Hace varios días que partieron a cumplir el juramento de llevar la solidaridad a tierras vueltabajeras en la bandera que les entregaron. En sus rostros se notó siempre un extraño placer, apegado al compromiso de curar las heridas dejadas por la madre naturaleza en el occidente cubano.
Varios intentos de llamadas han sido fallidos a cualquier hora del día y la noche. Enrique Bravo no responde, tampoco Yerandy, ni Ernesto. No se necesita tanta lógica de pensamiento para saber que deben estar trabajando hasta altas horas de la noche y que las complicaciones de la faena solo les permitirá atender el teléfono para cosas urgentes.
A los 14 que partieron inicialmente se les sumaron 6 especialistas para acelerar las actividades de reconexión de las telecomunicaciones en diferentes comunidades de La Palma, Pinar del Río.
Al fin, el domingo en horas avanzadas de la tarde, aprovechando un necesario descanso para bañarse, lavar sus ropas y comer, Enrique Bravo Hernández, al frente de las fuerzas espirituanas movilizadas, responde el teléfono.
Luego del saludo entre coterráneos sale de manera espontánea el primer tema: el viaje hacia Pinar del Río y el recibimiento allá. Las palabras le brotan con facilidad.
“Muy tranquilos. Llegamos pasadas las ocho de la noche a la capital provincial donde fuimos recibidos por el gerente y el jefe de servicios. Nos dieron alimentación y seguimos camino hacia nuestro destino final en La Palma”.
Siempre que se llega a un lugar de desastre, las primeras impresiones son imborrables. “Lo que nunca olvidaré —comenta Enrique— fue ese primer trayecto de la ciudad de Pinar del Río al destino que nos dieron. Viajamos 66 kilómetros por un camino que estaba prácticamente intransitable. Teníamos muchos obstáculos en la vía, sobre todo árboles y postes eléctricos derribados. Salimos para allá a la una de la madrugada y llegamos pasadas las cuatro de la mañana”.
En apretada síntesis Enrique se refiere al sistema de trabajo implementado diariamente.
“Estamos todos los espirituanos juntos, pero nos dividimos en grupos que realizan dos acciones fundamentales cada uno: los especialistas en cable, que son los que suben a los postes para reparar las acometidas dañadas y los operarios que arreglan las tomas, o lo que la población le llama las cajitas ubicadas dentro de las casas”.
Así avanzamos lo más rápido que podemos, —continúa Bravo Hernández—, en caseríos que están hasta 15 kilómetros de la cabecera municipal”.
Sin hacer un alto en la conversación y sin esperar pregunta alguna, sube el tono de voz. “La población de aquí nos agradece mucho lo que hacemos y no lo digo por un cumplido. Nos brindan café, agua fría donde hay plantas eléctricas o agua fresca donde no las hay. Tengo en mi mente los ojos de una niña de unos seis años aproximadamente, que desde el sábado pasado no habla con su papito, como dice ella, que está muy lejos. Cuando nos fuimos, en su manito levantada diciendo adiós vimos el mejor premio a nuestro esfuerzo”.
En condiciones de lejanía y sacrificio, la familia es siempre la dulce compensación. Cuando salta el tema las palabras no le salen con la misma rapidez que hasta ahora. Tardó unos segundos y dijo con voz más suave: “Siempre se piensa en la familia, en toda la gente de allá, sobre todo en el ratico de comer algo, tomar algún café o reponer algunas fuerzas para seguir al otro día, pero el trabajo es tan duro y tan intenso que no te puedes entretener. Arriba de un poste tienes que estar concentrado”.
Desde que partieron dejaron claro que volverían cuando la tarea estuviera cumplida. Esa actitud es parte de la herencia recibida de los que ya lo han hecho en otros momentos. El desastre que han encontrado, provocado por la furia de los vientos y las lluvias, no permite medir con exactitud las jornadas que restan, más bien prefieren ratificar posturas.
“Es imposible no estimar lo que te pueda quedar cuando estás lejos y en condiciones duras. Se habla del día 22 de octubre porque se prevé que en 24 jornadas se haga el trabajo, pero preferimos pensar en misión cumplida más que en fechas de conclusión”.
Tal vez por la nostalgia de la lejanía o tal vez por los propios sentimientos de identidad con la “patria chica” de la que partieron hace algunos días, Enrique se adelanta y expresa: “Le dicen a nuestro pueblo que estaremos aquí hasta que se termine la tarea. Es el sentir de todos los muchachos. No haremos quedar mal a nuestra provincia ni a nuestra institución”.
Aquí también los necesitamos hace días que el wifi es un desastre y no me venden una línea para la internet. Nauta hoga.No quiero teléfonos fijos,solo una simple cable con conexión de a la red