El tiempo no ha mellado el amor, la entrega y la responsabilidad en su encuentro con el micrófono. Siempre es una sorpresa entre quienes lo descubren de frente. Ya suman 79 abriles y, en su voz, apenas hay un asomo de las huellas de los años.
“La locución es una profesión que hay que querer como una familia —define con una precisión que paraliza, Ernesto Valdés Barceló, el radialista activo más experimentado de Sancti Spíritus—. No es querer ser popular o ganar dinero, sino que precisa ser parte intrínseca tuya. Si no se asume así, mejor que no se apueste por este medio de comunicación”.
Lo descubrió desde el primer día que puso un pie en octubre de 1962 para hacer suyo el equipo de ondas cortas que se encontraba en el mismo local de Radio Nacional, luego Radio Sancti Spíritus.
“Era amigo de Manolo Santana Padrón, quien era el técnico responsable de las transmisiones de la provincia de Las Villas. Y, gracias a él conseguí ese trabajo, donde fui descubriendo poco a poco a la radio por dentro”.
Bastaron dos años entre aquellos aparatos, capaces de trasladar hasta diferentes puntos de la ciudad del Yayabo la señal que nacía de la humilde emisora, para enrolarse en el colectivo de artistas, no como un ajeno sino como un seducido. De tanto ver y preguntar también, lo primero en domar fueron las grandes máquinas de cinta.
“Pero hubo necesidad de cambiar al personal de las transmisiones y en la reunión se percatan de que Valdés se quedaba sin trabajo. Entonces, alguien comentó que tenía buena voz y mencionan que podía incursionar en la locución”.
Sin tiempo a perder, Arsenio Madrigal, entonces director de la emisora, anunció su estreno. El bautismo de fuego sería la última hora de transmisión del día —bien cerca de la medianoche—.
“Cuando supe esa decisión me entró un miedo terrible. Se trataba de dar la hora y presentar música. Cada cierto tiempo le preguntaba al operador de sonidos cómo lo hacía y así pasó ese primer tiempo”.
Junto a él, además de los oídos de casi toda una ciudad, estaban los de su compañero de trabajo. Al otro día, la propuesta resultó comenzar desde las seis de la tarde, lo que significó una mayor complejidad.
“Menos el noticiero, programa que después de 60 años de trabajo sigo considerándolo el más importante, de mayor responsabilidad, lo hice todo. Fue difícil dominar los nervios, que la voz no me delatara. El lenguaje radial hay que conocerlo, se precisa comunicar”.
Inconforme como es hasta la médula, Ernesto Valdés Barceló, luego de aquellos sustos tomó una decisión: no sería locutor y con algún que otro argumento entró a la oficina del director.
“Arsenio era muy tenaz y cuando me escuchó solo me respondió no se te vuelva a ocurrir volver a decir eso. Tú vas a ser locutor por mis pantalones´. Después de eso no pude negarme. Entendí entonces que ese sería mi trabajo, pero sabía que estudiar y aprender mucho eran mis únicas posibilidades para subsistir”.
Se refugió en Pedro Andrés Nápoles, Armando Legón Toledo —quien pasó a la redacción del noticiero para cederle el micrófono—, José Vidarte y el propio Arsenio.
“En aquel momento no se conocía de técnicas de locución. Hoy se hace un casting, se seleccionan, se instruyen, se le imparten clases. Pero sin aquel colectivo realmente no hubiera podido llegar hasta hoy”.
Y la nostalgia le aflora en la fuerte voz que luego se hizo familiar en más de un acto importante de la entonces provincia de Las Villas, luego en Sancti Spíritus, y en tantos programas radiales que enumerar cada uno resulta un desacato a la concisión periodística.
Por eso hablar con Ernesto —como le dice su compañera de vida, Marina— es escudriñar en las raíces de la radio en Sancti Spíritus, heredera de la que celebra toda Cuba en este 2022 su centenario. Aprendió con sus protagonistas cómo emergió la primera radioemisora comercial experimental en la ciudad del Yayabo con las siglas CMHB. Supo que el salario dependía de la cantidad de comerciantes que decidieran pagar por anunciar sus negocios.
En julio de 1945 surgió Radio Nacional, justo en el patio de los padres de Manolo Santana, en la antigua calle Tacón. Tras acomodarse en varias sedes, plantó bandera en los altos de la esquina de Independencia y parque Serafín Sánchez Valdivia, donde pasado 1964 cambió su nombre por el actual Radio Sancti Spíritus. Ya en 1990, se posicionó en la construcción que aún arranca más de un suspiro, al ser considerada el Palacio de la Radio en Cuba.
