado sumo y estaba dispuesto a cualquier sacrificio junto con su pueblo para traer a Cuba la independencia y soberanía que las guerras independentistas del siglo XIX no pudieron aportarle.
Ese imperio, cuya intervención interesada frustró la verdadera emancipación de la isla en 1898 al término de la Guerra Necesaria organizada por José Martí, no concebía entonces —como no acepta todavía— la existencia de países que no respondan a sus intereses de dominación, al hacer valer en la balanza el peso descomunal de su condición de primera potencia del mundo.
Frente a ese coloso insaciable y prepotente se alzó el hombre que no vaciló en asaltar a pecho descubierto la segunda fortaleza militar del país el 26 de julio de 1953, que en diciembre de 1956 condujo a Cuba la expedición del yate Granma con 82 hombres para enfrentar a 80 000 enemigos armados; que con apenas 300 guerrilleros derrotó a más de 10 000 soldados adversarios cuando la ofensiva de verano de 1958 contra el primer frente de la Sierra Maestra, quien el 8 de enero de 1959 entró victorioso en una Habana liberada al frente de la Caravana de la Victoria.
Razón tenía el entonces vicepresidente Richard M. Nixon cuando, después del encuentro con Fidel durante su primera visita a Estados Unidos, informó al presidente Dwight D. Einsenhower que, en su opinión, el dirigente cubano no era manejable ni sobornable y que poseía “ese raro don de liderazgo”, por lo cual recomendó su remoción del poder por cualquier vía.
La entrevista de Fidel con el narigudo personaje tuvo lugar en abril de 1959, pocas semanas antes de que, en cumplimiento del Programa del Moncada, Fidel proclamase en La Plata, Sierra Maestra, la Ley de Reforma Agraria, lo que resta credibilidad a la versión según la cual Washington emprendió el camino de la agresión contra la isla solo después de la intervención de numerosos latifundios por esa iniciativa sobre la tierra contemplada en la Constitución de 1940.
PLAYA GIRÓN: LÓGICA DE UNA ESCALADA
Hasta por lo menos la Crisis de Octubre de 1962 o Crisis de los Misiles, la política de Estados Unidos hacia Cuba siguió la lógica de la escalada, donde a una medida o grupo de medidas contra su vecina sureña, que los cubanos y Fidel hacíamos fracasar, seguían otras de mayor magnitud encaminadas al mismo objetivo de “derrocar a Castro” y cambiar el Gobierno revolucionario por otro que respondiera a los presupuestos hegemónicos de Washington.
Bien mirado, no hubo tregua alguna hacia el nuevo gobierno del archipiélago vecino, pues ya en enero-febrero de 1959 Cuba fue atacada por la prensa imperial a causa de los juicios a los criminales de guerra del régimen anterior al tiempo que el Gobierno yanqui se apropiaba de más de 400 millones de dólares pertenecientes a la isla. Robo igualmente pueden considerase los aviones militares o civiles ya pagados en todo o en su mayor parte que Estados Unidos nunca entregó a la Fuerza Aérea Revolucionaria o a Cubana de Aviación.
Otras medida hostiles de Estados Unidos incluyeron la reducción de las importaciones de azúcar y otros productos cubanos, al tiempo que acogían en su territorio a asesinos y ladrones de la dictadura, fomentaban o propiciaban el surgimiento de organizaciones contrarrevolucionarias y favorecían los atentados, sabotajes y la propaganda subversiva contra el país vecino, mientras ejercían todo tipo de presiones en el continente a través de la OEA y de gobierno a gobierno con el fin de aislar y estrangular a Cuba.
El 4 de marzo de 1960 explotó en el puerto de La Habana el mercante francés La Coubre mientras era extraído de sus bodegas un cargamento de armas belgas para la defensa del país, en lo que todo indicó que se trataba de un sabotaje orquestado por la CIA. Esto ocurría en medio de un esfuerzo intensivo de EE.UU. para que Inglaterra y otras naciones occidentales no le vendieran a Cuba elementos bélicos de ningún tipo.
En el esfuerzo coordinado por colapsar a la isla, el 29 de junio de 1960 las compañías estadounidenses Esso y Texaco y la anglo-holandesa Royal Dutch Shell interrumpieron el suministro de petróleo a Cuba y cuando esta empezó a adquirirlo en la URSS, esas entidades monopólicas se negaron a refinarlo, por lo que fueron nacionalizadas. Menos de dos meses más tarde, el Gobierno cubano decidió la confiscación de numerosas empresas extranjeras, la mayoría norteamericanas, en lo que significaron fuertes contragolpes a los agresores.
Con toda propiedad puede afirmarse que, en su obsesión por quebrantar a Cuba, Estados Unidos echó mano a prácticamente todas las medidas posibles, con excepción de la agresión armada directa, y entre esos “emprendimientos” ocuparon un lugar destacado la guerra biológica y bacteriológica contra personas, animales y plantas, y el fomento de bandas armadas.
