Lejos del azul del mar que la acarició siendo niña, adolescente y luego mujer, de su natal Trinidad, donde anduvo tantas veces sorteando adoquines bajo sus pies, de su familia toda, de sus costumbres y tradiciones, así vive, desde hace unos 36 años, Iraida Santos Calzada, quien se dedica a la cría y cuidado de los peces, en la Estación de Alevinaje, único centro de su tipo perteneciente al sector de la Acuicultura en Sancti Spíritus.
“Un día me fui a La Habana a estudiar Biología Marina en la Escuela Nacional Andrés González Lines y cuando regresé graduada me ubicaron en este lugar para cumplir mi servicio social, pero nunca imaginé que pasaría aquí el resto de mi vida”, así lo cuenta Iraida, quien desde entonces desanda los estanques repletos de peces para proporcionarles todas las atenciones que requieren esos animales destinados al cultivo intensivo.
¿Qué le impidió regresar a Trinidad?
El amor a mi esposo, a quien conocí aquí y comenzamos una relación que llega hasta nuestros días, pero también me enamoré del trabajo de la estación, de la forma en que uno se familiariza con cada especie que llega nueva, de lo que nos aporta el comportamiento biológico de los animales, su adaptación al medio, al alimento. Es como ver a un niño cuando nace y luego lo acompañas durante su crecimiento.
¿A qué distancia vive de la estación?
Relativamente cerca, en un batey que se llama Brígido y está situado a pocos kilómetros de aquí. Diariamente me levanto bien temprano y, después de hacer las labores imprescindibles de una casa en el amanecer, salgo rumbo a la Estación en mi propia volanta, porque ya a las siete estoy revisando los estanques para ver el comportamiento de la biomasa, si hay algún problema, si necesitamos realizar un muestreo a los alevines, en fin, participo en cada proceso porque los peces, en este caso las clarias, son complicados.
¿Durante qué tiempo cuida de ellos en los estanques?
“Aquí los recibo con diez gramos de peso y pasados 60 días de atenciones esmeradas los entrego con 50 gramos, entonces pasan a otras áreas para completar la ceba hasta que alcancen su talla comercial. Mientras tanto, es preciso pasar por varios procesos, como el de desdoble, cada 15 días, que es donde seleccionamos a los más grandes y los separamos hacia otras piscinas en tierra, eso se hace sábado, domingo o el día que toque y por ningún motivo lo podemos posponer, porque las clarias se depredan y, si no intervienes a tiempo, el pez grande se come al chiquito”.
Enfundada en su traje de laboreo, con un pañuelo que la protege del sol, botas de gomas, camisa de mangas largas, así se presenta Iraida. Sus días son muy duros porque, aunque llueva, truene o relampaguee los peces exigen atención.
“Los alimentamos con pienso en dos ocasiones y una tercera vuelta con una mezcla de desperdicio de pescado molido y afrecho para potenciar su nutrición —aclara la criadora—. Cualquiera que no conozca de este oficio puede verlo como algo fácil y como que ya estamos acostumbrados, después de casi 36 años que llevo en esto, quién me podrá hacer un cuento. Mas cuando miro en la distancia y veo solo agua debajo el sol, la vista se me nubla con el brillo, eso sin contar las caminatas por toda la granja, incluso, la humedad, porque hay que entrar al estanque para hacer el desdoble o checar el desarrollo de los peces y no podemos delegar en nadie más”.
¿Y sus hijos qué opinan de este oficio?
“Ellos no siguieron mis pasos y desde pequeños prefirieron estar en Trinidad, junto a mi familia que me apoyó para que yo pudiera continuar aquí. Entonces los visito cuando salgo de vacaciones, porque el trabajo me ocupa todo el tiempo, pasamos varios días juntos, recorremos las casas de parientes, amigos, y cuando se acaba el descanso, de nuevo regreso con mis peces a la Estación de Alevinaje, que es como mi segundo hogar”.
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