Apenas rozaba los 11 años cuando Gabriela recibió, de manos de su madre, un celular de último modelo. Con este regalo, según la progenitora, su hija “no se quedaba atrás”, porque con el móvil completaba la enorme lista de equipos tecnológicos que tendría para desenvolverse en el entorno virtual.
Mas, desde la llegada del aparato, la chica no conversa ni con sus amigos. Su mente está en otro lugar y su tiempo solo existe para controlar los megas que le permiten navegar en Internet. Tanto es así que no hay actividad familiar o colectiva para la que no pose, porque subirla a Facebook hará que nadie la supere en likes o comentarios.
“Imagínate, cómo no le voy a dar un teléfono si ya todo el mundo lo tiene”, expresa la madre, quien desconoce los peligros a los que expone a la pequeña por tratar de sumergirla en una pantalla, ya sea como mecanismo tranquilizador o competencia con el resto del grupo. Como ella, no pocos padres ignoran los efectos negativos que muchas veces causa en el desarrollo de los infantes la información que reciben por estas vías.
Si bien es cierto que hoy un niño maneja de forma increíble cualquier dispositivo que pongamos en sus manos, que no temen enfrentarse a las tecnologías de manera práctica, porque a través de ellas consolidan su capacidad intelectual; por otro lado es importante mantener la vigilancia sobre este contexto.
Así lo define la española Esther Arén Vidal, en su artículo El niño y las nuevas tecnologías: luces y sombras, cuando refiere que “los menores han nacido en un mundo digital que creen controlar, pero no tienen idea de lo que hacen ni de sus consecuencias. Cometen delitos sin saberlo y, lo que es peor, no saben gestionarlo cuando son testigos o víctimas, pero la sociedad mira para otro lado y no pone límites en el uso de las redes sociales, ni límites a esa privacidad”.
Por suerte, nuestro proyecto del Código de las Familias habla de la responsabilidad parental en los entornos digitales, una propuesta que aboga por un uso equilibrado y responsable de estos escenarios.
Lo expresado en los artículos 143 y 144 demuestra cuán cercano está dicho esbozo de ley a nuestra realidad; sobre todo, por la creciente inserción de las niñas, niños y adolescentes en estas plataformas virtuales, muchas veces estimulada por la necesidad de reconocimiento social y aceptación que tanta falta les hace en esta etapa para aumentar o disminuir su autoestima.
En ese sentido el artículo 143 de dicha normativa establece que los titulares de la responsabilidad parental deben velar por que las niñas, los niños y adolescentes disfruten del derecho a un entorno digital en el que estén protegidos ante contenidos que puedan perjudicar su desarrollo físico, mental o ético o ante actos de violencia, en cualquiera de sus manifestaciones.
Por otro lado, el artículo 144 insta a que los titulares de la responsabilidad parental velen por que la presencia de la hija o el hijo menor de edad en entornos digitales sea apropiada a su capacidad y autonomía progresiva con el fin de protegerlos de los riesgos que puedan derivarse.
Y es que no pocas resultan las trampas a las que se exponen los muchachos en los escenarios virtuales. Los usuarios en estas edades se exponen a contenidos inapropiados y, en el intento de ser “mayores”, asumen conductas que los hacen quemar etapas. Por ello, desde aquí, se pueden convertir en centros de atención para fenómenos como el grooming (práctica a través de la cual un adulto se gana la confianza de un menor con un propósito sexual), el sexting (intercambio de fotografías o videos con contenido erótico) o el ciberbullyin (acoso), situaciones que provocan serios daños psicológicos.
Especialistas de la Psicología refieren que el apego a estas herramientas los aleja de hábitos como la lectura y de habilidades como el cálculo, mientras que el cerebro al sobresaturarse de información se estresa y aparece el insomnio.
Ante estos conflictos el nuevo Código de las Familias apuesta por que los progenitores procuren que la hija o el hijo menor de edad haga un uso equilibrado y responsable de los dispositivos digitales para garantizar el adecuado desarrollo de su personalidad y preservar su dignidad y derechos.
El propio texto les permite promover las medidas razonables y oportunas ante los prestadores de servicios digitales, instarlos a suspender provisionalmente el acceso de su hija o hijo a sus cuentas activas; incluso, hasta su cancelación, siempre y cuando exista un riesgo para su salud física o psíquica.
De igual manera, deben evitar exponer en los medios digitales información concerniente a la intimidad y a la identidad de las niñas, los niños y adolescentes sin el consentimiento de estos, de acuerdo con su capacidad y autonomía progresiva, como garantía de la integridad de sus datos personales y su derecho a la imagen.
Sin embargo, en este camino quedan brechas por cerrar. Todavía muchos padres muestran a una comunidad de extraños toda la rutina infantil de sus pequeños o confían en que sus hijos saben lo que hacen cuando en realidad no hay total conciencia de lo que se esconde detrás de una red social.
Ahora el ciberespacio obliga a que la preocupación por ellos vaya más allá de las fiestas a deshora, de la demora en el regreso a casa o en el juego de la esquina. La urgencia de estos tiempos está en evitar que un solo clic los embauque en las redes de su inocencia.
Una vez más se siente la necesidad de explicar el significado que tienen las amistades en Facebook; que un “Me gusta” no hace cercanas a las personas; que las fotos al instante de subirlas dejan de ser privadas y que es mejor abstenerse ante los hechos que resulten incómodos.
Apremia, además, dotar a los padres de conocimientos sobre el entorno digital y estimular su consumo racional de contenidos para que sean capaces de regular el acceso de sus hijos a las plataformas virtuales.
Sin duda, Internet ha generado nuevas formas de sociabilidad. A través de sus disímiles plataformas las nuevas generaciones se prueban a la luz de otros, aprenden a “negociar” su identidad y hasta experimentan sensaciones de libertad que rara vez advierten en otras esferas de su vida diaria.
No obstante, este mundo lleno de reacciones en tiempo real y de informaciones de todo tipo reclama cada vez más el acompañamiento de los padres, esos que ayudarán a las niñas, niños y adolescentes a transitar seguros por el enorme laberinto del espacio digital.
Este código es idealista en muchas cosas. Ejemplo de esto es el tema del artículo. Los propios padres no tienen de manera general cultura digital y no sólo dejan a los niños y adolescentes usar Internet sin control. Es que ellos mismos no tienen percepción de riesgo sobre lo que sucede en redes y los peligros que trae a los hijos en distintas edades.
Recientemente en el programa televisivo CUBIT, se abordó éste tema y se dijo sin ambigüedades que eso es un PURITANISMO DIGITAL y se explicaban las razones de esa calificación. Por mi parte opino que primero los niños a temprana edad son incapaces de cometer las faltas que se enumeran, que éstas son más susceptibles de hacerse por la adolescencia y la juventud, que generalmente los hijos tienen un desarrollo digital superior al de los padres, lo que impide cualquier intromisión en sus preferencias. Que no todas las familias cubanas pueden darle a sus hijos un medio digital, y me detengo para recordar las personas que viven en las llamadas «Zonas Vulnerables» , las madres solteras con más de tres hijos, en las viviendas con piso de tierra, en las personas que viven fuera del área de cobertura digital, las familias que tienen que hacer malabares con el salario para poder vivir, y los precios inalcanzables que tienen esos aparatos digitales. Mucha más preocupación hay que tener para que no se repita el «escándalo vergonzoso » mostrado en las redes sociales de lo ocurrido con los niñitos de una escuela primaria en la localidad Esmeralda en la provincia Camagüey, bailando perreo. El peligro está ahi, en la televisión y en las amistades.