En Cuba, al día de los santos inocentes se le conoce comúnmente como “el día de los inocentes” y llegó con la colonización española, tradición que se fundió luego con todas las influencias que dieron lugar a lo cubano, hasta convertirse en el momento favorito para realizar bromas de todo tipo.
A pesar de que existen muchas contradicciones históricas asociadas a fechas y personajes, esta costumbre tiene su origen en un episodio cristiano: la matanza de los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), ordenada por el rey Herodes I, con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret.
El pasaje aparece en el Evangelio de Mateo (Mt 2, 16-18) y cuenta que: “Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Rama, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen”.
Pero este día, que se vive en todo el mundo hispanohablante, más bien se asocia a la inocencia como el polo opuesto a la picardía.
Las bromas llegan hasta la difusión de noticias falsas por medios de comunicación, publicaciones de chistes, incluso se llega a poner en apuros a personas en los barrios, los colectivos y las familias.
El colmo es que en algunas zonas de América no se acostumbra a prestar bienes este día, ni objetos ni dinero, pues durante la jornada el que pide prestado se puede apropiar del bien adquirido.
De ahí, algo que de vez en cuando se escucha poner como excusa para no devolver lo pedido: “Inocente palomita que te dejaste engañar” o su versión ampliada: “Inocente palomita que te dejaste engañar, sabiendo que en este día nada se puede prestar”.
Sinceramente la primera vez que leo un periodista a través de un medio de comunicación hacer referencia a algunos pasajes bíblicos en los que como dice se trató de eliminar por decirlo así al salvador del mundo, ninguna persona nacida que no fuera Jesús podía justificarnos y salvarnos de nuestros pecados frente al Dios creador, santo, justo y misericordioso. Nadie podía hacer nada en esa guerra del bien y el mal, solo el hijo de Dios.