La palabra amor no solo designa un sentimiento —que el Diccionario de la lengua española (DLE) define de diversos modos—, sino, entre otras cosas, la persona amada, acepción en la cual se emplea tanto en singular como en plural. Así, podemos decir o escuchar Perdí el amor que le tenía a Fulano (amor ‘sentimiento’) y, también, Fulano es mi nuevo amor o Fulano fue uno de mis tres grandes amores (amor ‘persona amada’).
Otro tanto se da con amistad para muchos hablantes cubanos. En el español hablado en Cuba amistad indica lo mismo ‘afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona’ —Nuestra amistad se ha probado en las más difíciles circunstancias— que ‘persona con la que se tiene amistad’. El Corpus del Proyecto para el estudio sociolingüístico del español de España y de América (PRESEEA) atesora ejemplos de este uso, grabados en 2010 a hablantes habaneros: “si son personas […] que no tengo una relación muy allegada, lo trato […] de usted, de señor […]; pero si es una amistad, tú, tuteo”; “yo me fijé en el muchacho, y lo conocía; era […] el hijo de una amistad de mi mamá”.
Parece que esta acepción no es ni tan nueva ni exclusiva de Cuba: en el Tesoro lexicográfico de Puerto Rico descubro que ¡hace casi noventa años! Augusto Malaret, en su diccionario de 1937, registraba el vocablo amistad, en singular, como sinónimo de amigo, y afirmaba que en ese sentido era “usual en todas partes”.
En la Cuba actual, sin embargo, algunos hablantes no establecen tal sinonimia; emplean amistad para aludir a la persona con la que tienen un vínculo de menor compromiso e intensidad que el representado por la palabra amigo(a): “en el barrio quizás lo que me queda es alguna amistad, pero no amigo como tal”. Incluso, en plural, parecen distinguir entre ambos sustantivos: “nunca me relacioné en el barrio con nadie; todas mis amistades y amigos son de afuera” (PRESEEA).
En contraposición, para el diccionario académico el vocablo amistad, cuando se refiere a persona, equivalente a amigo, ha de ir únicamente en plural, uso que se documenta desde el siglo XVI, de acuerdo con el Diccionario histórico de la lengua española (1933), como en esta realización que tomo de una conferencia impartida por Alejo Carpentier en 1973: “El rey de todos ellos era el famoso y mitológico personaje de Yarini […] pasaba con traje de dril cien, con un tremendo jipijapa de esos que valían doscientos dólares […] y hay veces que hasta enfilaba por la calle Obispo a caballo, saludando a las amistades”.
Es un hecho que ambos vocablos, amor y amistad, han extendido su designación de lo abstracto (‘sentimiento’ o ‘afecto’) a lo concreto (‘persona’), desplazamiento semántico común en sustantivos de nuestra lengua y que, estimo, los diccionarios debieran recoger cuando alcanza probado arraigo en la práctica comunicativa, aun cuando algunos lingüistas se oponen, considerando que varios de estos usos son meras variantes contextuales y no generan, en rigor, nuevas acepciones.
En mi opinión, amistad requiere de igual tratamiento lexicográfico que amor y otros sustantivos abstractos a los cuales el DLE les reconoce el significado que resulta de su recategorización como concretos: belleza ‘cualidad de bello’ (La belleza de María encantó a todos) > ‘persona o cosa notable por su hermosura’ (Atravesó el salón abrazado a aquella belleza despampanante); autoridad ‘poder…’ (Nada convence más que la autoridad bien ejercida) > ‘persona que ejerce o posee cualquier clase de autoridad’ (Una autoridad del municipio hizo pública la medida) o celebridad ‘fama, renombre…’ (La celebridad alcanzada tan tempranamente puede ser dañina) > ‘persona famosa’ (Se acercó tímidamente a la celebridad para que le firmara un autógrafo).
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