Enmanuel Addelkader Valdivia aprieta fuerte su diploma de graduado. Los dos cursos en la Escuela de Oficios de Restauración Fernando Aguado y Rico, de Trinidad, moldearon no solo conocimientos y habilidades en la albañilería; también le cultivaron valores que la familia, sus profesores y amigos han visto florecer.
Y esa es la virtud del centro, uno de los primeros que les nacieron a las ciudades patrimoniales de Cuba para sensibilizar a los jóvenes y responsabilizarlos con el resguardo de saberes legendarios, valores arquitectónicos y tradiciones.
Desde su apertura, y bajo la tutela de la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios, ha acogido en sus aulas a más de 470 estudiantes en los perfiles de obrero calificado y técnico de nivel medio, este último en las ramas de Arqueología, Restauración de pinturas murales y Orfebrería.
Al frente de la escuela, Marianela Herrera celebra cada triunfo. “Nuestro objetivo más importante es contribuir a la formación de estos jóvenes desvinculados del sistema de enseñanza y con desventajas sociales de todo tipo. Nosotros logramos encauzarlos y les damos un oficio digno”, declara orgullosa de sus muchachos.
MANOS EN LAS OBRAS
La formación de los alumnos en la escuela Fernando Aguado y Rico —dotada de equipamiento moderno gracias a proyectos de colaboración— tiene un importante componente práctico, aunque desde las aulas se les enseña a mirar con otros ojos a Trinidad. “Antes no conocía casi nada de la arquitectura de la ciudad y de sus hermosos detalles”, revela Rafael Eduardo Pérez, uno de los jóvenes, graduado de la especialidad de Cerámica y que ha visto nacer de sus manos hermosos copones.
Arelys Nochea también le agradece a la institución su crecimiento profesional a lo largo de dos décadas. Hoy es la profesora de Tipología de la Arquitectura Patrimonial y los ojos le brillan cuando le cuenta a Escambray el método pedagógico que utiliza con los estudiantes.
“Las clases se complementan con recorridos por el Centro Histórico para ejemplificar los contenidos teóricos; algunos no han visitado un museo y viven la experiencia por primera vez. He tenido que investigar mucho para poder transmitir los conocimientos y la pasión que siento por nuestra ciudad”, afirma.
Liana Gallardo y Arletis Gutiérrez formaron parte del curso de Modi-costura, el primero de esta y del resto de las escuelas de su tipo en el país. “Aprendimos varias técnicas como el croché, la randa y el frivolité, y tuvimos el privilegio de trabajar con la artesana Mery Viciedo y la profesora de costura Arcelis Uría”, comenta Liana.
“Yo no tenía idea de esas labores, pensé que no iba a lograrlo, pero les agradezco a nuestras maestras que nos legaran sus conocimientos. Ellas lo hicieron con todo su amor para revivir los puntos más tradicionales porque hoy son escasas las rosas de Tenerife y la Trinitaria, por ejemplo”, la apoya Arletis, quien reconoce también la utilidad de esos saberes.
Pero el plato fuerte de la formación de los alumnos de esta escuela trinitaria es a pie de obra. Con el empleo de técnicas tradicionales y materiales alternativos han levantado paredes y reparado cubiertas de viviendas que se ejecutan a través de la entrega de subsidios, consultorios médicos, el hogar materno, edificios patrimoniales, monumentos y sitios históricos… Cada trabajo confirma la valía del centro y de estos muchachos.
CURSO CON DIPLOMA DE ORO
Los 28 estudiantes recién graduados de las especialidades de Albañilería Integral de Restauración, Herrería-Hojalatería, Cerámica, Modi-costura y Carpintería se incorporarán a las brigadas de la Empresa de Conservación y Restauración de Monumentos o de trabajadores por cuenta propia para desempeñar oficios ancestrales que la ciudad reclama.
Cuentan con la vocación para ello y la suerte de haber vivido experiencias insuperables durante los dos años de estudio. Jorge Carlos Toledo Rodríguez recuerda el apoyo que ofrecieron al pueblo de Viñales tras el paso del huracán Ian. “Trabajamos duro para que esas personas volvieran a tener un hogar. Fue una tarea fuerte, pero muy bonita”, refiere el joven albañil.
El profesor Osmani Eliecer Palomino se sumó a la brigada de alumnos y docentes de este centro que viajó a ese municipio pinareño con el propósito de sanar las heridas que el viento ocasionó al paisaje rural de ese sitio. Después de dos semanas en acción elogia la responsabilidad de los muchachos.
“Tuve mis dudas al principio, pero ahora siento mucho orgullo de mis alumnos; son jóvenes en el sentido de la edad, pero allí se graduaron de hombres. Dieron el paso al frente sin pensarlo, aunque las condiciones fueron mínimas. Resultó una experiencia enriquecedora”, sostiene.
Antes, la convocatoria para la realización por estos predios del Seminario Iberoamericano de Arquitectura con Tierra también los puso a prueba, según cuenta Marianela: “Se confeccionaron más de 300 bloques de tierra comprimida para utilizar en los talleres que tuvieron lugar en la comunidad de San Pedro. Marcó además un punto de partida en cuanto al empleo de técnicas y materiales que jamás habíamos tocado en nuestra localidad.”
La escuela Fernando Aguado y Rico despide con regocijo a estos muchachos, portadores de oficios ancestrales y a buen resguardo, para suerte de la ciudad.
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