Primero debió ser el estruendo, ese ruido seco que inundaría en minutos hasta las almas. Y luego el polvo blanquecino oscureciendo la calle, los pedazos de paredes y de techos y de lámparas cayendo sin remedio, los gritos estremeciendo más que la explosión misma del hotel Saratoga… ahogando hasta la vida.
Bastó una fuga minúscula, tal vez, en una de las mangueras del gas y el olor penetrante advertido por el cocinero para presentir quizás la tragedia.
Una premonición apenas y el Saratoga deshaciéndose en mil y un pedazos para confirmarnos la peor de las tragedias.
Un hotel entre escombros y los cuerpos también, un hotel derrumbándose y alrededor de pie los bomberos, rescatistas, paramédicos… intentando reconstruirle la vida a muchos, un hotel que se hace añicos y afuera miles que se hacen trizas ante tanto dolor.
Los números desgarran tanto como las imágenes: 22 fallecidos -entre ellos un niño-, más de 70 personas hospitalizadas, varios desaparecidos.
Hay rostros que duelen como también hay historias que alivian en medio de tanto caos: el chofer de transtur que aguardaba al frente por los turistas que andaban de recorrido y sobrevivió; los jóvenes que escalaban hasta el peligro para buscar sobrevivientes; los cientos de personas que extendían sus brazos para donar sangre; los médicos que aún sin estar de guardia volvieron al hospital para salvar.
En pedazos ha caído la majestuosidad del Saratoga; igual le ha colisionado, en segundos, la vida a muchísimos cubanos. Y uno piensa sin quererlo en los que yacen entre los escombros, en la desesperación de los familiares que aguardan por noticias, en los que esperan por los listados de los nombres y quieren, aunque la realidad los descarne, que ningún conocido aparezca en esa lista.
Primero la explosión y ahora solo queda una congoja que enluta a toda la isla, el desconsuelo por tantas vidas que se escaparon en un instante.
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— Presidencia Cuba ?? (@PresidenciaCuba) May 6, 2022
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