Después de los descalabros sufridos por los españoles en la Guerra de Independencia cubana en los años 1895 y 1896, la muerte en combate de Antonio Maceo a finales de ese año hizo concebir esperanzas al capitán general Valeriano Weyler y Nicolau, de que con uno o dos plomazos los españoles podían concluir victoriosamente la contienda, siempre que esos tiros impactaran en Máximo Gómez Báez, General en Jefe del Ejército Libertador isleño.
Caídos Serafín Sánchez, Antonio Maceo y otros destacados jefes insurrectos en las postrimerías de aquel año terrible, y concentradas las tropas españolas contra los exhaustos V y VI Cuerpos (*) en el occidente de la ínsula, Weyler creyó llegado el momento de aniquilar esas fuerzas, un tanto desorganizadas tras la pérdida del Titán, para luego, al estilo de una nueva “creciente de Valmaseda” (**), volcar toda la presión sobre los mambises en el centro y el oriente de Cuba y decidir la suerte del enfrentamiento.
De gran olfato táctico y, sobre todo, un estratega consumado, Gómez dedujo que, si él marchaba a La Habana y Pinar del Río, tendría que combatir según las reglas que impusiera el enemigo, en las comarcas donde tenía concentradas sus mejores fuerzas, y que allí, en uno de incontables lances, él mismo podría caer y Weyler salirse con la suya. Valoró, asimismo, que en Oriente, donde Calixto García libraba una exitosa campaña contra el enemigo peninsular, su participación solo empujaría en la dirección en que ya estaban las cosas, pero sin impacto definitivo en el conflicto.
Consciente de tales disyuntivas, el Generalísimo definió así la situación y su estrategia: “Si voy para La Habana, se acaba la guerra en Occidente y le doy el gusto a Weyler; aquellas comarcas están casi agonizando, y al ir yo pocos recursos puedo llevarles en comparación con los que van a disponer los españoles para perseguirme; en cambio, si me quedo aquí, obligo a Weyler a venir a buscarme, y como tiene mucha gente en trochas, líneas militares que torpemente sostiene y no se atreve a abandonar, tendrá que sacar soldados de Pinar del Río, Habana, Matanzas y Sagua, para perseguirme.
“De este modo nuestras fuerzas de esos territorios se reharán y tendrán respiro, habiéndole yo ayudado a ello sin buscar golpes de efecto inútiles”.
Desde finales de 1896 los mambises habían redoblado sus acciones en la porción oriental y central de la provincia de Las Villas, llevándolas hasta la misma Trocha Júcaro-Morón, pero, al parecer, no era suficiente y el sagaz dominicano, que “conocía al enemigo como a sí mismo, y había estudiado al judío-español en sus menores detalles, le tendió una trampa.
ARROYO BLANCO, ¿EL CEBO?
Algunos historiadores sitúan el ataque al pequeño poblado de Arroyo Blanco, muy fortificado entonces y posición estratégica de los españoles, como la carnada puesta por Gómez a Weyler para atraerlo a la trampa que pensaba tenderle en La Reforma; y por tanto como fecha del comienzo de esa crucial Campaña, segunda en importancia de la Guerra de 1895 tras la Invasión a Occidente.
Otros, en cambio, ubican esa acción como parte de las operaciones que el IV Cuerpo del Ejército insurrecto venía librando en la zona con el mismo objetivo fijado por el Jefe superior: provocar a Weyler para que viniera con grandes fuerzas a pelear en La Reforma la guerra que Gómez quería librar contra él.
Hoy sabemos que el Generalísimo se adelantó varias décadas a la llamada Maskirovka del Ejército Rojo en la II Guerra Mundial, en cuanto a los métodos de engaño y desinformación al enemigo, y que también precedió a los rebeldes de Fidel Castro en lo relativo al enfrentamiento y derrota de la Ofensiva de Verano de 1958 de las fuerzas de Batista contra la Sierra Maestra, en lo tocante a enfrentarse en un terreno reducido a un enemigo superior y vencerlo.
Gómez utilizó al máximo las estratagemas y engaños operativos concentrando y desconcentrando fuerzas en distintas partes de las comarcas villareñas e hizo creer a Weyler que preparaba una segunda invasión a Occidente, haciendo caer en manos enemigas informaciones reales o ficticias según las cuales se proponía marchar lo antes posible hacia el oeste.
En este contexto se inicia el 27 de febrero de 1897 el asedio a la plaza fortificada de Arroyo Blanco, donde el enemigo peninsular contaba con 14 fortines, blocaos y otros dispositivos, así como un heliógrafo para comunicarse con Sancti Spíritus, que a su vez lo hacía por telégrafo con La Habana. El mando hispano en esta ciudad envió con urgencia un fuerte destacamento de refuerzo a los sitiados, en tanto los mambises emboscaban otra fuerza que acudía desde Ciego de Ávila en ayuda de los suyos en Arroyo Blanco y libran el combate de Juan Criollo.
Esta acción marcó el inicio de la ofensiva española contra la Jefatura del Ejército Libertador. Los españoles lograron que los insurrectos tuvieran que levantar el sitio de Arroyo Blanco (***), que posteriormente fue convertido en centro de las operaciones hispanas en la zona.
