Desde las primeras horas del amanecer de aquel viernes 3 de septiembre de 2010 los estudiantes de la Universidad de La Habana se habían concentrado en su histórica escalinata para escuchar al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, que les había preparado un importante mensaje.
Fue así que el líder de la Revolución decidió conmemorar el aniversario 65 de su ingreso en la Universidad de La Habana: de verde olivo, junto a los brazos abiertos del Alma Mater y rodeado de una buena parte de lo mejor de su relevo.
Se trataba, además, de la primera vez que Fidel participaba en un acto de masas luego de un período de recuperación de su salud y de su retorno al escenario donde pronunció el trascendente discurso del 17 de noviembre del año 2005 en el Aula Magna, que también constituyó una “clase magistral” para la educación ideológica de las jóvenes generaciones.
Las primeras imágenes mostraban al mundo una multitudinaria concentración que le dio la bienvenida coreando: «Fidel, Fidel», a lo que siguió una mezcla del talento artístico de los anfitriones y numerosas intervenciones en favor de la paz.
En el momento de su turno no bajó esta vez el guerrillero de tantas batallas la escalinata tocando escalón por escalón; más bien ascendió para mirar con ojo fino de águila los peligros del planeta y concientizar al mundo sobre la amenaza latente de una guerra de imprevisibles consecuencias que podría desatarse por aquellos días en el Oriente Medio, cuando el Consejo de Seguridad se pronunciaba por inspeccionar los barcos mercantes de Irán en aguas internacionales y Teherán amenazaba con lanzar una contundente respuesta.
“No albergo –apuntaba Fidel- la menor duda de que la capacidad de respuesta convencional de Irán provocaría una feroz guerra, cuyo control escaparía de las manos de las partes beligerantes y la misma se tornaría irremediablemente en un conflicto nuclear global. Es lo que vengo sosteniendo”.
Su oratoria fue una tríada perfecta, continuidad en su estilo clásico de convencer.
La tesis: «Hoy enfrentamos dos grandes desafíos: la consolidación de la paz mundial y salvar el planeta del cambio climático. Lo primero es lograr una paz duradera sobre bases sólidas, la segunda es la de revertir el cambio climático”.
La antítesis: el repaso calmado y denso de todas sus alertas e intervenciones donde había denunciado esos peligros para la humanidad en múltiples espacios del escenario internacional.
La síntesis: luego de un pormenorizado análisis del contexto internacional y de los argumentos para reforzar la batalla por salvar al mundo, cerró su mensaje colmado de humanismo y luz: “¡Que la vida humana se preserve! ¡Que los niños y los jóvenes disfruten de ella en un mundo de justicia! ¡Que los padres y los abuelos compartan con ellos el privilegio de vivir! La distribución justa de las riquezas materiales y espirituales, que el hombre es capaz de crear por el fabuloso desarrollo de sus fuerzas productivas, es ya la única alternativa posible”.
A poco más de una década de aquel memorable mensaje, las alertas hechas por el Comandante en Jefe siguen siendo parte de la herencia histórica que nos ayuda a rectificar de manera más lógica el camino actual de nuestro maltratado planeta y la supervivencia de sus habitantes.
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