El grupo Teatro La Trinidad, fundado en octubre del 2007 y radicado en predios trinitarios, bajo la dirección artística y general de Yanny González, ha logrado vislumbrar los primeros pasos hacia un discurso escénico particular con su más reciente montaje de Las tres viejas, un melodrama grotesco del autor chileno Alejandro Jodorowsky. Obras como Baños públicos S.A., de la dramaturga cubana Esther Suárez Durán, así como Tabú, Caniquí, Candelaria Bonachea y Génesis, firmadas por el propio director, han garantizado la permanencia del colectivo en la mente del espectador.
La búsqueda de un lenguaje peculiar, la investigación y una necesidad inminente de expresión es lo que ha llevado a Teatro La Trinidad a existir, a mostrar este nuevo montaje que, no me cabe dudas, constituye una senda hallada. En este sentido, el colectivo ha encontrado en este texto foráneo puntos en común desde lo filosófico, lo sociológico y lo ontológico: una tríada que está ofreciendo estadios de calidad en el discurso espectacular.
Alejandro Jodorowsky, junto a Fernando Arrabal, resultan los creadores en del Movimiento Pánico (1962), un concepto que amalgamaba, en esencia, el terror, el humor y la confusión. Su definición de “pánico” alude al Dios de la mitología griega Pan, un sátiro que deleitaba a las criaturas, perseguía ninfas y era poseedor de una sexualidad desmedida. Este movimiento, que contó con la participación de Arrabal, del ilustrador Roland Topor y del propio Jodorowsky, esbozaba en su concepto tres principios básicos: el terror, el humor y la simultaneidad.
Este es un género que combina, por contraste, lo bajo y lo elevado, lo culto y lo popular, lo refinado y lo escatológico. El propio Arrabal aseveraba que el objeto en sí mismo no es despejar la confusión del hombre en la sociedad actual, sino denunciar lo que esta confusión puede generar en las personas y la sociedad.
En la representación de Las tres viejas que pudimos apreciar en el Teatro La Caridad de la sureña villa los espectadores somos provocados por el montaje, el cual crea una especie de desconcierto, un sinsabor, una hilaridad, un extrañamiento que nos traspola a un estadio de suspensión de la realidad que, francamente, es disfrutable. A las claras, el director y su equipo entienden —y lo traducen escénicamente— que la sociedad moderna se volvió loca: en ella abundan el caos y la sinrazón.
Yanny González ha logrado inscribir en el cuerpo-mente de los actores estos contrastes, por tal motivo devela un tipo de proyección actoral que combina la existencia de los pares amor y odio, lo sagrado y lo sacrílego, lo culto y lo popular, lo refinado y lo vulgar. Todo de manera escénicamente sincera y desenfadada, lo cual es una virtud evidente que encuentra sus cimientos en la dirección de actores y el concepto de la puesta.
Mención aparte merece el desempeño actoral, y comienzo con Leyen Reca Beltrán, quien ofrece un producto que se debate entre registros vocales extrañados y la defensa de una cadena de acciones físicas y una conducta escénica en franca coherencia con el concepto del espectáculo. La actriz deja ver los opuestos de dolor interior y conducta escénica farsesca, y destaca, además, el diseño de un personaje que sufre y sabe que sufre, pero que juega y sabe que juega con este grito del alma: se sabe sin salida, sin esperanza ni fe.
Por otro lado, Jenifer Cabrera Escobar entrega a Gracia un personaje coherente, sincero en su proyección, que deja ver un tipo de conducta que mezcla lo onírico y lo burlesco. Su desempeño está muy a tono con la estética del grupo y el concepto del montaje.
Por último, Julio Luis Morales entrega a una anciana que se apoya en la fisicalidad orgánica e hilarante. Entiendo que el experimentado actor imbrica a fuerza de contrastes su desempeño en el todo del espectáculo, por lo que merece detenida atención su acierto a la hora de mezclar sus potencialidades físicas y vocales en pos de la armonía del espectáculo.
Asimismo, destaca la visualidad ideada por el propio creador de la puesta, en estrecha vinculación con el diseño de vestuario y de utilería, obra de Viviana Herr Vivas.
No obstante, debiera revisarse para futuras funciones la extensión de algunas escenas, específicamente en aspectos relacionados con su tempo-ritmo. También, atender a la continuidad y coherencia del diseño de banda sonora, a cargo de Luis Diego del Junco. que, si bien fue planteada con tino en los primeros minutos de espectáculo, ya luego se abandona cuando en realidad debiera afianzarse.
Algo parecido sucede con el diseño de luces en manos de Víctor Echenagusía, quien alcanza, a ratos, tonos barrocos, ambientes ensalzados con claroscuros, pero deja a un lado estos aciertos.
Considero que la puesta en escena es un organismo vivo, que se sustenta en el encuentro con el espectador. En este sentido, Teatro La Trinidad ha hallado con Las tres viejas una fuente de retroalimentación con el público más heterogéneo.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.