Sus obras terrenales, cotidianas, y algunas nacidas hasta del martirologio han hecho de Cuba el país que es. La juventud ha ido a la forja, más durante estos años difíciles impuestos por la covid, cuando se ha necesitado coraje para un tiempo esdrújulo, como apuntara un colega.
Y en el tamaño monumental de la hazaña, el rostro de miles de jóvenes. El de la doctora espirituana Leyanet Macías Jiménez, por ejemplo, que, en la zona roja de la sala de Neonatología del Hospital Provincial General Camilo Cienfuegos, no apartó los ojos de los niños graves, y sus cuidados fueron, con seguridad, el oxígeno que les devolvió la vida.
En las historias de estas proezas espartanas, también, el protagonismo del médico intensivista Reidel Valdés Arteaga y del enfermero Yordan Carmona García. Reidel permaneció en vigilia desde su liderazgo en el Comité de Expertos de la covid en la mayor institución sanitaria de la provincia; Yordan peleó literalmente contra las guerras físicas que súbitamente imponía el virus. Ambos salvaron vidas y también vieron morir, lidiaron contra el cansancio y los miedos, en medio de una tragedia mundial que aún duele.
Quienes estuvieron al lado, al frente, en la retaguardia, los maestros recién graduados, los estudiantes de las Ciencias Médicas, los de Física, Matemáticas…, todos se sumaron a la lista de voluntarios en centros de aislamiento, donde limpiaron pisos, lavaron ropas, subieron y bajaron bandejas con comida, sábanas y sobrebatas. Y se agotaron de tantas escaleras, y de desinfectar a diario tantas habitaciones y del olor a cloro que calaba hasta los huesos; mas, persistían y sobrevivían hasta el amanecer de una y otra jornada.
“No fuimos allí para recibir ningún premio, solo a salvar vidas”, remarcó José Enrique Rizo De los Santos, joven profesor de Historia y Marxismo Leninismo, quien en cinco ocasiones estuvo en zona roja y vivió los momentos más convulsos de la pandemia de la covid en Trinidad, y habla de días de 40 ingresos en solo una noche.
Después de aquella tormenta de espantos, la despedida del último paciente atendido por la brigada Henry Reeve. Ahí quedó la foto, aunque detrás del gorro, el nasobuco, los guantes, las medias largas, las botas, resulta difícil descubrir rostros y nombres. No importa, la mayor de las grandezas en ellos fue la de servir al otro; ello los hizo grandes.
Y en la tropa de los leales, de los que ahuyentaron el egoísmo con solidaridad, los jóvenes campesinos taguasquenses Raudel Marrero Oliva y José Gipson Gómez, productores de tabaco y cultivos varios, quienes en tiempos de covid donaron decenas de quintales de viandas a centros de atención a pacientes contagiados con el SARS-CoV-2.
En la finca Las tres hermanas se habla poco; allí el joven Raudel hunde el arado en la tierra, y la yunta de bueyes vence el quinto surco del día.
Ahora mismo, estas y otras miles de imágenes conforman la fotografía exacta del país que somos. Científicos recién salidos de la academia entregados a la utopía posible de las vacunas cubanas; las que han salvado a Cuba del tropel cercenante de la pandemia. Noveles artistas, intelectuales, creadores deshacen vilezas construidas desde las redes y lo hacen con vergüenza mambisa.
Son los rostros jóvenes de Cuba; historias terrenales, que, no por cotidianas, nos siguen asombrando.
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