En medio de su escalada, en Washington se concibió que la guerra irregular por medio de esos elementos, más las medidas de quebrantamiento económico, podrían dar al traste con la Revolución fidelista, pero los hechos demostraron que, en todo caso, ese objetivo no podía lograrse a corto o mediano plazo, por lo que decidieron organizar una fuerza compuesta por cubanos exilados que sería entrenada en bases en Estados Unidos, Vieques y Centroamérica, la que en un primer momento pensaron desembarcar por Trinidad, hacia donde harían confluir en su apoyo numerosas bandas de alzados contrarrevolucionarios.
Pero Fidel se les adelantó lanzando sucesivamente la Limpia del Escambray y la Operación Jaula, que desarticuló al bandidismo en la zona, por lo que, como punto de desembarque definitivo fue elegida la Península de Zapata.
SUBESTIMARON A FIDEL Y AL PUEBLO
Con pragmatismo metafísico tan propio de los norteamericanos, los sesudos de la CIA y el Pentágono hicieron los cálculos de la cantidad de efectivos que debía tener el contingente invasor, los barcos y las armas para conseguir el objetivo de destruir la Revolución cubana.
Creyeron que con 1 400 hombres, 30 aviones de combate y transporte, cinco tanques, 11 camiones artillados, 30 morteros, 28 cañones sin retroceso, 50 bazucas, 46 ametralladoras, 9 000 fusiles y subametralladoras y abundantes pertrechos bastaba para derribar el gobierno de La Habana. Como golpe decisivo, una incursión sorpresiva sobre los aeropuertos cubanos debía destruir los escasos y defectuosos aviones de la Fuerza Aérea Revolucionaria para garantizar a los agresores el dominio del aire.
Dotado de olfato político e instinto previsor excepcionales, el Comandante en Jefe Fidel Castro demostró con su actuación que poseía total conocimiento de las posibles acciones enemigas contra Cuba; su secuencia, magnitud, alcance, y hasta la fecha aproximada de su implementación.
Desde el comienzo de esas acciones, Fidel no dejó ninguna sin respuesta, lo que profundizó más la marcha del pueblo cubano por el camino de la construcción socialista. A la supresión de la cuota azucarera respondió concertando un amplio convenio comercial con la Unión Soviética; a los petardos y atentados, con los CDR; a los ataques piratas y el bandidismo, creando las milicias…
Consciente del precepto martiano de Ser cultos para ser libres, Fidel fue el impulsor principal de la Campaña de Alfabetización, como antes de la Reforma Agraria, la rebaja de los alquileres, la Reforma Urbana y otras medidas de beneficio popular incluidas en el Programa del Moncada, lo que le valió el apoyo entusiasta de las grandes mayorías.
EL GENIO MILITAR
El 15 de abril de 1961 se produjo el ataque alevoso de aviones B-26 procedentes de territorio norteamericano y Centroamérica contra los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba, sin que los agresores pudieran lograr su objetivo de destruir en tierra la exigua aviación de combate disponible, pues los aviones habían sido desconcentrados y camuflados por orden expresa del Comandante en Jefe.
El emotivo discurso de Fidel en el entierro de las víctimas fue a la vez un recuento de las agresiones del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba, un análisis de la situación creada y una ferviente llamada al combate, ya que definía la acción criminal de la víspera, de preludio de la invasión mercenaria.
Pero el pronunciamiento capital había sido hecho: “Eso es lo que no pueden perdonarnos: que estemos ahí en sus narices. ¡Y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de los Estados Unidos!”.
Una vez confirmado el desembarco mercenario por la costa sur de la antigua provincia de Las Villas, Fidel dirigió personalmente la utilización de las unidades disponibles en el escenario de los combates. El líder revolucionario delegó en el entonces capitán José Ramón Fernández la dirección de operaciones en el puesto de mando establecido en el central Australia, pero constantemente supervisó y acudió incluso a la línea de fuego a puntualizar las misiones de las diferentes fuerzas.
Con la responsabilidad principal al frente del país desde su cargo de primer ministro, el siempre invicto Comandante mantuvo el control sobre la situación y descubrió elementos claves del plan enemigo sobre cuya base adoptó decisiones que resultaron decisivas.
El primero fue la movilización general en la noche del 16 de abril; el segundo, la utilización intensiva de la aviación para echar a pique la flota mercenaria; el tercero, la deducción, de acuerdo con el escenario elegido: una zona aislada con prácticamente una sola vía de acceso y un aeropuerto, del plan de instalar allí un gobierno títere que pidiera a breve plazo la intervención de EE.UU. y la OEA.
De ahí el comentario ante sus compañeros de armas: “No se trata de impedir un desembarco, sino de exterminar inmediatamente a los invasores”. Hacia Girón marcharon entonces riadas de milicianos, policías y soldados rebeldes por todas las direcciones posibles, hasta el completo aniquilamiento de los mercenarios en menos de 72 horas.
Cuba había dado una formidable lección al imperio prepotente acostumbrado a salirse con la suya en los cuatro confines del planeta. Ellos habían subestimado el liderazgo de Fidel al frente del pueblo cubano y pagaron el precio. El David antillano no vaciló ante el poder inmenso del Goliat anglosajón, y lo venció. A partir de entonces los pueblos de América fueron un poco más libres.
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