Sin conciencia crítica, se sabe, no puede existir un pensamiento histórico propiamente científico sobre los hechos objetivos del pasado.
La historiografía cubana relativa a la génesis de La bayamesa y su conversión en símbolo nacional se ha desarrollado, hasta hoy, con una notoria pobreza de fuentes documentales que permitan, a partir de la adecuada contrastación, reconstruir de modo certero algunos hitos de la marcha guerrera.
Buena parte de esa historia se ha pergeñado apelando a la memoria de ciertos testigos y con el concurso mañoso de la imaginación, que ha venido a llenar los vacíos o a dar forma plena a lo endeble y neblinoso.
Así, hasta la tercera década del siglo XXI hemos arrastrado con la idea de que Perucho creó la letra en un rapto de inspiración encima de Pajarito, apremiado por el pueblo bayamés. Y, a pesar de que algunos historiadores han declarado la falsedad de esta idea, es muy probable que sigamos cargando con ella, toda vez que insisten en repetirla medios de comunicación, textos educativos y de divulgación, y aun autoridades gubernamentales y políticas. Para colmo, en el artículo 49 de la Ley de Símbolos Nacionales vigente se lee que La bayamesa
«[e]s un himno de combate, surgido en el fragor de la lucha por nuestra independencia». Si la palabra fragor no ha cambiado su significado ‘ruido estruendoso’, esta expresión de la norma jurídica sitúa el origen de la obra en medio de la contienda…
A raíz de las celebraciones por el 150 aniversario del canto colectivo de la marcha, Cubadebate publicó el texto «La trascendencia de las “Bayamesas”: la canción romántica y el himno patriótico». Su autor, el Dr. Eduardo Torres-Cuevas, afirma en él:
[…] el 24 de julio [de 1868], día de la celebración de Santa Cristina, tuvo lugar una reunión en el domicilio de Pedro Figueredo, a la que asistieron los principales conspiradores de la región. En la misma, el propio autor y anfitrión ejecutó en el piano la pieza musical y su esposa, Isabel Vázquez, interpretó la letra. Años después, uno de los asistentes introdujo la novedad de atribuirle la letra del himno a Isabel Vázquez. No es de dudar que dada la relación que tenían ambos esposos, Figueredo haya consultado o escuchado alguna que otra sugerencia de Isabel. Aunque la intención del testigo, Carlos Manuel de Céspedes y de Céspedes, hijo del Padre de la Patria y esposo de una de las hijas de Figueredo, no parece ser más que un desconocimiento de las interpretaciones anteriores que había tenido la marcha patriótica, sirvió para nuevas y extrañas especulaciones.
Nuevamente la intriga funcionó en aras de disminuir el valor de una de las más bellas figuras de la historia revolucionaria cubana.
Solo en el libro Bayamo, de José Maceo Verdecia, he visto la referencia a la ejecución instrumental del himno durante los festejos de Santa Cristina. Allí, sin embargo, no se especifican los nombres de los concurrentes ni se alude al canto de La bayamesa. Maceo Verdecia es bien parco, habla de «una reunión que con tal fin se había celebrado en la casa de Perucho Figueredo, donde, ejecutado por él en el piano, escucharon la música del himno».
¿Cuál es la fuente utilizada por el doctor que avala el importantísimo aserto de que la esposa de Perucho cantó el himno esa noche?
Constituyendo una poderosa prueba de que la letra no se compuso el 20 de octubre, sino mucho antes, considero que debió explicitarse, porque devendría, sin duda, un hallazgo clave en los estudios sobre La bayamesa.
Por otra parte, no fue únicamente Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes, como el doctor sugiere, quien testimonió por escrito que la autora de la letra era Isabel Vázquez, su suegra. También lo hicieron Ángel y Blanca Figueredo, hijos de esta y Perucho, en carta del 19 de junio de 1900, hecha pública en el periódico La Lucha, el 11 de julio del propio año, por Fernando Figueredo Socarrás ―sobrino de Perucho―. En ella los hermanos atestiguan que «la música del himno fue inspiración de nuestro padre, tocado en el ingenio Las Mangas, de su propiedad, en el mes de marzo de 1868; y queriendo hacer partícipe a su esposa de su inspiración, y siendo ella inclinada a la poesía, le dejó la tarea de ponerle los versos, y por lo que declaramos que los versos que Ud. publica en el himno fueron puestos a la música por Isabel Vázquez de Figueredo, nuestra querida madre».
