—Mi editora preferida, revísame esa chinchila ahí.
No intento provocar celos. De seguro, todas las editoras con las que trabajaba recibían el mismo halago, gentil y galante como solía comportarse siempre mi director preferido. Y ese calificativo sí es categórico, aunque pasen los años de los años; aunque aparentemente no esté, porque en verdad no se ha ido un solo día, una sola hora, de este periódico que no fue jamás su centro de trabajo, sino su vida.
Resultaba que la chinchila —como Borrego calificaba sus notas breves para Escambray o para Granma— se convertía ante mis ojos en una disfrutable lectura, con algún comienzo sensacional o un símil perfecto que la alejaba de los caminos trillados de la información común.
Pero más deleitables aún resultaban sus reportajes inmensos, no por la extensión, sino por la forma magistral con que contaba las historias, aderezadas por un estilo natural y mágico. Aparecía de pronto, como traído del cielo, un guajiro pintoresco, con nombre digno de algún cuento garciamarquiano, capaz de endulzar la prosa con una frase que nadie podría luego olvidar.
No me crea a mí que lo veo siempre con la mirada adulona de la fascinación y el cariño. Lea un párrafo como este y sabrá de qué le estoy hablando: “Cuando pasadas las seis de la mañana del sábado Magdaleno Fundora orilló su rastra para despabilar el sueño de la madrugada con un café bien caliente, no pudo menos que sobrecogerse al oír la sentencia del policía de guardia que lo recibió cortésmente en la puerta del vehículo: ‘Continúe que en este pueblo no hay gente’. Jatibonico entero había sido evacuado hacía pocos minutos ante la amenaza real de la presa Lebrije…”.
Podía disertar de cualquier tema y hacer del ladrillo más horrendo una joya de periodismo auténtico, sin frases de menos ni de más, orgánico de principio a fin.
Conocedor increíble de asuntos tan disímiles como la ingeniería hidráulica o la producción arrocera, navegaba por temáticas económicas con total desenfado, cual avezado analista al que había que acudir como obligada referencia.
Pero de historia no había quién le hiciera un cuento. Apasionado hasta la saciedad por sus protagonistas —y más por sus intrigas y chismes no contados— hacía digeribles las batallas y podía contar la misma escena de la rendición del cuartel de Yaguajay mil veces de maneras distintas, siempre delirantes, siempre vivas…
Cada vez aparecían en sus empeños editoriales nuevas anécdotas de la Lucha Contra Bandidos, hasta crear el dosier más completo que se recuerde en la web de Escambray. Y cobraban vida los desencuentros de Gómez y Martí; los héroes humildes de Serafín; la genialidad de Fidel; los amores de Bolívar…
Pero no solo de historia vivían sus sueños, sino de presentes y realidades latentes en la realidad de los habitantes de esta isla. Desde que puso los pies en la redacción de Radio Sancti Spíritus, allá por 1988, tal fue su compromiso: humanizar el periodismo de principio a fin, echar una pelea sin cuartel por la verdad sin disfraces.
Luego llegaría a Escambray con esos mismos pasos gigantescos. De allí a Granma. Y de Granma a Venezuela… Desde cualquier escenario mostraría sus dotes de escritor innato, de periodista todoterreno, sorprendentes para alguien que nunca renunció a los ariques de aquel campito llamado Jicotea. O tal vez por eso, porque en cada texto que nacía de sus manos brotaba esa sencillez extraordinaria que vibraba en su corazón de guajiro humildísimo.
Creo que nunca durmió tranquilo. La noticia era su fiel pesadilla. Lo inquietaba, lo retaba, lo enamoraba a toda hora.
Y así, también él nos enamoraba a todos, que de pronto, sin saberlo y hasta sin quererlo, acabábamos siguiéndolo en sus más locos proyectos, al estilo de cualquier emporio del periodismo universal.
Y nunca, jamás, desde su puesto de director, dejó de sentirse el más incondicional de los reporteros.
Ni siquiera la fiebre ardiéndole en la frente logró frenar su pasión desbordante por el periodismo. Así escribió su último reportaje: “Una empresa en tiempo malo”, publicado el 25 de septiembre del triste 2021. Esa vez ya no nos sentamos juntos a elegir las fotos, como solía preferir. Intercambiamos correos y llamadas. Volví a elogiarle su texto como tantas veces, sin lisonjas baratas, con la admiración más profunda.
—¿Te gustó de verdad? ¿Le cogiste muchas cosas?
—Me encantó. Eso está genial. Ni lo toques.
No podía siquiera imaginar que hoy estaría escribiendo sobre Borrego, así en pasado. Aunque ya les digo, no se ha ido. Sigue aquí, cada día, cada hora en Escambray.
Lo podemos definir como un hombre entregado en cuerpo y alma al Periodismo. Sencillo, humano,trabajador . Supo guiar certeramente durante casi 25 años el prestigioso periódico » ESCAMBRAY».
Sin palabras, al leer la crónica lloré en silencio como cuando recibí la noticia de su partida, testigo soy de la veracidad de cada frase que se ha publicado, tuve el honor de compartir con el durante un Mandato cuando se eligió por primera vez Diputado a la Asamblea Nacional por el municipio de Fomento, su inteligencia, humildad, solidaridad y sentido de la responsabilidad y deber lo hicieron merecedor del respeto, cariño, de todos los que tuvimos la posibilidad de compartir con el diversos espacios, la huella que dejó no se borrará y seguirá viviendo entre nosotros.
Tal y como lo describes en tu cronica lo conocimos y aprendimos a quererlo, por siempre en nuestros corazones
Su obra siempre estará presente, que clase de amigo, compañero, humano y profesional. Tu crónica lo corrobora.
Me encantó. Está genial, ni lo toques. Así describo yo también este artículo, que la verdad me ha movido las fibras. Juan Antonio fue, muchos años, diputado a la Asamblea Nacional por acá por Taguasco. Por esa razón nos acompañó en muchísimas ocasiones y diferentes contextos a lo largo de ese tiempo. Aprendimos a respetarlo no solo por la responsabilidad y la importancia con la que representaba a «Escambray», sino porque cuando llegaba a cualquier lugar nos saludaba a todos, nos escuchaba, hacía de las nuestras también sus historias.
Son disímiles las anécdotas suyas que tenemos los taguasquenses; lo mismo montaba a caballo para llegar a una reunión en una localidad apartada que visitaba a los delegados en sus hogares, compartiendo siempre con sus familias, con la gente del barrio. Creo que ese término de guajiro humildísimo sí que le pegaba jjj.
Realmente por acá lo recordamos con muchísimo cariño y tenemos presentes sus enseñanzas, su visión optimista y renovadora de la vida. Juan no fue solo de «Escambray», también fue y es de Taguasco.