Tiene la luz de las obras buenas; por ello Marian Escobar Saroza regresó a la escuela, o tal vez nunca se fue a pesar de la jubilación. “La Enseñanza Especial es mi razón de ser”, dice esta maestra trinitaria que ha consagrado su vida a los afectos. Los niños, las clases, la preparación metodológica, la familia, los compañeros de trabajo, la paciencia, el amor… No necesita más para saberse educadora.
Lo aprendió en la escuela especial Jesús Betancourt, de Trinidad, una de las tantas instituciones en el país concebidas para enseñar a partir del empleo de todos los recursos, la creatividad de los docentes y desde una visión enriquecedora que optimiza las posibilidades de cada educando.
Lo sienten Michel, Amanda, Maikol y muchos otros niños, quienes desde sus trazos ingenuos y hasta sus silencios retribuyen la constancia de los profesores para que la vida les sonría con tonos más despejados.
Lo sabe Danelys Ramonet Sánchez, una de las maestras ambulantes, encargada de la atención de cuatro infantes con padecimientos que les imposibilitan asistir a la escuela. “Una de las niñas se llama María Paula; ella no puede hablar, pero cuando llego a su casa el rostro se le ilumina. Si me ve conectada en las redes sociales, con la ayuda de su mamá me envía corazones. Yo amo a estos pequeños”, le cuenta a Escambray que hoy erige un monumento a los educadores.
MÁS QUE UNA ESCUELA
Fraguada a lo largo de 60 años, la Educación Especial en Cuba se sustenta en una novedosa concepción que concibe un sistema de instituciones, modalidades de atención, recursos y servicios en función de asegurar la atención de los niños, adolescentes y jóvenes con necesidades educativas especiales, sus familias, profesores y otros especialistas.
Como centros de recurso y apoyo funcionan entonces las escuelas especiales. La de Trinidad se distingue por la entrega de su claustro y del resto de los trabajadores a los que no les ha faltado nunca el apoyo desde la dirección de Educación para contar incluso con materiales educativos o juguetes a fin de complementar el proceso educativo.
Bárbara Zerquera González, directora del plantel, elogia su colectivo. “La mayor virtud es el amor que profesamos a los niños. Los profesores frente al aula, la psicopedagoga, la logopeda, los 18 trabajadores con menos años de trabajo, a los que les digo cariñosamente jóvenes con el alma vieja por su responsabilidad, y la asesoría de la psiquiatra infantil. Pero es importante insistir en que necesitamos mucho la ayuda y la comprensión de los padres”.
De acuerdo con el más reciente diagnóstico, 161 infantes con necesidades educativas especiales en el municipio son atendidos por la institución, donde permanecen unos en régimen interno, otros seminterno y muchos se mantienen en los diferentes niveles educativos bajo la tutela de sus profesores.
No por gusto Yanelis Beltrán Domínguez, metodóloga de Educación Especial en este territorio, valora de esencial la labor de las tres maestras de apoyo del centro en la preparación metodológica de los docentes que trabajan con estos estudiantes. “Es un reto para nuestros pedagogos, porque tienen que lograr avances en el aprendizaje y la inserción plena de los niños en los escenarios escolares”, declara.
En la escuela trinitaria el amor hace maravillas. Estudiantes con diferentes discapacidades intelectuales, sordos, ciegos e hipoacúsicos articulan las primeras palabras, inician la familiarización con sonidos o descubren sus habilidades en los talleres docentes de economía doméstica, artesanía, confecciones, carpintería y técnicas básicas agropecuarias… Cada avance reconforta.
OBRA DE AMOR INFINITO
En una de las aulas del plantel, a la joven profesora Beatriz Díaz la conmueve el cariño de Angélica y Joseh. Como reconoce en la motivación el principal recurso educativo, estimula algunas de sus habilidades en el dibujo para incluir luego los contenidos docentes.
“Nuestro centro les brinda la oportunidad de socializar con otros niños y aprender un oficio. Para estar aquí se requiere sobre todo de mucha sensibilidad y paciencia. También hay que trabajar con la familia para que comprendan su papel en la educación de sus hijos; ellos necesitan una atención diferente. La meta es la inserción social siempre que sea posible”, sostiene.
En la escuela especial Jesús Betancourt los sueños vuelan alto; solo hay que recorrer la institución y visitar, por ejemplo, uno de los talleres de creación y apreciación que imparte Yesenia Díaz Alomá, instructora de la especialidad de Música. “Los alumnos participan en matutinos, recreos socializadores, talleres demostrativos, en actividades fuera de la institución, además del trabajo en la comunidad. Tenemos ganadores en concursos de música y otros proyectos pendientes como el de nuestra colmenita”.
Con profunda ternura la muchacha estimula a los niños más tímidos y guía a quienes tienen talento para el canto o el baile. “Los conozco a todos y me siento muy cómoda trabajando con estos educandos. Es muy bonita mi labor porque cuando logras motivarlos obtienes cosas maravillosas y aprendes de ellos también”, dice y toma la guitarra para juntos interpretar la Guantanamera.
Y casi al final del recorrido Escambray encuentra a la profe Marian y las niñas del taller de manualidades, una idea en la que colabora también la artesana Mery Viciedo. “Es reconfortante ver el progreso de las alumnas y su dominio de las técnicas. Este proyecto ha mejorado la conducta de algunas y sus relaciones sociales”, sostiene esta mujer de alma buena que fue mucho tiempo directora de la escuela y hoy le satisface la continuidad de su obra. Después de 44 años en el magisterio, se sabe educadora.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.