“Hice guardia la noche que le antecedió a la primera transmisión ya en los Olivos I. La emisora ha tenido muchos horarios y ha pasado por muchos momentos. Tengo buena memoria y aunque no fije con exactitud las fechas exactas sí recuerdo la gran mayoría”.
Entre tantas anécdotas, todavía se estremece tal y como lo vivió cuando se convirtió en 1972 en Locutor A, la máxima calificación entonces. Pero a la euforia la acompañan otros añadidos: fue el primero en la provincia de Las Villas y de los pocos en el país. Una distinción que también le generó algunos sinsabores por miradas cuestionadoras y más de una prueba en vivo. Mas, Ernesto Valdés no entiende de ponerse de rodillas frente a los retos.
De ahí que mencione con dolor su mayor deuda: no haber cursado la tan anhelada universidad. Con la carrera de Filología prácticamente en las manos el sueño se esfumó.
“Era un curso para trabajadores y solo fue otorgada a directivos y traductores. Siempre me ha gustado superarme y era un compromiso con mi padre. Ya había formado mi propia familia cuando pasé la Facultad Obrero Campesina. Implicaba estudiar de noche, después de todo un día de trabajo. Y es que yo llegué hasta sexto grado porque con 12 años comencé a trabajar como mensajero de la bodega del matrimonio de Alejo y Rosa. Sueño mucho con esa etapa porque a pesar de que en esa época ser un empleado tenía sus características, ellos fueron muy buenos conmigo, tanto es así que me pagaron una maestra para que me impartiera clases de noche.
“Durante el día atravesaba la ciudad en una bicicleta para llevar las compras hasta las casas de los clientes. Luego pasé a estar detrás del mostrador hasta que un día conversé conmigo mismo, de forma severa como siempre hago y me dije: Este trabajo no es para mí. En más de una ocasión regresé con notas sin cobrar porque no sabía cómo exigir el pago”.
De aquellos días guarda muchos cuentos. Sabe de memoria que existió en cada uno de los recodos de la urbe y varios de los sucesos que se han suscitado aquí. También tiene el hábito de leer. En el tablet, que no lo abandona desde que en Radio Sancti Spíritus recibió una inyección de tecnología, guarda libros que le roban las pocas horas de descanso.
Además de ponerle voz a programas dramatizados e informativos se divide como profesor de quienes apuestan por conquistar el éter. Varias generaciones de espirituanos han bebido de su savia.
“En el año 2005 me llamaron para formar parte del tribunal de evaluación de la región central del país. Y desde el primer día supe que había que tener en cuenta el sentido de la humanidad. Hay que saber cómo llegaron hasta ahí, de dónde proceden, cómo están… Y es que en ese ejercicio de tanta responsabilidad no podemos olvidar que quienes evaluamos un día también estuvimos del otro lado”.
Tanta entrega y pasión por el medio radial recibió el mejor de los agasajos en el 2007. La noticia llegó sin esperarla. Recibió el 22 de agosto de ese año el Premio Nacional de Radio. Con anterioridad ya contaba con la Condición Artista de Mérito, además de otros muchos que engordan su currículo como la Réplica del Machete del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia —que cuelga en una de las paredes de su hogar—, la Medalla de la Alfabetización —en homenaje a los días en que no dudó llevar sus saberes a la región oriental— y el Premio Caracol en Locución.
“Cuando me llegó la edad de la jubilación no me quería ir, pero me obligaron algunas necesidades familiares. Estuve cinco años separado de la radio y la extrañé”.
Hasta que un día, en el parqueo de bicicletas que plantó junto a su esposa para aumentar las chequeras y sentirse activo, recibió un mensaje. Necesitaban que se incorporara a trabajar en la revista informativa Como lo oyes.
“Acepté, pero no como conductor, pues sentía que por haberme distanciado había perdido las competencias que exige ese rol y me reincorporé como locutor de sus boletines”.
Desde entonces, sus días son rutinas. Sale temprano desde casa en su motorina. Se sumerge en las narraciones de los espacios dramatizados y ya en la tarde, regresa para conducir el noticiero Al día.
Para cualquier radialista tenerlo cerca es una fiesta. Antes de que la tensión se le acomoda en su cuerpo al ver encendido la luz de “Al aire”, ameniza la jornada con sus anécdotas y consejos siempre en ristre. Demasiados saberes aún le restan por compartir.
“Fue de esa forma como es que aún con estos años estoy aquí”.
—¿Y estarás, Valdés?
—Ojalá y sea por mucho tiempo más.
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