Llegó justo el Día de los Reyes Magos y a la usanza de los viejos tiempos lo llamaron Reinaldo, el nombre que se le quedó para siempre. Pero en lugar de oro, incienso y mirra él prefiere regalar saberes y empeños. Con su modestia empedernida, duda antes de conceder esta entrevista. Nació por la Calle del Rastro, cerca del matadero, en una casita tan sencilla como su propia familia.
Aunque ha pasado la mayor parte de la vida entre las paredes de los laboratorios, su trayectoria científica se ha escrito sobre la marcha y con sentido práctico. De hecho, no comenzó por la universidad, sino que se graduó primero como técnico de nivel medio en Laboratorio Clínico y comenzó a trabajar en el Banco de Sangre de Sancti Spíritus, donde sentó cátedra por su laboriosidad: anegaba arroz y sembraba caña como mismo se enfocaba en el laboratorio.
Bien joven aún lo seleccionaron para formarse durante unos cuatro años en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) de La Habana y desde allí subió peldaño a peldaño, a fuerza de persistencia, hasta el respetado lugar que ocupa hoy como jefe del Departamento de Producción en su homólogo espirituano, un sitio que conoce palmo a palmo y donde se siente como en casa.
“Este lugar significa todo, la vida misma para mí. Entre estas paredes he estado hace casi 34 años. Lo he visto crecer, no en tamaño físico, sino desde el punto de vista intelectual. La pandemia ha tenido muchas cosas malas, es tremendo que la humanidad haya debido pasar por esto, pero fue el momento que tuvimos de agradecer todo lo que había puesto el pueblo y el Gobierno de Cuba en nuestras manos para que hiciéramos ciencia. A la hora que hubo que salir a enfrentar la enfermedad teníamos las herramientas creadas —con esa visión del Comandante de formar personal en esta rama—, y pudimos demostrar nuestra utilidad”.
¿En cuáles líneas fundamentales ha trabajado y en qué consiste su provecho?
“Tengo una fortaleza, siempre he trabajado en lo mismo, vinculado a los laboratorios de cultivo celular y a la tecnología de generación de anticuerpos monoclonales, policlonales, en la producción de proteínas recombinantes y de enzimas de modificación. El centro se ha convertido en líder de esa tecnología en el país.
“Nuestras producciones se utilizan principalmente para obtener los reactivos biológicos, que se emplean, por ejemplo, para diagnosticar, identificar, para reconocer en buenas prácticas a un medicamento. Esa tecnología ha revolucionado varios aspectos de la medicina y la agropecuaria a nivel mundial.
“Por ejemplo, forman parte de los procesos productivos para obtener el Interferón —uno de los productos líderes de la biotecnología, que se ha utilizado mucho durante la pandemia—, la Estreptoquinasa, la vacuna contra la Hepatitis B, la Proctokinasa, la soya transgénica. Y las proteínas recombinantes también se emplean para hacer sistemas diagnósticos y vacunas.
“La historia de este centro con la covid fue muy interesante. Nos fuimos delante con los anticuerpos monoclonales, había en el país cinco laboratorios detrás de eso, había que obtenerlos rápido porque sin ellos no vez, estás trabajando a ciegas. Fue una carrera y no solo los hicimos más rápido, sino que cuando otros los lograron no pudieron desplazar los de nosotros y hoy todas las vacunas y los candidatos vacunales utilizan los anticuerpos de nosotros”.
¿Cómo un técnico de laboratorio de una provincia atrasada en materia de ciencia puede llegar a esos resultados en un país donde existen muchos centros de puntería en esta área?
“Es muy importante tener claro que, sin el desarrollo educacional de nuestro país, sin las posibilidades que ofreció a determinados estudiantes de determinadas carreras el proceso revolucionario para que pudieran participar —independientemente de que su familia fuera analfabeta, pobre, negra—, en un centro de máximo nivel científico, sería muy difícil de ver este resultado.
“Porque hubo sacrificio, algún talento, pero no fue lo más importante; lo más importante es que te den esa posibilidad, que sepas aprovecharla, que seas consecuente con el tiempo que le vas a dedicar y que no escatimes esfuerzos para lograr el objetivo.
“El hecho de que nos hayamos formado en el CIGB de La Habana es algo importante porque allí tuvimos que prepararnos integralmente, hacer de todo. Teníamos el reto de demostrar que aquí se podía hacer ingeniería genética y biotecnología en estas condiciones y esa era una motivación adicional. Nosotros lo asumimos con mucha responsabilidad, con mucha pertenencia y esa fue la esencia para que pudiéramos superarnos y lograrlo”.