Tanto este relato como el de Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes mencionado por Torres-Cuevas ponen en solfa la autoría de la letra y la data de la génesis que ha privilegiado la historiografía cubana, sustentándose en el relato del libro de Maceo Verdecia, conforme al cual, en la madrugada de 14 de agosto de 1867 Perucho compuso la música; y tras la capitulación de Bayamo, la letra.
¿Quiénes son los responsables de la «intriga» para «disminuir el valor de una de las más bellas figuras de la historia revolucionaria cubana»? ¿Los mismos familiares de Figueredo? ¿O Paloma González Alfonzo y sus tutoras Caridad Valdés y Yamila González Ferrer, quienes en una investigación defendida en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana en 2011 proponían considerar a Isabel Vázquez coautora? ¿Acaso ser el creador de la melodía no basta para convertir a Perucho en un cubano notable? ¿En qué lo demeritaría que la esposa hubiese compuesto la letra?
Si fuese verdad, ningún demérito habría. Como tampoco en el que a Antonio Rodríguez Ferrer se le reconociera en el articulado de la Ley de Símbolos Nacionales la autoría de la introducción, la armonización e instrumentación de la pieza tal como ha trascendido. Es lamentable que el nombre de este artista solo aparezca en la partitura que se anexa a la norma jurídica, en franca omisión de las recomendaciones del musicólogo y director del Museo Nacional de la Música, Jesús Gómez Cairo (2018), vertidas en un folleto meses antes de promulgarse la ley: «Es […] ineludible ponderar enfáticamente el nombre y las acciones de José Antonio Rodríguez Ferrer en esa historia, donde muy poco aparece y como deslizado, a pesar de la enorme significación de su labor como músico en la configuración definitiva de nuestro himno nacional».
Controvertida resulta también en la historia del himno la fecha de su ejecución coral por doce jóvenes bayamesas en las afueras de la Iglesia Mayor, seguida de una procesión cívica, tras escucharse, en el interior del templo, un tedeum de agasajo por la victoria de los insurrectos y bendecirse la bandera de Céspedes.
El Dr. Torres-Cuevas asegura que los hechos ―salvo la bendición de la bandera, que no menciona― acaecieron el 28 de octubre de 1868. Aunque tampoco precisa la fuente, es casi seguro que se apoya en el relato de Candelaria Figueredo, único que conozco que establece esta datación.
Según Maceo Verdecia, todo sucedió el día posterior a la rendición de Bayamo ―que en la primera edición de su libro se ubica el 20 de octubre; y en la segunda, el 21―. Es decir, para el historiador bayamés el tedeum, la bendición de la bandera, el canto coral y la procesión cívica ocurrieron, en ese orden, bien un 21 de octubre, bien un 22.
Para Eusebio Leal, sin embargo, fue el propio día de la toma, antecediendo a la primera interpretación colectiva de la letra, de acuerdo con lo que se colige de un texto suyo publicado en Granma en 2016. Y para uno de los fundadores del Comité Revolucionario de Bayamo, el maestro José María Izaguirre, excepto el canto coral, al cual no alude, todo aconteció el 8 de noviembre de 1868 (v. infra).
Cotejemos tres fuentes:
1- El historiador Rolando Rodríguez (2005) ha encontrado una comunicación que el 24 de octubre de 1868 dirige Perucho a Céspedes, para participarle que al día siguiente, el 25, «después de cantado el tedeum dispuesto por Ud. […] he determinado, si Ud. tiene a bien aprobar, un paseo por las calles principales de la población llevando a la cabeza del cortejo nuestra bandera que será saludada por la banda de música y coro de ambos sexos que tocarán y cantarán el himno y marcha de La bayamesa».
Y continúa Rodríguez: «En comunicación del 25, Figueredo puso en conocimiento de Céspedes que el vicario foráneo de Bayamo, Isidoro Serrano, le había pedido al menos aplazar el tedeum solemne […] Por esa razón, Figueredo informaba que había designado para que celebrase la misa al «capellán mayor del Ejército Libertador, C. Emiliano Izaguirre»».
