«Los internacionalistas cubanos hicieron una contribución a la independencia, la libertad y la justicia en África que no tiene paralelo».
Nelson Mandela
Ni un océano de por medio ni la amenaza de un imperio, ni la crueldad del enemigo o el peligro de remover la política de coexistencia pacífica y distención impidieron a la máxima dirección de la Revolución Cubana decidir, en menos de 24 horas, luego de una reunión larga y serena, enviar la primera unidad regular de tropas cubanas, el 5 de noviembre de 1975, para apoyar al Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) y proteger la integridad física de los instructores cubanos que ya se encontraban allí, a solicitud del líder Agostinho Neto.
Tras una de las guerras por la liberación nacional más largas de África (1961-1975), el 16 enero de ese año se había firmado, en Lisboa, el acuerdo para la independencia de Angola. Pero antes de poder sacudirse del dominio portugués, desde todas sus coordenadas padecía ese país la amenaza de una nueva ocupación.
Desde Zaire, tropas regulares con vínculos con la CIA habían penetrado en su territorio en marzo. Por el oeste, la Unita, liderada por Jonas Savimbi, mantenía contactos con militares portugueses y compañías extranjeras.
En tanto, fuerzas de África del Sur se habían abalanzado sobre Namibia, hasta burlar las fronteras angolanas. A una celeridad de 70 kilómetros diarios avanzaba el ejército sudafricano en su propósito de ocupar Luanda e impedir que Agostinho Neto asumiese la Presidencia de la nueva nación.
Ante la escalada de los ataques, en los que ya se había derramado sangre cubana y angolana, en La Habana el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, no demoró su determinación.
Fue así como inició, aquel 5 de noviembre, la Operación Carlota. A un primer batallón reforzado de tropas especiales, en el que se contaban 650 hombres, durante los siguientes 15 años se le sumaron más de 377 000 combatientes, quienes cruzaron el Atlántico, y unos 50 000 colaboradores civiles de la Isla ofrecieron allí asistencia educativa, de salud, constructiva y hasta artística.
Al mismo tiempo, millones de hombres y mujeres aseguraron desde Cuba el éxito de cada misión de esta gesta altruista que «modificó de manera definitiva el mapa político del África Austral y aceleró el fin del oprobioso régimen del apartheid», en palabras del General de Ejército Raúl Castro.
Poco más de 2 000 cubanos, la mayoría jóvenes, murieron en tierras angolanas. Las cartas eran el vínculo con sus familias, con sus amigos, con sus amores. Hacían internacionalismo, durante una de las más grandes estrategias militares de la historia moderna, con la misma naturalidad con la que les escribían a los suyos.
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