Ni en La Guanábana ni en Fomento, Migdalia Cobo García necesita credenciales de presentación; basta decir su nombre en plena calle y cualquier transeúnte ofrece la más exacta referencia: “Esa es la doctora de la familia”. Entonces llegar al consultorio No. 5 de esa cabecera municipal es como entrar a un templo de la Medicina, donde el paciente encuentra alivio a la enfermedad.
Viste bata blanca desde 1989, mas, Migdalia Cobo no sabía entonces que tenía delante el verdadero traje de su vida: trabajar en la Atención Primaria de Salud, una ubicación que le suma 32 años; no han existido ofertas ni pedidos capaces de apartarla de ese camino. “Siempre estuve y continúo enamorada del trabajo del consultorio”, admite como si intentara escribir en una receta oral la vocación por la Medicina.
Nativa de La Guanábana, un paraje rural a medio camino entre Fomento y El Pedrero, Migdalia vive el raro privilegio de ver logrado el sueño de las dos profesiones que anheló estudiar: doctora y maestra, esta última porque ahora imparte los conocimientos de Medina GeneraI Integral a alumnas residentes que transitan por el consultorio.
“Como parte del Programa del Medico de la Familia, en mi curso Fidel propuso la idea de que los médicos comenzaran en los círculos infantiles; incluso, renuncié a la especialidad de Pediatría para que la estudiara otra doctora que ocuparía la vivienda del consultorio, como estipulaba el programa, por eso empecé mi desempeño en el circulo infantil, e hice la especialidad de Medicina General Integral”, relata a Escambray, tras regresar de visitar a un paciente.
¿Qué le atrajo de la Atención Primaria de Salud?
La Medicina General Integral tiene un encanto, y es que podemos ver a la persona en todas sus facetas; incluso antes de ser concebida, porque en el consultorio se trabaja con la mujer antes de embarazarse, después le atiendes el embarazo, ves nacer a ese bebé, lo sigues en consulta, crece, llega a joven, adulto y estás ahí ayudándolo en todas sus etapas.
También está el vínculo con la familia, ese no lo tiene ningún especialista, todo eso da aprendizaje. Por ejemplo, cuando indico un medicamento, sé las características de cómo se vive en ese hogar, sé si mi paciente va a poder cumplir el tratamiento o no, si tiene problemas mentales y puede olvidarlo, la situación económica de la casa, si tiene apoyo para un ingreso; es una cosa maravillosa lo que puede hacer un médico de la familia.
Tal vez fue por mi vocación hacia la Medicina General Integral que nunca me fui a otra especialidad; es que siempre estuve y continúo enamorada de esta profesión. Del circulo infantil pasé a la misión de Venezuela, al regreso trabajé 10 años en la comunidad de La Guanábana, mi tierra natal; fui tres años a Brasil y desde el 2017 estoy aquí en el consultorio No. 5 en la cabecera municipal de Fomento. En todo ese recorrido me han ofrecido otras opciones, pero siempre he preferido el consultorio; ya aquí me retiro.
¿Cuál es su receta como médico de la familia?
Dominar también las asignaturas de la disciplina, ética, buen trato, educación; estar preparado profesionalmente y en otros campos; tener la habilidad de saber comunicarse con el paciente, convertirse de verdad en médico del alma.
Pero el interrogatorio en el paciente es esencial, ahí logras casi todo lo que quieres saber de él. Pude haber hecho algo mejor, pero que algo hice mal no me consta, me esfuerzo para tener certeza en el diagnóstico, hasta ahora nunca he cometido ninguna iatrogenia —daño no deseado—, eso me da tranquilidad.
Si una clave tiene la medicina a este nivel es ver que el paciente atendido mejora, transforma la calidad de vida, lo otro es tratar de resolver en el consultorio todo lo que sea posible solucionar. Cuando estudié se nos inculcó mucho acudir al interrogatorio, al examen físico, a la clínica, e ir menos a la tecnología.
¿Considera válido este empeño actual por rescatar las esencias del Programa del Médico de la Familia?
No se ha inventado otra cosa más bonita y acertada en nuestro país que el Programa del Médico de la Familia, lo que pasa es que nos hemos alejado mucho de las esencias para lo cual fueron creados el médico y la enfermera de la familia. Considero muy valioso e importante rescatarlo por lo que entraña en materia sanitaria, de calidad de vida, de bienestar para la familia y la comunidad.
¿Cómo logra compaginar el consultorio con esas facetas de madre, esposa, abuela y habitante común?
Es difícil porque los médicos de la familia no tenemos horario y cuando uno se siente líder en la comunidad te llaman a cualquier hora; once de la noche, una de la madrugada, hasta cuando hay un fallecido. A veces llego a la casa a las cinco de la tarde y el teléfono no para de sonar; nadie lo coge, me dicen: “Eso es para ti”. Todo médico necesita el apoyo de la familia, puedo decir con agrado que yo lo tengo, eso me ha permitido hacer mi trabajo.
¿Cómo es la doctora Migdalia Cobo en persona?
Soy optimista, las personas me dicen que tengo un carácter noble, no peleo para nada; tengo un defecto: pongo los problemas de las demás personas por encima de los míos; si volviera a nacer y tuviera que aprender algo —que no lo dominé nunca— es a bailar. Pero bueno, aprendí la Medicina y he ayudado a mucha gente.
¿Se reprocha algo en la Medicina?
Hoy en el Programa del Médico de la Familia se trabaja con mucho papeleo, al principio no era así y lográbamos más interacción con la población y mejores resultados. Los papeles pueden estar bien, sin embargo, el éxito de nuestro trabajo está en el área y es allí, intercambiando con la gente, donde estaría la mejor comprobación
Tal vez pude haber explotado más alguna arista de investigación, pero si regresara al preuniversitario volvería a solicitar esta profesión porque me siento satisfecha con lo que he logrado. Además de la familia, la Medicina ha sido mi vocación y mi vida. Aposté por Fomento y por el vínculo directo con el paciente, no me quise alejar nunca de eso; fue lo que me gustó y lo que quiero hacer hasta que la salud me lo permita.
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