- En el nro. 14 de El Cubano Libre, del viernes 6 de noviembre de 1868 se lee la siguiente orden del día, firmada por Céspedes: Los jefes y oficiales y las tropas acantonadas en esta heroica ciudad, concurrirán el domingo ocho del corriente, después de la misa de ordenanza, a la bendición de la
bandera destinada a la división bayamesa, y concluido el acto se entregará dicha bandera al oficial encargado de su custodia, previo su juramento y el de las tropas que componen la división; concluyendo tan importante solemnidad con una procesión cívica a la cual concurrirán
todas las corporaciones políticas, militares y demás cuerpos y personas que componen nuestro gobierno libre. - Vidal Morales, en Iniciadores y primeros mártires de la revolución cubana (1901), incluye una cita extensa de un texto escrito por José María Izaguirre que no he conseguido identificar. Este es el final de la cita del patriota bayamés: El día 6 de noviembre […] se dio la orden correspondiente, y el domingo 8 del mismo mes a las ocho de la mañana, el ejército entero acudió al templo, donde se bendijo la bandera, en un solemne tedeum, y haciéndose nuevamente cargo de aquella la señorita Figueredo, se dio principio a la procesión cívica, que recorrió las principales calles de la población, a los acordes de la música y del himno bayamés, que se cantó entonces por primera vez. ¿Tiene sentido que, a causa de las dificultades con la autorización eclesiástica, el tedeum se celebrara, no ya el 25, como había pensado y «dispuesto» Céspedes, sino el 28, como afirma Candelaria ―y ratifica Torres-Cuevas―; y que, once días después, el 8 de noviembre, como asegura Izaguirre, se efectuase la bendición de la bandera en el propio templo, acompañada de otro tedeum? ¿Las dos ceremonias solemnes se realizaron separadas, pero la tradición oral e historiográfica, por error, las reunió? ¿Ambas tuvieron como colofón sendas procesiones cívicas en las que el pueblo interpretó el himno? ¿Y el estreno coral a cargo de las doce señoritas, por fin, cuándo aconteció? ¿No sería, en realidad, un coro mixto, como quería Figueredo? Son muchas las preguntas, y no entiendo a partir de qué evidencias científicas el Dr. Torres-Cuevas se decanta por una de las posibles respuestas, mucho más cuanto esa respuesta viene dada, presuntamente, por una testimoniante para quien ni el día de la toma de ciudad ni el del canto colectivo de La bayamesa ―según veremos enseguida― coinciden con el refrendado en el Decreto 74 del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, del 22 de agosto de 1980, mediante el cual se instituye el 20 de octubre como Día de la Cultura Nacional.
Aunque diversos autores han ofrecido fechas distintas para la toma de Bayamo, de acuerdo con Ludín Fonseca en su prólogo a Bayamo.
Toma, posesión y quema (2013), siguiendo la cronología del relato del jefe de las tropas españolas emplazadas allí en 1868, el teniente coronel Dionisio Novel e Ibáñez, parece claro que, en efecto, sucedió el 20 de octubre ―y no, digamos, el 21, como sostiene Candelaria Figueredo en sus apuntes autobiográficos y registra Céspedes en su diario en dos anotaciones diferentes: «Hace 4 años que se firmó la capitulación del Cuartel de Infantería de Bayamo y quedó prisionera su guarnición con todo su material de guerra» (21.10.1872); «Quinto aniversario de la capitulación de la guarnición española de Bayamo» (21.10.1873)―.
Si hacemos caso a Novel e Ibáñez, la capitulación se firmó en el cuartel en horas bien tempranas de la mañana, no en la plaza Isabel II, como trascendió a partir del libro de Maceo Verdecia y todo el mundo se ha cansado de reproducir.
Y, si creemos al opúsculo de Candelaria Figueredo, de 1929, el célebre episodio de Perucho escribiendo la letra de la marcha sobre su caballo tuvo lugar, no el día de la toma, sino cuando los rebeldes atacan la ciudad, el 18 de octubre: «No habrá pluma que pueda describir el delirio, la emoción de aquel hombre y aquel pueblo que le oía e imitaba; y a los acordes de aquel himno asaltamos la plaza». La expresión «que le oía e imitaba» sugiere que los bayameses articulaban el texto verbal, guiados por la voz de Perucho.
Ramiro Guerra, en su Guerra de los 10 años (1972), es aún más meridiano: «Se cantó por vez primera con gran entusiasmo en las calles de Bayamo, el 18 de octubre». Y Enrique Gay-Calbó lo es menos; en su libro Las banderas, el escudo y el himno de Cuba (1956) hace mención exclusiva a la música: «Cuando entraron las tropas libertadoras en Bayamo el 18 de octubre del año 1868, con Carlos Manuel de Céspedes y Perucho Figueredo a su frente, vibró en los aires La bayamesa, aquella música instrumentada por Muñoz
Cedeño».
