Con su figura robusta y manos de seda, con un corazón que no le cabe en el pecho cuando de dar amor y esperanza a los pacientes se trata, con la responsabilidad a flor de piel y la sabiduría acumulada por más de 30 años en su profesión, se presenta en la sala 2 A del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, de Sancti Spíritus, el licenciado en Enfermería y especializado como instrumentista en microcirugía oftálmica, Fabricio Rodríguez Pérez.
Un espirituano de pura cepa que desde joven optó por esta carrera por convicción, el mismo que ha curado enfermos dentro y fuera de Cuba, el que estuvo en zona roja desde los primeros momentos de la covid y que, por su desempeño, fue condecorado recientemente con la Distinción Manuel Piti Fajardo que entrega el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud.
¿Cómo fueron sus inicios en la Enfermería?
Yo me inicié en la sala 4 G como enfermero general, luego pasé por la de Cuidados Intensivos donde permanecí unos 10 años, hasta que llegué a los servicios de Oftalmología, que tanto me han aportado en mi desempeño, no solo por el rigor de esta rama, sino por las características de los pacientes que aquí se atienden.
Treinta años en la enfermería se dicen fácilmente, pero no es tan sencillo…
El enfermero tiene que ser, ante todo, muy humano, esa es la primera cualidad de quienes optan por esta carrera. Luego viene la entrega, consagración, las horas de desvelo y el amor por lo que haces, ese que sale de adentro y no se aprende en el aula. El que ama esta profesión se aferra a cada paciente como si fuera su propia familia, porque uno lleva dentro la máxima de salvar vidas o de curar a los enfermos.
Ha estado de misión internacionalista en dos ocasiones. ¿Qué experiencia le dejó esa etapa de su vida?
Es increíble lo que uno experimenta en tierras tan lejanas, mucho más cuando te enfrentas al trabajo sin imaginarte que existen personas tan necesitadas de afecto y atenciones médicas en el mundo, pero cada paciente nos deja una huella.
Yo trabajé en Venezuela con personas de niveles bajos, allá en los cerros de Caracas, durante mi primera misión. Había que entregar mucho del humanismo que llevamos dentro, así fue también en los Altos Mirandinos, en San Diego, pero ya ahí sí fue con una población de extrema pobreza, algo que uno ni se imaginaba que existe, porque en Cuba nunca lo habíamos experimentado. Aun así, me sentí bien porque, a pesar de su bajo nivel de vida, eran muy agradecidos.
Aunque su experiencia sobrepasa las tres décadas, ¿qué le aporta ser ahora el enfermero jefe de la Sala 2 A?
Yo nunca imaginé ser enfermero jefe de sala, pero la encargada de esta tarea está cumpliendo una misión fuera del país y hablaron conmigo para que asumiera su lugar. Hasta ahora lo estoy llevando bien, porque lo más importante es seguir siendo enfermero al servicio de cada paciente. Eso sí, yo soy persistente y tengo un gran sentido de pertenencia con lo que hago, quizás sea esa la razón por la que todos me quieren y respetan en esta sala.
No me gusta lo mal hecho y soy el mismo con todos los pacientes y los acompañantes, siento que cada uno logra una compenetración conmigo y me esfuerzo mucho para que cuando egresen de la sala se lleven los mejores recuerdos de nuestras atenciones. Con esa máxima trabajo y creo que es la fórmula para que mis subordinados me quieran y respeten.
¿Y qué hay del Fabricio padre y abuelo?
Tengo dos hijos, Lismael y Lester, que son mi mayor orgullo, sobre todo porque me tocó ser padre y madre a la vez, lo que demandó de mí un esfuerzo mayor para no faltar al trabajo nunca en mis 32 años de carrera y, a la vez, poder darles las atenciones que ellos requerían. Pero como recompensa están a mi lado, trabajan, son hombres de bien y de respeto. A esto se suman mis nietas, Ámbar y Amanda, que llegaron a mi vida como el mejor de los regalos, por eso digo que mi amor por ellas es insuperable y no tiene comparación.
Recientemente fue condecorado con la Distinción Manuel Piti Fajardo que otorga el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud. ¿Qué implica este reconocimiento?
Fue como si en esa entrega se resumiera una buena parte de mi quehacer como enfermero. Uno nunca trabaja por reconocimientos porque para mí el mayor estímulo es el que me tributan los pacientes cuando salen de aquí sanos y felices, pero en esa distinción veo reflejado el trabajo de muchos, no el mío solamente, porque sin el apoyo de mis compañeros, sin su desempeño y comprensión Fabricio estaría incompleto profesionalmente.
Si tuviera que cumplir cualquier otra tarea en representación de este ejército de hombres y mujeres de batas blancas, ¿lo haría?
“Claro, sin dudarlo, no importa que sea dentro o fuera del país. Un ejemplo fue cuando la covid, yo estuve entre los primeros enfermeros que entraron a zona roja, allí sufrí, lloré y mucho con pacientes a los que no pudimos salvar, lloré con los acompañantes, fueron tantas las vivencias que difícilmente podré olvidarlas y algún día habrá que contarlas para que queden guardadas en el libro de la historia. Pero de esos días nos quedó una experiencia: fue la manera en que el personal de la Salud se aferró a la tarea y, aun sin los recursos suficientes, logró salvar a cientos de miles de personas de esa terrible enfermedad”.
Así se nos presenta Fabricio, el gigante de la Enfermería espirituana, a quién todos conocen en la Sala 2 A del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos. Este es el hombre abnegado que se entrega día tras día a su profesión, que amanece muy temprano en su puesto de labor y visita cama por cama preguntando a sus pacientes cómo pasaron la noche; pero a la vez, les regala una sonrisa, una frase de aliento y de esperanza, mientras que canaliza la vena o cura una herida, diestramente.
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