Del amor por la enfermería nunca sintió dudas, desde que vio a la tía Noemí con el uniforme impecablemente blanco. De regresar con vida a Cuba, tampoco, a pesar de la guerra y de las minas que destrozan el cuerpo en un segundo, de la malaria y las fiebres cerebrales, de los tantísimos kilómetros entre Angola y su Trinidad natal.
Sentada en la sala de su casa, Heidi Peña Peña evoca a la joven que —con 25 años y mucho más delgada— acompañó a las tropas militares cubanas en la nación africana. “En el hospital la alarma de combate se escuchaba a cualquier hora”, dice casi en un susurro mientras parece revivir el rugir de las sirenas y la angustia que aprendió a controlar por sus pacientes.
A Luanda arribó en 1979, cuatro años después del inicio de la Operación Carlota, que se prolongaría por más de tres lustros hasta culminar el 25 de mayo de 1991. Sin proponérselo, la muchacha sería una de las protagonistas de esta hazaña militar, decisiva para el logro de la independencia de Angola.
“Yo siempre dije que iba a ser enfermera —recalca sin sombra de arrepentimiento pese a tantos sobresaltos—. En 1971 me hice auxiliar ante el llamado de la Revolución y fui a cumplir el Servicio Social en Güinía de Miranda. En Santa Clara me gradué de enfermera general y al concluir me ubicaron como supervisora en el Hospital General de Trinidad. Meses después comencé en la Terapia Intensiva, donde permanecí por más de 22 años hasta mi jubilación.”
¿Y la misión cómo llega?
“Primero preguntaron sobre mi disposición para participar en una misión internacionalista. No dudé en responder. Para mí fue muy importante el apoyo de mis padres, que siempre me transmitieron mucha seguridad y esperanza. Tiempo después recibimos una preparación militar en Cuba hasta que en el año 1979 salimos rumbo a Angola.
“La primera escala fue en Guambo, una provincia al este del país. Cuando llegamos al hospital había muchos heridos mutilados, fue un choque emocional muy fuerte, pero no podíamos flaquear. El personal sanitario cubano desempeñó también un papel importante en esa guerra. Los últimos meses permanecí en una sala de quemados en Luanda. Son imágenes imposibles de olvidar”.
Y en medio de tanta tristeza, sobreponerse también al temor de la muerte.
“Nuestra vida en Angola siempre estuvo en un hilo. Un disparo, una mina, un accidente en la selva, las enfermedades… Había que estar con los cinco sentidos en alerta y ser muy disciplinado. Creo que fue lo que me salvó.
“Era muy duro ver salir a un compañero y que no regresara con vida. Recuerdo un fin de año que me asignaron como enfermera para el traslado de un paciente grave a causa de complicaciones por el paludismo. Viajamos de noche, pero el helicóptero pudo ser blanco de un disparo de las tropas enemigas. Sentí mucho miedo, no lo voy a negar”.
Pero no fue la única vez. Y Heidi se estremece cuando evoca la caravana que atravesó el país del Este al Sur, de madrugada y con el temor de caer en una emboscada. “Nos llevamos hasta nuestros muertos”, narra y la voz se le hace un nudo en la garganta.
“Las órdenes militares son secretas. Nos comunicaron que debíamos movernos y llevar solo la mochila de combate. Las tropas se adelantaron para habilitar el nuevo campamento, pero nosotros llegamos primero. Cansados, abatidos, con pocos alimentos y reservas. A veces me sentí al límite, como en esa ocasión”, confiesa esta trinitaria que desde entonces aprendió a amar más la vida.
¿Cómo valora la participación de la mujer en estas misiones internacionalistas?
“Muchos fueron los cubanos que cayeron heroicamente en tierras africanas. Y eso no podemos olvidarlos. Las mujeres también desafiamos peligros y los rigores de la guerra.
“Durante el repliegue del campamento, nuestros compañeros hicieron un cerco para que yo y la otra enfermera pudiéramos bañarnos por miedo a un ataque de soldados de la Unita. El médico que estaba al frente nos cuidaba mucho y el resto sentía un respeto grande. Siempre nos sentimos protegidas. Además, en todo momento me hice valer”.
Si tuviera la posibilidad de regresar en el tiempo, ¿qué cambiaría de su historia?
“Absolutamente nada. No fui obligada a la misión. Tenía mis convicciones muy claras. Angola era entonces un país devastado por la guerra; regresabas con la ropa que te llevabas y nada más.
“Tampoco había las posibilidades de comunicación que existen hoy. Una carta se demoraba meses en llegar. La primera vez que vine de vacaciones encontré a mi madre muy delgada, pensé que estaba enferma, pero era la preocupación permanente por mí. Perdí a mis abuelos y lo supe mucho tiempo después.
“El último año trabajé en Luanda y fue más llevadero. Las enfermeras angolanas me llamaban colona porque siempre estaba pendiente a los pacientes. Era una sala de quemados y hacía hasta lo imposible para que se alimentaran bien. Sin embargo, todos nos respetábamos, e incluso después de regresar a Cuba mantuve correspondencia con algunas de mis compañeras.
“Es una experiencia inolvidable. Vivo orgullosa de mi profesión, de la familia que forjé, de mis dos hijas y de mi esposo Emiliano”.
Se lleva las manos al pecho; le parece sentir la fría chapilla que colgó durante dos años en su cuello y la angustia a la que logró sobreponerse. Heidi Peña no murió en Angola y 30 años después, desde la sala de su casa, invoca la fe que la sostuvo. “Siempre tuve la certeza de que iba a regresar con vida”.
Fue un sacrificio muy grande pero así son las mujeres de convicción revolucionarias forjadas en el deber , disciplina , responsabilidad y sensibilidad internacionalista capaces de dar hasta su propia sangre por salvar la vida de otros, esas son nuestras mujeres con estirpes de Mariana . Muchas Felicidades para esta bella mujer en el día de la medicina y a todo el personal de la salud.