Primero para sanar las heridas que la explosión del hotel Saratoga trazó en un pedazo de La Habana; luego ante las llamas que durante días cubrieron el cielo de Matanzas; ahora en medio de la destrucción ocasionada por Ian en el extremo más occidental de la isla, la solidaridad alivia el dolor, sofoca el fuego y enciende luces donde la oscuridad parece irremediable.
Desde que algunas voces intentaron contar el infierno de lluvias y vientos cuando el ojo del huracán Ian, escoltado por sus terribles espirales de nubes negras, penetró a tierra, desde que las imágenes saltaron a las redes sociales y los primeros reportes de noticias testimoniaban la tragedia, el corazón de Cuba duele.
Duele por la devastación de Pinar del Río y varios de sus municipios, por la urgencia de devolver a muchos el sosiego hoy con el alma rota, por las contingencias que encara el país y, sin embargo, apelando casi a sus reservas, no dará la espalda a los damnificados.
Duele también el egoísmo de algunos que perdieron menos y quieren más, mientras en La Coloma la vida casi se ha detenido para quienes están a salvo, pero no tienen nada, y se aferran a un abrazo, a una palabra de aliento, a las manos que llegan para reconstruir la esperanza.
Las huellas de Ian no se borrarán tan pronto de la geografía pinareña por más que hombres y medios de toda la isla ahora mismo trabajen allí con más intensidad que la del propio huracán; mas, se avanza en los frentes de mayor prioridad como el restablecimiento del servicio eléctrico y la creación de facilidades temporales para las personas afectadas.
En el resto de Cuba la solidaridad se me antoja como una ola que crece y su espuma clara limpia las heridas. En Sancti Spíritus, por ejemplo, viajó junto a los cerca de 65 trabajadores eléctricos todavía fajados con el amasijo de cables y postes en el suelo, bajo los árboles arrancados de raíz.
Se abrazó a la estrella blanca de la bandera que acompañó a los operarios de las telecomunicaciones, quienes tampoco piensan en regresar al hogar pese a la añoranza por los suyos.
Se multiplica en los corazones de los espirituanos —y los cubanos todos— que decidieron compartir con el pueblo de Pinar del Río lo que tienen y no lo que les sobra. Cada quien aporta lo que puede. Todo, por más insignificante que parezca, adquiere un valor extraordinario. La generosidad no tiene precio.
Lo saben los integrantes de la Cooperativa No Agropecuaria La Esperanza del municipio de Fomento, quienes en apenas un par de días fabricaron varios módulos de muebles rumbo a la hermana provincia, o los trabajadores de varios sindicatos que entregan sus donaciones en las sedes de la Federación de Mujeres Cubanas, los Comités de Defensa de la Revolución, la Central de Trabajadores de Cuba y el resto de las organizaciones de masas de cada territorio.
Artículos de aseo, ropa, avituallamiento, utensilios y comida se acopian para enviar cuanto antes al pueblo pinareño, gracias también a las iniciativas de la ciudadanía y como expresión del amor de los cubanos, ese sentimiento genuino, invencible y sanador.
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