En una de sus innumerables andanzas artísticas, el guajiro de casi 2 metros de estatura se dispuso a almorzar en aquel restaurante. Perplejo por el limitado servido de comida, Raúl improvisó entonces: Son tan cortas las raciones / que nos dieron en el Pinto, / que si no me aprieto el cinto / se me caen los pantalones.
La jarana le brota sin explicación, porque sí. Aunque no siempre esta encuentra desenfado en el receptor. “Una especie de arma de doble filo, que hay que saber usar”, me dice. Y con carcajada inevitable, el poeta recuerda la vez que una cuarteta le sacó los colores.
Resulta que, durante la inauguración de un centro gastronómico para la venta de chocolate, el administrador solicitó a Raúl que recitara sobre la degustación. Así lo hizo: Cuando a Santa Clara vengo / siempre tomo chocolate, / esperando que me mate / los parásitos que tengo.
Turulato por el inusual piropo, el anfitrión no tuvo más alternativa que ripostar a la altura: “Con esa propaganda, me van a cerrar el centro”, apenas se escuchó. A sus espaldas, una multitud reía.
Sobre esa picardía intrínseca, el famoso repentista basa el éxito. Así se le ve triunfar detrás del micrófono con la soltura y coherencia de lo mejor de la décima cantada en Cuba. Palmas y Cañas, el programa campesino de la televisión nacional, bautizó a Raúl Herrera Pérez como el gigante remediano (en alusión a su natal San Juan de los Remedios, en el municipio de Villa Clara) y el poeta del sombrero, prenda que siempre usa.
Mas, a esta periodista caprichosa se le antoja un pie forzado, a modo de sobrenombre, que haga justicia a su físico al compás de su arte, y rime con singular complicidad a la manera en que le mira orgullosa su adoptiva Sancti Spíritus: el gigante del bigote.
GUAJIRO Y POETA
Con un sombrero vaquero y el bigote requetenegro bien peinado, Raúl Herrera entona lo mismo una décima de un tema patriótico que de un dicharacho. Tal experticia ha sido posible en más de cuatro décadas de ejercicio profesional. Sin embargo, el don llegó mucho antes. Una especie de herencia de su abolengo.
“El repentismo nació conmigo. Tengo la influencia de mis abuelos paternos y maternos; de dos tíos —uno, José Herrera, me llevó a los primeros guateques—; de varios primos repentistas y músicos, que tocaban el punto poniéndoles todos los ingredientes a mi formación artística cuando aún era aficionado de verso improvisado.
“Nací y me crie en Baracoa, un pueblito rural bien pegado a San Juan de los Remedios. Dentro de un bohío de guano y costillares de tabla de palma real, con piso de tierra y luz de quinqué, crecí escuchando rimas.
“Mi madre era una mujer excepcional, nacida en Las Breas, Camajuaní; muy tierna, cariñosa y con la magia del repentismo en el alma. Ella cantaba tonadas lindísimas e improvisaba décimas también. Mi padre, un campesino que ordeñaba vacas desde los 14 años para ayudar a su familia. También fue cortador de caña y carretero. Él hacía versos en el guateque. Y, por último, mi hermano Fidel Alejandro también hace muy buenos versos. Quiero decir que el repentismo está esparcido en mi familia”.
Sin embargo, usted comenzó en el guateque no precisamente como cantor…
(Le desprendo otra sonrisa. Conversar con Raúl Herrera puede llegar a ser tan divertido como su lírica).
“Tienes razón, comencé como tramoyista en el teatro de Remedios. Era la oportunidad perfecta para colarme a cantar en algunas actividades. Sucedió por esa fecha un Festival de Música Campesina. Mientras halaba las sogas del telón, también competía. Un miembro del jurado se percató de la situación y exclamó a luneta llena: ‘A ese grande de bigote hay que evaluarlo por dos funciones: como poeta y tramoyista’.
“Pese a que me apenó a causa de la inmadurez propia de mi juventud, el doble oficio me dio buen dividendo en la calificación”.
Y ganó…
“Resulté uno de los premiados”.
Pero no siempre Raúl Herrera vivió del arte. Desde niño conoció del peso en los hombros que representa el provenir de un hogar humilde. Así se las arregló para ayudar “al viejo” en el campo, trabajar como operador de calderas de vapor y hasta rompiendo piedras en una tolva. Mientras, su sueño musical se consolidaba en 1980 en la Emisora Provincial CMGL Radio Sancti Spíritus.
Por azares inexplicables, la villa del Yayabo representa para Raúl Herrera el amuleto de sus pasiones. En predios espirituanos conoció el amor visceral, más allá de la melodía. Con la llegada, 12 años después, de su primer y único hijo, Raulín, nada ha podido compararse jamás. Sin dudas, su mejor décima.