¿Cuál es el dato objetivo incontestable conforme al cual se puede afirmar, con total certeza, que el pueblo bayamés interpretó el himno por primera vez tras la toma y no durante el ataque? De hecho, ¿no tiene más sentido que lo hiciera al atacar, puesto que a eso llama su letra?: «Al combate, corred, bayameses, […] no temáis una muerte gloriosa, / que morir por la patria es vivir […] Del clarín escuchad el sonido. / A las armas, valientes, corred.»
No se trata de, por mero impulso pueril, virar patas arriba lo que de la historia patria se ha sistematizado en el imaginario sociocultural. Se trata de, como investigadores, ser humildes y a la vez recios, manteniéndonos fieles a la verdad: lo que no está probado de manera fehaciente debe declararse como presumible, probable, posible… Bajo ningún concepto debe expresarse de otro modo, si se quiere hacer ciencia, algo bien distinto de fundar o recrear mitos, que luego reciben el espaldarazo de los libros para la enseñanza y de las leyes.
He aquí otro mito: el artículo 49 de la Ley de Símbolos Nacionales afirma que las notas de La bayamesa «presidieron todos los actos del movimiento independentista, revolucionario», idea que se ha machacado hasta el cansancio y con la cual el propio Torres-Cuevas, en un momento de su artículo, pareciera concordar: «Ello explica que, al marchar a los campos mambises, La bayamesa de Figueredo se convirtiera en el himno de los patriotas», aunque más adelante asevere, contradictoria, pero certeramente: «La bandera cubana, según la había definido la constitución de Guáimaro y había sido lavada con la sangre heroica de los mambises, presidía cualquier acto, cualquier reunión, cualquier local, cualquier hogar, que se definiera como cubano. No ocurría así con el himno».
En primer lugar, La bayamesa no pudo ser «el himno de los patriotas» en los campos insurrectos de Cuba en la guerra de los Diez Años, por una razón elemental: interpela en su primer verso solo a los bayameses, circunstancia que debió distanciarlo de tanto caudillo local como había en la manigua y de tanto soldado de disímil procedencia.
En segundo lugar, está comprobado que no fue «el himno de los patriotas». Más ajustados a las necesidades prácticas y concretas de la lucha, existieron, por ejemplo, el Himno holguinero, compuesto en 1870, y el Himno de Las Villas, de 1874. En el de Martínez Freyre —a semejanza del bayamés― se llama al combate a los coterráneos de la patria chica: «¡A la lid, holguineros valientes!». En cambio, en el de Hurtado del Valle, el único vocativo que aparece es el genérico hermanos, y se pone cuidado en distinguir la multiplicidad de orígenes de las fuerzas a que se dirige: «Los generosos pueblos de Oriente / De sus guerreros mandan la flor, / Y con vosotros marcha el valiente / Camagüeyano batallador.»
El carácter inclusivo de la interpelación permite comprender el arraigo del Himno de Las Villas entre el mambisado durante buena parte de la primera guerra. En una de las conferencias impartidas en Cayo Hueso entre 1882 y 1885, Fernando Figueredo Socarrás relata las circunstancias en que surgió. En febrero de 1874, acampadas las tropas en San Diego de Buenaventura, en el Departamento de Oriente, cundió la noticia de la decisión de invadir el territorio de Las Villas: «Debido al entusiasmo que dominaba a todos, se rogó al dulce poeta villareño el Hijo del Damují, que improvisara con ocasión del suceso, y a poco corría de mano en mano, en cuartillas de papel, y luego quedó grabado en la memoria de todos, el hermoso himno […] que fue desde aquel momento el canto de guerra y que bien o mal, solo o en coro, era cantado a toda hora».
En contraste con lo anterior, Fernando Figueredo no mienta La bayamesa en ninguna de las conferencias. Ni cuando refiere hechos bélicos ni cuando narra actos solemnes como los juramentos de Cisneros, Spotorno o Estrada Palma al asumir la presidencia de la República en Armas. Tampoco en su relato de los festejos celebrados en Bijarú, 1876, por el octavo aniversario de iniciada la guerra. ¿No resulta extraño, tratándose de que Figueredo Socarrás, participante de la toma de Bayamo, fue un divulgador incansable de la pieza del tío?
