A horcajadas, sobre los hombros de su padre, Luis Ernesto descansa el peso de sus cuatro años de edad, recién cumplidos. En su mano derecha, el niño ondea la bandera del triángulo rojo, que casi supera al muchacho en tamaño. Ante los ojos avispados del menor, un cartel escrito con la misma prisa que desfila su papá este amanecer de mayo: “Yo me muero como viví”.
Y este verso de Silvio, que ahora Luis Ernesto no alcanza a leer ni comprender, se le pierde en un océano de batas blancas, como las que lucen su madre enfermera y su papá médico. Es un mar, también de voces que le cantan al día más proletario del mundo; es un mar, también de pasos, que lidera el desfile en Sancti Spíritus, como en el resto de Cuba, el sindicato de la Salud Pública por tanta vida salvada, a costa de la propia vida, en más de dos años de una pandemia que cortó, de raíz, el sosiego y la felicidad de cientos de familias.
Para que esa incertidumbre no fuera mayor, científicos, especialistas y técnicos del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) espirituano alinearon sus estrellas, su sapiencia; al final, generaron y caracterizaron anticuerpos monoclonales utilizados como principio activo de las vacunas y candidatos vacunales cubanos contra la covid; y obtuvieron reactivos biológicos empleados para la investigación-desarrollo-producción y registro de un kit de detección de antígeno con tecnología SUMA para diagnosticar la enfermedad ocasionada por el SARS-CoV-2.
Dicho así, sin tiempo para los detalles, parecieran jeroglíficos a la usanza de los egipcios y otros pueblos antiguos; no obstante, son logros científicos que le arrancan vidas a la muerte provocada por el virus y que le granjearon al colectivo de trabajadores del CIGB un lugar en la avanzada del desfile del Primero de Mayo en la ciudad de Sancti Spíritus.
Quizás, algún día ello pueda entenderlo el pequeño Luis Ernesto, que sigue sobre los hombros de su padre, mientras la marcha se acerca a la Plaza de nuestro Mayor General Serafín Sánchez, que continúa escoltada por las cubanísimas palmas reales. Como siempre, de sus delgados, pero firmes troncos, cuelga la bandera, que ni el viento puede domar.
Desde lo alto, que no quiere decir, desde lejos, el guerrero mambí ve pasar al niño, acompañado de sus padres, e, igualmente, a los azucareros, eléctricos, maestros, profesores, comerciantes, comunicadores, artistas, constructores, transportistas, agropecuarios, así como a los trabajadores de la Industria, Turismo, Administración Pública y Civiles de la Defensa.
Todos juntos, como un haz, asidos a la esperanza de construir una mejor Cuba, para dejar atrás carencias, necesidades insatisfechas, poniéndole ciencia e innovación a cuanto se haga. Todos juntos aferrados al propósito de levantar un país, hostigado por las sucesivas administraciones estadounidenses desde que los guerrilleros bajaron de la sierra y sembraron una revolución de verde olivo en 1959 en medio de esta isla.
Todos juntos, edificando sueños con nuestras propias manos, con las mismas manos a las que les cantó Retamar; con las manos de los cientos de jóvenes espirituanos que despidieron este desfile proletario en una plaza, que ansiaba sentir, ver, escuchar las voces, los pasos de los que aman y fundan.
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