El patrimonio documental es invaluable. Constituye un bien público muy preciado que perdura en bibliotecas, archivos, museos y otros lugares de custodia. Trinidad guarda como reliquia su pasado, una fuente viva de sabiduría, historia y cultura de la tercera villa fundada por los españoles en Cuba.
Numerosas son las instituciones que en la sureña urbe resguardan esa herencia cultural, pero pocas las manos, en particular jóvenes, consagradas a la tarea de conservar y restaurar documentos antiguos que registran la memoria de los hechos y de las actividades humanas para comprender de dónde venimos y valorar quiénes somos.
Descubrir y pulir esas manos de ángeles resultó entonces uno de los aciertos del primer curso de Restauración de papel que incorporó a su programa curricular la Escuela de Oficios Fernando Aguado Rico, de la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios. Los siete jóvenes egresados de la nueva especialidad, no solo desarrollaron acciones de conservación, limpieza manual y encuadernación de documentos valiosos, sino que se “enamoraron” de un oficio casi en peligro de extinción.
El Archivo Histórico Municipal Joaquín Llaverías Martínez —escenario principal para las actividades prácticas— les agradece la restauración de importantes periódicos de la época y de otros textos que forman parte de los 31 fondos documentales adormecidos sobre los estantes de cabillas corrugadas y cartones de bagazo, enemigos de este tesoro de papel
DOCUMENTOS EN BUENAS MANOS
“Cuando llegamos por primera vez al Archivo no sabía que la institución existía —confiesa Juan Pablo Sibello Yantá, uno de los jóvenes egresado del curso y apasionado por la historia escrita—. No tenía conciencia de su importancia, de la cantidad de información que contienen estos documentos y de cómo pueden desaparecer si no se les cuida.
“En el tiempo que estuvimos aquí trabajamos con protocolos notariales y el periódico provincial; además de intervenir mapas de los siglos XVIII y XIX, los cuales se encontraban en muy mal estado de conservación. Hicimos una labor minuciosa de restauración de seis planos de la colonia en Trinidad, que en mi opinión fue de vital importancia”, refiere este muchacho que dejó inconclusa la carrera de Filología y sueña con ser restaurador.
A su lado, Ana Yitsy Rodríguez Ávila hojea las páginas envejecidas y muestra a Escambray varios ejemplares antiguos del impreso, nuevamente encuadernados y con un pequeño resumen de las noticias publicadas en esos años por el diario de los espirituanos y relacionadas con el acontecer del sureño municipio.
Mapas, periódicos, libros gruesos con lomos de cuero y cubiertas de madera de cedro, fotografías… atesora la institución que ha visto también pasar el tiempo en espera de una restauración del edificio y de la modernización del equipamiento adecuado para preservar ese patrimonio documental; no solo como reliquia, sino como fuente de consulta, porque ahí se encuentran nuestro pasado y presente.
“El aporte de estos muchachos fue extraordinario —sostiene Alberto Entenza Novoa, quien más de una vez ha compartido su preocupación por el deterioro de los fondos documentales bajo su custodia—. Durante sus prácticas trabajaron la encuadernación que se hacía antes, aprendieron cómo se rescata un libro con hojas sueltas, con el lomo y las cubiertas deterioradas y aplicaron técnicas manuales de restauración”.
Así, en un ejercicio de deleite y de paciencia, los estudiantes retiraron presillas y otros elementos de metal, limpiaron y juntaron pedazos de papel, cosieron cubiertas, encuadernaron, revivieron la historia… “El curso se hizo de manera titánica porque los recursos que se utilizan en estas labores son muy costosos y escasean, como el papel japonés, las gomas de pegar, las cartulinas neutras, las prensas hidráulicas. Recibimos apoyo de la Oficina del Conservador y otros se adquirieron por gestión propia”, agrega Entenza Novoa.
OFICIO QUE NO DEBE MORIR
De la misma manera que es responsabilidad de la nación conservar, proteger y custodiar su legado histórico, lo es la de rescatar el oficio de restaurador de documentos, en particular en una ciudad como Trinidad que guarda aún escrituras originales de las primeras viviendas construidas alrededor de la Plaza Mayor, la iglesia y sus ermitas, las Actas Capitulares del Cabildo —la más antigua data del año 1724—, fondos personales de familias ilustres como las Sánchez e Iznaga, la Antigua Notaduría de Hipotecas, entre tantos otros testimonios del pasado.
Pero esa memoria escrita es vulnerable a la humedad, los hongos, las plagas, el paso de los años y a la falta también de una labor constante de conservación preventiva de los fondos documentales. Una de las razones, según el director del Archivo Histórico Municipal, para formar a estos jóvenes, todos con aptitudes y habilidades creativas en la salvaguarda de importantes capítulos de nuestra historia.
“Para muchos investigadores de la ciudad es una preocupación el deterioro que muestran estos fondos; los archivos no son cementerios, sino instituciones culturales y fuentes de consulta para la población. Necesitamos darle vida útil a esa documentación y para ello la labor de los restauradores es esencial”, refiere el director del Archivo trinitario, donde tampoco ha sido posible avanzar en el proceso de digitalización
Sin embargo, ninguno de los egresados del curso, con categoría de obrero calificado, a pesar de que muchos poseen el título de bachiller, cuenta con ubicación laboral. “Tenía la ilusión de poder ejercer esta profesión y nos preparamos muy bien. Hay muchos documentos que necesitan recuperarse”, se lamenta Rodríguez Ávila.
“No solo trabajamos con el soporte de la información, sino que también se procesa el contenido y se enriquece el conocimiento”, refiere su compañero y el graduado más integral, quien se prepara para los exámenes de ingreso al Centro de Capacitación para el Turismo en Trinidad.
El Archivo Histórico despide con nostalgia a los jóvenes. En sus viejos anaqueles reposa una documentación muy antigua, única y que necesita de sus manos de ángeles. “Es una de las instituciones más importantes del país; sus fondos reúnen las condiciones para declararse Patrimonio Cultural de la Nación”, sostiene Entenza Novoa.
“Los documentos llegan hasta aquí con más de 30 años de antigüedad y después de un proceso de descarte. El reto más importante es que en las instituciones donde nacen se conserven, sigan su ciclo vital y perduren para la historia.”
El experto hace pública otra preocupación: “Es imprescindible que los archivos de Salud conserven toda la documentación de lo que ha sucedido con la pandemia para que pueda registrarse y conocerse esa historia después de 100 años. Las personas que estuvimos dejaremos de existir, pero a través de los testimonios escritos se pueden testificar los hechos ocurridos décadas atrás.”
Y es que la historia nos hace mirar irremediablemente al pasado para defender nuestro futuro.
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