Los trazos nacen firmes: los niños juegan en el parquey una pizca de nostalgia con mucha picardía asoma en los ojos de Oscar González Portelles. Su abuela, Onidia Sorís Natero, sonríe ahora, pero solo ella sabe cuánta zozobra le ha quitado el sueño a esta familia trinitaria antes incluso del diagnóstico que le juntó el cielo y la tierra.
De aquellos tiempos no olvida las crisis cada 15 días, el bajo peso del bebé, las neumonías constantes y la preocupación de los médicos. Su segundo cumpleaños en el hospital y la duda de la pediatra Marcia acrecentaron la angustia que los condujo hasta el hospital pediátrico José Martí Pérez, de Sancti Spíritus, y a las manos benditas de la doctora Anaysa Marín, jefa del servicio respiratorio del centro asistencial.
La sospecha se convirtió en certeza y las recaídas periódicas encontraron la causa en una enfermedad crónica, originada por una mutación genética: la fibrosis quística, que afecta varios órganos y sistemas, principalmente los pulmones y también al páncreas, hígado, estómago e intestino.
De aquellos días le arden las lágrimas que después guardó para acompañar sin culpas ni compasión los pasos del pequeño, que entonces parecían inciertos.
Con nueve años ahora, Oscarito es uno de los tres pacientes diagnosticados en el municipio con esta afección y uno de los más estables. El tratamiento médico multidisciplinario y la preocupación de la familia sanaron las recaídas del niño y las tristezas de quienes, a pesar de todo, no perdieron la esperanza.
Mientras escribe en la pizarra, las letras se descarrilan y tal parece que bajan por la falda de una loma; se detiene y le viene a la mente su maestra Marta Delia, que le enseñó a leer y a escribir. “Yo hago las tareas, aunque a veces me distraigo un poco”, sonríe y va con su hermanito Tiago a jugar. Se olvida de las pastillas que no puede dejar de tomar. Son muchísimas: vitaminas, ácido fólico, sulfato de zinc, antibióticos y la pancreatina (cuatro o cinco tabletas todos los días). “Ya no saben tan mal”, y otra vez se aleja como si quien lo esperara en la cocina fuera un trozo de dulce de guayaba, ¡su preferido!
Como al resto de los enfermos de fibrosis quística en Cuba, a Oscarito no le han faltado nunca el tratamiento, la dieta, ni tampoco los afectos.
Y a Onidia, la abuela, la gratitud la envuelve ahora que las palabras de la doctora reviven las angustias. “El niño debe tener una alimentación reforzada”. Entonces habla sin rubores de las galletas, los frijoles, los cereales, el pescado, la carne, los huevos y de la generosidad, que también complace.
Desde el diagnóstico de su nieto, desde que en el horizonte aparecieron aquellos tonos grises, ella confía en el desvelo de muchos para que no se apaguen las sonrisas y la mano pequeña dibuje en línea recta los trazos de la esperanza.
En este hogar trinitario un niño corre, juega, se le ocurren mil travesuras y le saca las lágrimas a la abuela. “Tú eres el aire que yo respiro” y se acurruca entre los brazos de Onidia, el regazo seguro para que la madre de Oscarito trabaje y cuide de su hijo más pequeño, afortunadamente sano.
Y se abrazan los dos; ella con la ternura de quien se guarda las lágrimas para verlo crecer activo, inteligente, feliz; él sin miedos, resguardado por el amor que brilla cuando otras luces se apagan.
Gracias a los cuidados de los doctores Anaysa y Redelio —dos de los ángeles guardianes de Oscarito y de todos los niños con fibrosis quística en Sancti Spíritus— son más los días lejos del cuarto aislado en el hospital, y más cerca de ese arcoíris que la vida dibuja entre la tierra y el cielo.
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