Desde que Fomento hizo de la final del nacional Sub-10 de béisbol, una fiesta que desbordó el estadio Fidel Claro e inundó las redes sociales, los peloteritos Frank Luis Cañizares Ibarra y Daniel Alejandro Castañeda Otero se hicieron sentir en el equipo espirituano que obtuvo medalla de bronce.
Por eso fue más fácil distinguirlos en el equipo cubano que trajo de México una resonante medalla de plata del Campeonato Panamericano 9-10 años.
Los destinos de ambos comenzaron a forjarse desde la base. El de Daniel comenzó desde los seis años en el beisbolito trinitario; entonces su padre Albey lo llevó hasta los entrenadores Eulogio Izquierdo y Yanioski Duardo, cuando su niño estaba casi en cero en cuestiones de pelota.
Casi, pues, según cuenta, “en la casa me ponía con él con un batecito plástico, bateaba un turno a la derecha y cuando se viraba lo hacía a la zurda, o sea, puede batear a las dos manos”.
Los progresos fueron por semanas. “Ya a los tres meses bateaba jonrones en el beisbolito, en su último año en la categoría 7-8 años jugaba con los del 9-10. Él es muy sacrificado, durante la pandemia entrenábamos en casa, Reinier Escobar y el resto de los entrenadores me decían lo que tenía que hacer, así fue mejorando. En la preselección nacional estuvo muy bien, fue el tercer bate, en la clasificación para la final bateó más de 600, y en el nacional fue el único niño espirituano que bateó hit en todos los juegos”.
Como los de su categoría, Daniel juega varias posiciones. Con la soltura que lo hace parecer mayor a su edad, cuenta sobre el torneo mexicano: “Jugué segunda, jardín izquierdo, y lancé y gané un juego a Brasil”.
Fue la primera gran experiencia internacional para él y la mayoría de los niños que en poco tiempo debieron adaptarse a condiciones de juego muy diferentes. “Creo que sorprendimos a todo el mundo allá; México, República Dominicana y nosotros éramos los más fuertes, las veces que me sacaron a batear lo hice bien, sin miedo a nada, la medalla de plata nos hizo sentir muy bien y, más que contentos, supercontentos”.
Ambidiestro como es, no es de extrañar que tenga como ídolo y referente a Frederich Cepeda, el pelotero cubano que más se destaca bateando a las dos manos. “Es mi pelotero favorito, me gusta verlo jugar; bateo a las dos manos y, aunque soy derecho, me siento más cómodo a la zurda”.
Pero Daniel no se endulza con la miel de la medalla. Tras disfrutar de lo lindo del recibimiento que le hizo su cuadra, los niños de la escuela República de Cuba y la familia del deporte en Trinidad, ya está de nuevo en el terreno. En unos días vestirá un traje mayor, el de la categoría 11-12; mas, con la misma seguridad con que vistió el del Cuba, advierte: “Me siento igual que si no hubiera pasado, me siento bien confiado”.
El destino de Frank Luis fue un poco diferente. Al béisbol llegó hace cerca de un año cuando su mamá Nélida lo llevó hasta el entrenador Carlos Ibarra en el área del combinado deportivo de su natal Fomento. Incluso, no pudo ir a las competencias del 7-8 y empezó como tal en el 9-10 desde las municipales hasta la nacional.
Pero el niño acortó el tiempo de enseñanza con el arma de la constancia: “Los domingos se va para el estadio a correr sin que nadie se lo diga, recepciona todo lo que le dicen y le gusta mucho, mucho la pelota, viró de México con una gran experiencia”, apunta ella.
Grande en verdad. Como sus compañeritos, tuvo que vencer una de las pruebas más fuertes: jugar de noche: “Nunca habíamos jugado de noche —cuenta Frank Luis con la espontaneidad y la viveza de un niño mayor a su edad—, tuvimos que aprender todo rápido, mirar la bola bien y tener cuidado porque si no se te perdía la bola en un dos por tres, yo jugué normal y nunca se me perdió, jugué field y lancé”.
De que no se le perdió hay fe, más allá de la medalla de plata. Él, junto a Ryder Pérez, lanzó un juego de no hit no run ante Ecuador: “Lo mío fue pichear pa’ fuera y pa’l medio y guapo ahí, dando strike, para que no me batearan. Eso me lo dijo mucho Ubisney, el profe de aquí de Fomento que me enseñó a pichear. También mi papá Frank Osbel, que jugó pelota, y mi mamá, que siempre me acompaña a todas las competencias”.
Rememora la medalla y el impacto en el equipo: “Al principio todo el mundo estaba llorando porque era la discusión del oro, pero cuando cogimos las medallas de plata todo el mundo estaba muy contento y cuando llegué aquí, no me dejaron ni entrar a la casa las personas del Inder y todo el mundo ahí para felicitarme”.
Como a Daniel, el sabor de la plata le imprime otros bríos, en su afán de convertirse en un pelotero al estilo de Erisbel Arruebarruena: “Yo no descanso, sigo entrenando, quiero ser como él”.
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