“Mi hijo, Raulín, multiplicó mi inspiración. Desde ese instante, los desvelos cuidando al niño pequeño, el chubasco tierno del orine que me mojó la ropa y muchísimas vivencias imborrables me llevaron a escribirle décimas narrando su ascenso por la vida”.
Dice el refranero que hijo de gato caza ratón, pero Raulín no continuó la tradición familiar. ¿Por qué?
“Ratifico que es verídico el refrán. Mi hijo conoce todas las tonadas del punto cubano desde la guitarra. Incluso, me ha acompañado en algunos eventos.
“También toca música flamenca y trova; son su fuerte en el instrumento. Pero, volviendo a la décima, él cantó cuando tenía unos 10 años en un programa de televisión, pero una niña se equivocó delante de él y eso le provocó un impacto fuerte. Sin embargo, he descubierto que tiene un repentista en el alma porque a veces nos ponemos a hacer cuartetas como entretenimiento y rima perfecto, a veces con más con más profundidad que yo.
“Él respeta y valora lo que hago. Se siente orgulloso de mí, contrario a los que piensan que los jóvenes rechazan el género”.
A propósito, ¿cree que la parranda típica cede terreno en el ámbito espirituano?
“Estoy seguro. Es una realidad palpable y lamentable. Lo digo por mí que únicamente tengo el programa radial Guateque en la Agricultura y algún que otro acto político esporádico.
“No existen las peñas que tanta gente aglutina y que tan buena aceptación tienen por el pueblo, ávido de estas actividades. Perdí el espacio de la Feria Dominical, en el que venían poetas y aficionados al verso improvisado de las provincias centrales.
“La peña de la Uneac está por cuarta vez en un compás de espera, esto desanima y mata el entusiasmo de los que cultivamos el género. Ya nunca vamos a las cooperativas. Y esto no sucede en otras provincias como Ciego de Ávila, Villa Clara y Cienfuegos. No sé qué incidirá en esto, por eso estoy al colgar los guantes y retirarme del ring”.
De este modo reflexiona quien mereciera la Distinción por la Cultura Cubana de manos de Abel Prieto Jiménez, en ese momento ministro de Cultura.
Raúl Herrera ha ganado a golpe de talento un lugar cimero en la música guajira y se ha codeado con los grandes: Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí), Raúl Ferrer, Waldo Leyva y Adolfo Alfonso, y ha formado parejas explosivas en escena con Tomasita Quiala, Emiliano Sardiñas y el desaparecido amigo entrañable Luis Martín. Por fortuna, las puertas que se han cerrado en casa se han abierto en otras partes, incluso en lejanos sitios como Venezuela, Francia, Islas Canarias, Portugal, México y Puerto Rico.
“Sumado a mis CD de tonadas guajiras, tengo seis libros publicados que me llenan de regocijo. Mis mejores décimas, Betancuria, Glorias del punto cubano, por solo mencionar algunos, resultan títulos que llevan mi firma, todos en editoriales de Islas Canarias”.
¿Se siente realizado a estas alturas de su vida?
“Realizado, sí. Satisfecho, no. Completaré mi felicidad cuando pueda colaborar desde mis modestos esfuerzos en la formación de nuevos exponentes. Deseo que, ahora que mi salud flaquea por causa de la diabetes, no me conviertan las avenidas de la creación en veredas, sino que las ensanchen para incentivarme a seguir defendiendo esta tradición que es la vida misma.
¿Pesan los años para crear?
“Me jubilé en papeles el primero de mayo de este año. Debo cuidarme. Pero el espíritu creativo no conoce la retirada, ni después de muerto”.
—Aunque el bigote no ve pasar el tiempo, apunto jocosa como si bromeara con mi propio padre. La osadía funciona. El poeta ha vuelto a sonreír. Quizás porque en la casa, el barrio o detrás de un micrófono, Raúl Herrera improvisa a la misma persona: al guajiro de pura cepa, por más ciudades que haya visitado.
Lo encuentro luego, en su rutina diaria. De verso en verso, el repentista sortea los desmanes cotidianos. Plantea, como solemos decir, al mal tiempo, buena cara… y poesía: Por ser noble y ser sencillo / en mis líricas labores, / tengo más admiradores / que dinero en el bolsillo.
— Raúl, aquí le va un pie forzado: el gigante del bigote, me impongo. En menos de lo que canta un gallo, el remediano del sombrero sucumbe a mi antojo: Yo soy en el extranjero / y en todo el suelo cubano / el gigante remediano / y el poeta del sombrero. / Así me conocen, pero, / sobre su caballo al trote / la amazona Elsa Capote, / sin contar conmigo incluso, / allá en la feria me puso / el gigante del bigote.
Para mí es Raúl Herrera el mejor repentista de Cuba.
Lamentable que este cubanazo bonachon, optimista y dador de alegrias no encuentre en la tierra de acogida lugares para desplegar su arte… bueno, mas que lamentable, bochornoso.