Pero no todos los caminos se han tejido con terciopelo para Omar Reinaldo Blanco Águila, quien desde los ocho años perdió a su padre y de la mano materna puso todo el empeño hasta lograr graduarse de licenciado en Medicina Transfusional, iniciar una maestría que aún no termina y transitar por diversos cursos y responsabilidades.
Su saber hacer en el CIGB le ha validado varios premios y reconocimientos de la Academia de Ciencias, además de que resultó pieza clave en los frutos científicos cosechados durante estos años de pandemia en esa institución, al punto de merecer recientemente la Orden Lázaro Peña de Primer Grado, junto a su colega y director el doctor en Ciencias Enrique Rosendo Pérez.
Como uno de sus recuerdos más gratificantes todavía conserva aquel intercambio con Fidel durante uno de los congresos de la Juventud, donde asistió como delegado: “Él soñaba con que estos laboratorios se poblaran de investigadores, que fuéramos capaces de formar a los profesores y profesionales de Ciencias Médicas y después hacer para nosotros un centro aparte. Esa era una idea tan avanzada que hasta ahora no se ha aplicado aquí.
“Algunos no entienden el concepto de que la ingeniería genética y la biotecnología se pueden integrar a todo. El problema en la ciencia no es coger millones de dólares y llenar un laboratorio de equipos. Son los seres humanos formados los que se necesitan. Después, donde quiera que los ubiques, ellos inventan y hacen”.
Y a seguidas celebra los avances alcanzados en la esfera biomédica, lamenta la lentitud y la falta de voluntad en el área agropecuaria, y sueña con que algún día se retome aquel proyecto fundacional del Comandante en Jefe para la biotecnología aquí.
Las personas comunes consideran a los científicos como seres elevados, distantes, ¿cuáles rasgos distinguen a un profesional de la ciencia en la Cuba de hoy?
“Eso te hace tener un compromiso, uno tiene que mantener una conducta. Lo más importante es que no te puedes creer nada, cuando una persona se acerque a ti debes servirle y hacer por ella. Trato siempre de mantener que cada vez que viene alguien aquí a solicitar algo, de ser posible, se le resuelva. Si es un medicamento y no lo tenemos llamo a Encomed a ver dónde está. Hay que tratar de ayudar a las personas, siempre hacer algo por ellas. Eso tenemos que rescatarlo, sobre todo para la juventud.
“En la biotecnología también hemos tenido etapas de pobreza, donde el salario no alcanzaba, se acabaron los carros, las motos, dieron algunas bicicletas. A veces salíamos para La Habana con 5 pesos y a nadie se le ocurría decir que no iba. Hubo gente que abandonó el centro o el país, a veces por políticas inadecuadas de atención a los investigadores, que por suerte han cambiado durante los últimos años.
“Esos son los errores que no queremos cometer aquí, tenemos que preocuparnos por la juventud que está viviendo un momento clave y no hay que verla como se veía a mi generación, sino atenderla de manera diferente y hacerle ofertas que le interesen, sin imposiciones”.
¿Qué virtudes y defectos suelen tener los científicos?
“Normalmente somos introvertidos, tenemos contradicciones con los demás. Aquí en una tormenta de ideas todos pensamos diferente, no termina nunca. Eso genera desarrollo. Me molesta bastante que la gente no se concentre, no tenga responsabilidad con lo que hace; que estemos por un objetivo y haya uno o dos que estén influyendo en que no avancemos. No me molesta lo que los demás dicen y piensan, siempre he sido bastante abierto, pero me gusta que sean francos y hablen claramente”.
¿Cómo se ve ante el espejo Omar Reinaldo Blanco?
“No sé, alguien que vive en constante evolución. A estas alturas de la vida también he cambiado. He tenido que enfrentar incluso algunas disyuntivas familiares que me han llevado a valoraciones diferentes, manteniendo siempre mis principios. Tengo tres hijas y una esposa que me apoya incondicionalmente. Trabajo en una finquita en el campo los fines de semana, con satisfacción, lo que saco de allí es bien habido y con esfuerzo. He visitado algunos países, pero nunca se me ha ocurrido irme de Sancti Spíritus, vivo bien aquí, me gusta vivir aquí”.
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