Hasta delante de un mapa a gran escala Marielena es casi invisible; hay que llegar allí para entender que el fondo del municipio de Sancti Spíritus por la parte oeste no radica en El Maizal, recala más a lo hondo, donde se acomoda un rincón de la geografía espirituana que pareciera estar fuera de la isla principal; en cambio, las coordenadas sitúan ese paraje siete kilómetros más allá del poblado, en los mismísimos linderos del río Higuanojo, casi al borde de la costa sur y a escasa distancia de San Pedro, en Trinidad.
Marielena es una postal de soledad que a ratos despabila la vida cuando zumban las abejas de regreso a los panales de la Apicultura, mugen las reses en el potrero, retumba el ruido del tractor que pica la tierra. Una voz de mujer pone sonido a la tarde llamando las vacas para el cuartón, e invita a tomar batido y café; luego, se pierde entre sembradíos en busca de la puesta de las gallinas…
En Marielena hay flores, también campos de maíz, frutabomba, guayaba, mangos y platanales; allí la vida late callada al compás de un matrimonio que vive para la tierra: Luis Enrique Álvarez Ramírez (Kiki) y Gladis Hernández Chaviano. La reina y señora de la comarca, que ni en broma admite el término de llevar una vida arrinconada, por eso se apresura a aclarar: “De la costa me separan casi dos kilómetros, pero de la mía para abajo hay tres viviendas más”.
¿Cómo puede vivir una mujer en tan apartado lugar?, indaga Escambray.
La ciudad no me gusta, a mí déjame con los animales, la siembra, la cosecha, nací en esta zona, en un barrio llamado Sanchidrián; aposté mi vida al lugar. Ayudo a mi esposo en esta área en usufructo y mi rutina es como en cualquier campo: me levanto, hago el desayuno, atiendo a los obreros que llegan temprano y dejo el almuerzo hecho, porque a las 8 de la mañana agarro el carretón y acarreo la leche de la vaquería hasta el termo de El Maizal.
Eso es de lunes a domingo. ¿Un trabajo para hombre?, que va, aquí no hay nada difícil, si hoy no ordeño es porque mi marido no quiere, pero sé ordeñar, trabajé muchos años en vaquerías mecanizadas que había antes aquí y cuando se iba la corriente seguíamos a mano; no hay trabajo en la finca que no pueda hacer.
Al regreso del termo aparto las vacas, atiendo otros animales, retomo los trajines de la casa que nunca se acaban; fíjate que no me puedo demorar mucho en esta conversación porque tengo que apartar dos vacas recién paridas que tengo allá abajo.
¿Acaso buscar otras comodidades no le motivan a dejar el campo?
Aunque ves la casita sencilla, tengo todas las comodidades aquí: luz y máquina de coser eléctricas, lavadora, otros equipos normales de una casa, hasta nevera; seguro que usted no pensó que acá abajo iba a tomar un batido de guayaba con escarcha.
Tengo mi casa en El Maizal, amueblada, con juegos de cuarto, de comedor, hasta con aire acondicionado; dos hijos varones y una hembra de mi esposo que es como mi hija también. Ellos son los que vienen el fin de semana para acá, nos bañamos en el río, hacemos una caldosa; eso en el pueblo no lo puedo hacer.
Bueno, cuando hay ciclones esto se pone feo, las otras casas más pa’bajo sí las evacuan. Nosotros no tenemos que salir, el Higuanojo a donde más alto llega es a la mata de tamarindo que ve ahí atrás. Abajo del ciclón llevo la leche a El Maizal, en eso no fallamos. Siempre me verás preparando el carretón, aparejando el caballo, también sé manejar el tractor, pero Kiki no quiere que lo haga.
Le puedo asegurar que esto acá abajo es saludable, cuando aparece una gripe u otro achaque le echamos mano al cocimiento y fuera catarro. ¿Tristeza cuando cae la noche?, jamás, no tengo nada que buscar en Sancti Spíritus, aquí veo la novela en mi televisor igual que hacen allá; claro, también hay apagones.
Esto es tan traquido que una hasta se sabe de memoria los sonidos de la noche; hace unos días sentí un ruido, levanté a Kiki, le dije: Oye, algo está sonando allá atrás; fuimos, él con el machete y yo con la linterna del celular porque no había corriente, era un majá comiéndose un pollo. Estamos en un rinconcito del mapa, pero no aislados, en línea con el mundo, como dice el anuncio de Etecsa.
¿A los 51 años no la cansa la vida rural?
Ni me cansa ni le tengo miedo al trabajo; me ausenté nada más tres años del campo por una enfermedad que se me presentó en la vejiga, pero después que me recuperé volví a lo mío. Para nada me ha hecho falta la vida de ciudad, en este fondo de Sancti Spíritus me siento una mujer realizada, feliz aquí abajo, espero echar mi vejez completa en este lugar. También siento felicidad cuando puedo ayudar a otra persona ante un problema de enfermedad u otra cosa.
Créame que disfruto esta vida y estoy contenta, tampoco piense que en un lugar como este hay tiempo para aburrirse; aquí sobra el trabajo, esta mañana había una carnera pariendo, antes de que caiga la noche tengo que ir a verla. ¿Pelear yo?, nada de eso, pregúntale a Kiki; si me ves brava es porque no tengo café, mi matrimonio es bien llevado, ya andamos por 26 años.
No te puedo hablar de una vida social como en un poblado, pero soy federada, coordinadora de la organización en la zona, fui presidenta de los CDR 14 años, cuando hay elecciones trabajo en una mesa electoral y en la Cooperativa El Granma soy la que atiende el trabajo comunitario.
Por mí no me iría nunca de aquí, fíjate que Kiki quiere comprarse una casa en el pueblo y le dije: Bueno, será para ir y venir, porque para vivir allá permanente no me gusta. A cada rato me dice: “¡Mira que los jejenes están bravos”; yo siempre le digo: Vete, que yo me quedo; ni el jején me va a sacar de Marielena.
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