Notorio es también que no se mencione en las actas donde se reseñan las sesiones de la Asamblea de Guáimaro, incluida la del 12 de abril de 1869, que describe la investidura de Céspedes como presidente de la República en Armas. Destacan, además, las omisiones en el resto de la literatura de campaña más difundida sobre la Guerra de los Diez Años, a diferencia de lo que se verifica en algunos diarios y memorias de la Guerra del 95.
Concluyendo este particular asunto: si no aparecen evidencias documentales contrarias, todo hace suponer que, similar a lo acaecido con la bandera del alzamiento de La Demajagua entre los delegados a la Asamblea de Guáimaro, La bayamesa no alcanzó reconocimiento automático y generalizado como emblema del movimiento independentista durante la primera gesta libertaria. Debió mantenerse viva, sobre todo, entre los emigrados bayameses, señaladamente los familiares y allegados de Perucho Figueredo. Solo una vez terminada la contienda de los Diez Años, mientras crecían los afanes y se multiplicaban los esfuerzos por la concertación de voluntades dentro y fuera de Cuba para romper otra vez las hostilidades, el himno bayamés pudo comenzar a cuajar, desde el exilio, como símbolo de lucha y victoria de todos los independentistas, de suerte que donde decía bayameses pudiera interpretarse cubanos, desplazamiento semántico en el cual Martí fue clave, al divulgar su letra y música en varios números del periódico Patria.
Estos errores en el texto de la Ley de Símbolos Nacionales (himno creado «al fragor de la lucha» y cuyas notas «presidieron todos los actos del movimiento independentista, revolucionario») prueban que la investigación y la difusión de la historia ―y la de Cuba más, porque es la nuestra― deben fundarse en un compromiso férreo con la verdad, y que sobre los historiadores recae la responsabilidad profesional de erradicar de una vez por todas el vicio de dar por hecho lo que no se ha acreditado científicamente.
Cuando se discutió el proyecto de la Constitución de la República de Cuba aprobada en 2019, la comisión redactora, en voz del secretario de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Homero Acosta, reconoció en una intervención televisada que no se aceptaría la petición de muchos ciudadanos de incluir en la carta magna, junto con los símbolos nacionales, los llamados «atributos» (árbol, flor y ave nacionales), porque no se había encontrado dónde, cómo ni cuándo habían surgido esas denominaciones.
Me parece muy loable su declaración y la decisión subsecuente, pero el hecho da pie, por un lado, a cuestionarnos cómo el Ministerio de Educación de este país pudo promover durante años un «conocimiento» sin basamento histórico y jurídico demostrable, y, por otro lado, a preguntarnos si el hallazgo de la comisión redactora ha generado cambios en lo que se enseña ahora mismo en las escuelas de Cuba.
Lo dicho: hay que transmitir la historia desde un apego absoluto a la verdad. Los cimientos de la patria y la nación se protegen más si, horadándolos, cobramos conciencia de cualquier relleno artificial en el suelo sobre el cual se asientan, y no cuando, ilusos, enmascaramos o pretendemos ignorar la existencia de tales falsos soportes.
EXCELENTE POR RIGUROSO, CONTUNDENTE Y ESCLARECEDOR EJERCICIO (MEJOR, DEMOSTRACIÓN) DE ANÁLISIS Y CRÍTICA HISTORIOGRÁFICA. EJEMPLAR TEXTO PARA SEPULTAR LEYENDAS Y TERGIVERSACIONES QUE, POR REITERADAS, DEFORMAN Y MAL EDUCAN RESPECTO A NUESTRA HISTORIA.
Brillante el artículo. Más que un producto historiográfico, que lo es, es un notable texto de critica historiográfica, que nos exhorta a desmontar los mitos de nuestra historia, o, al menos, a desvestir nuestra historia de todos los pomposos vestidos mitológicos con que se la ha querido adornar, innecesariamente, sin comprender que en realidad se la ha afeado por restarle verosimilitud. Aunque hay varios importantes hallazgos aquí (y deducciones cuando no hallazgos), las premisas de este trabajo son aplicables a otros casos igualmente deformados de la interpretación histórica en Cuba.
Muchas gracias 🙏 Pedro. Es genial este artículo.
Sin palabras que añadir. Todo incluido.
Bravo.
Gracias, Pedro, excelente, acuciosa y necesaria investigación.