El recuerdo más lejano de Arletys Medina González pende de tonadas e improvisaciones. Prácticamente desde que abrió los ojos, sintió a su padre y tías alzar sus voces como legítimos defensores de la música campesina.
En su casa, afincada en una esquina de un monte yaguayajense —sin vecinos cercanos— aprendió de décimas, canturías y sonoridades que irremediablemente la enamoraron. A la vuelta de 31 años, es ella hoy una protectora a ultranza de todas esas expresiones de nuestra cultura.
“En estos tiempos que corren, con tantas tendencias intentando robarse el protagonismo de nuestros ritmos más autóctonos e identidad, se precisa enseñar nuestras raíces —reconoce esta joven, quien además de interpretar melodías educa a nuevas generaciones en su natal Mayajigua—. Cuando escucho a alguien decir que a la juventud no le gustan las tonadas, décimas… es porque las desconocen. No se puede amar lo que no sabemos”.
Sabe de qué habla. Desde su egreso de la otrora Escuela de Instructores de Arte Manuel Ascunce Domenech, en Villa Clara, se propuso, poco a poco, seducir a las generaciones menos experimentadas. Hoy en Mayajigua disfrutar de niños y adolescentes desafiándose a ritmo de tonadas resulta un verdadero goce.
“Creo que nací para enseñar con lo que tanto me identifico. El punto cubano es un arte oral que se transmite de generación en generación. Me preocupa mucho que el público que decida disfrutar de la música campesina no sepa cómo dialogar con nosotros y, sobre todo, me quita el sueño que no exista una continuidad para que siga esa expresión musical viva por muchos años más”.
Integrante de la séptima graduación del proyecto de instructores de arte, Arletys Medina González labora en la Casa de Cultura Deysa Pérez, de Mayajigua, donde dio vida al proyecto sociocultural Guajimaya.
“Es un juego de palabras, si es que se le puede llamar así: guajiros de Mayajigua. Soy una guajira que ama la música, que sin conocer ni a sus propios coterráneos se fue un día para una escuela lejana, donde me costó mucho adaptarme, pues nunca había salido de mi casa y allá aprendí la técnica de lo que conocía de forma autodidacta por proceder de una familia musical.
“Al retornar a mi localidad no podía hacer menos que formar a quienes tienen talento para interpretar ya sea con sus voces o instrumentos. Dicen que soy muy exigente, pues en los talleres de música campesina, de 30 estudiantes que pueden comenzar, quedan al final seis o siete. En el resto de los talleres no sucede así.
“Para cantarle a nuestra música campesina, lo primero es sentirla. Les enseño las tonadas y he logrado que sus presentaciones tengan calidad, que al final es lo que les permitirá que otras muchas personas los sigan y reconozcan”.
Guajimaya nació como resultado del taller de repentismo José Mariscal Grandales, de Yaguajay. Además de aprender cómo afinar y construir versos con rima, también se habla de tradición y patrimonio.
“Trabajar con niños y adolescentes no es cuestión fácil. Hay, en mi opinión, un problema de imagen muy grande porque cuando decimos música campesina pensamos enseguida en dos señores mayores. Yo experimenté en esa edad lo que hoy llamamos bullying por defenderla. Resulta muy difícil superar esas burlas y, por tanto, muchos desisten seguir por el camino de los acordes y composiciones.
“Pero, gracias a nuestro constante quehacer, ya en Mayajigua hemos cambiado un tanto eso. Incluso, no son pocos los que les piden a mis alumnos: ‘Oye, tírate una decimita’. Eso es bastante notorio, cuando para nadie es un secreto que consumen lo más mediático: reguetón y otras tendencias foráneas”.
Al unísono de los aprendizajes mutuos en cada taller y presentaciones de Guajimaya, Arletys Medina González no ha dejado a un lado los escenarios. Palmas y cañas, Mediodía en TV, el programa campesino de la Emisora municipal La voz de Yaguajay y cuanta peña la invite confirman que el bautizo de la Alondra de Mayajigua se le ajusta a la perfección.
“Hace apenas unos meses logré firmar contrato con la Empresa Comercializadora de la Música y los Espectáculos, de Sancti Spíritus. Resulta muy engorroso para nosotros los instructores profesionalizarnos, pero ya es una meta cumplida. El asistir a esos espacios también ha ayudado a que mis alumnos se motiven. El que nos visibilicen a los jóvenes cultores de la música campesina es importante para sostener el legado.
“Soy solista, pero me he vinculado a otros proyectos. Hace muy poco, decidimos con el cantor villaclareño Antonio Lavilla García unirnos en el dúo Sol y trino. Trabajamos un repertorio tradicional campesino, tonadas espirituanas, puntos de esquina…, expresiones que se han perdido un tanto, después de la desaparición del conjunto Los Pinares que tanto prestigia a nuestra cultura. Sin perder las esencias apostamos añadirle una sonoridad joven porque puede ser ese un atractivo para quienes nos escuchen”.
¿Qué necesita la Alondra… para regalar su arte?
“Ver a los niños cantar. Ver a mi papá hacerlo también. Él ha sido muy importante en mi carrera. Pero, sobre todo, que el público acepte y disfrute lo que les regalo”.
¿Contaremos con esa pasión por mucho más tiempo, tanto en talleres como en los escenarios?
“Mientras Dios me lo permita, así como la salud y capacidad mental, lo voy a hacer. La Alondra de Mayajigua no abandonará lo que tanto amo”.
Y deja escapar la sonrisa retenida durante todo el diálogo. Arletys Medina González salvaguarda con sus enseñanzas e interpretaciones lo más autóctono de la música campesina, verdadera joya de nuestro acervo cultural.
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