LA CAMPAÑA DE LA REFORMA
Creyendo anticiparse a la supuesta segunda invasión hacia Occidente, Weyler acudió a Las Villas y se estableció en Sancti Spíritus, región hacia donde hizo confluir 33 batallones, 40 escuadrones y seis baterías artilleras de las fuerzas españolas destacadas en Pinar del Río, La Habana y Matanzas, debilitándolas. En lo adelante seguiría el guión preparado para él por Máximo Gómez, quien había escrito en su diario: “…mi propósito principal es ver la manera de obligar al General Weyler a que mueva grandes fuerzas sobre estas jurisdicciones de Las Villas debilitando las que ha echado sobre Matanzas, La Habana y Pinar del Río”.
Entretanto, el Generalísimo reorganizó las fuerzas a su mando en la zona, y en especial el IV Cuerpo. En lo adelante operaría con los cerca de 600 efectivos de su Cuartel General, su escolta y el Regimiento Expedicionario, mientras utilizaría también como apoyo y según la coyuntura, otras fuerzas del IV Cuerpo, en especial las pertenecientes a Sancti Spíritus y Remedios, para un total de 4 000 hombres.
El epicentro de la Campaña de La Reforma, llamada de este modo por estar enclavada allí la finca de ese nombre donde nació su hijo Panchito, Gómez lo concibió en un espacio de pocos kilómetros cuadrados, entre La Trocha Júcaro-Morón, al este, y los ríos Jatibonico del Sur y del Norte, al oeste. Su método consistió en hacer que el enemigo actuase según lo previsto por él, y adelantarse siempre a sus acciones para que no provocase sorpresas desagradables a sus tropas.
Sabía que los españoles —y Weyler en particular— preferían moverse en grandes y lentas columnas de muchos efectivos con predominio de la infantería, artillería y una gran impedimenta, mientras los mambises privilegiaban la caballería y una infantería menor, pero muy aguerrida, que actuarían continuamente sobre aviso, pues cada campamento español sería espiado por parejas de insurrectos encargados de avisarle los movimientos de cada columna en el terreno, determinar su número, composición y dirección de la marcha, etc.
Gracias a ese método, Gómez podía situar en los lugares óptimos las emboscadas encargadas de causarle bajas al enemigo, provocarlo para que lo persiguiera y hacerlo internarse en parajes infernales de marismas y pantanos plagados de mosquitos, jejenes, niguas y otros parásitos, y cuando los cogía la noche, no les quedaba otro recurso que establecer vivaques para pernoctar y encender fuego para espantar las plagas, lo que los insurrectos aprovechaban para tirotearlos a fin de no dejarlos dormir y reponerse del cansancio de las marchas constantes bajo un calor abrazador, que los agotaban y amilanaban.
Esa fue la tónica de las acciones que impuso Gómez al adversario y que en incontables escaramuzas, marchas y contramarchas, 26 lances mayores y otros 15 de menor rango dentro de la Campaña, y una serie de combates y acciones de distinta envergadura fuera de los límites de La Reforma, provocaron al enemigo alrededor de 25 000 bajas entre muertos, heridos y enfermos, en los casi 14 meses que se extendió —desde febrero de 1897 a marzo de 1898—, mientras los insurrectos cubanos contaban apenas 128 en sus filas.
No habían transcurrido cinco meses del inicio de la Campaña, cuando en julio de1897 Gómez escribió en su diario: “Sin embargo, yo creo que hemos dominado la situación, pues se empieza a sentir cansancio por parte de los españoles. La falta de salud en sus soldados y de dinero en su caja me hacen ver, en no lejano plazo en el General Weyler a un General fracasado”.
Y tenía razón el General en Jefe, pues precisamente el 18 de julio, el premier español Cánovas, protector del siniestro Valeriano, le confió a un amigo dilecto que ya daba la guerra por perdida: “(…) pues los militares no solamente no aciertan, sino que, además, abusan de una manera escandalosa de la situación.
Meses más tarde el asesino Weyler, que provocó un holocausto entre los civiles cubanos con su política de Reconcentración, era destituido de su cargo y llamado de vuelta a Madrid, al no poder sofocar la insurrección en Cuba y ganarse con sus métodos el repudio internacional y, en primer lugar, de EE.UU.
Vista en perspectiva histórica, la Campaña de la Reforma tuvo, aparte de sus resultados militares, una repercusión política y psicológica enorme. Con el sucesor del defenestrado Marqués de Tenerife, Ramón Blanco y Erenas, España se vio obligada a decretar el régimen autonómico en Cuba, tratando de salvar su dominio sobre la isla, pero ya resultaba demasiado tarde. La Reforma había sido el tiro de gracia al poder colonial español y a Weyler, quien muy bien pudo haber colegido: Perdí la guerra por dos plomos que no dieron en el blanco.
(*) Por deficiencias del Consejo de Gobierno en el exilio y factores en la isla, a Occidente casi no llegaban armas ni hombres de refuerzo.
(**) Arremetida española contra las regiones liberadas de Santiago de Cuba y Guantánamo en 1869-1871 dirigida por el General Blas Villate.
(***) El propósito principal del asalto no era tomar el poblado y sus fortificaciones, sino, precisamente, provocar a Weyler para que viniese.
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