Con el paso de la vida conocemos personas que, sin querer, dejan una imborrable huella porque desde su sensibilidad son luz y abren caminos.
Así es el caso de Eusebia Ramona González Proenza —más conocida por Chevy—, quien ha dedicado 42 años de su vida a la hermosa obra de enseñar y educar, para dejar una entrañable huella en su tránsito por la Educación Especial, profesión a la que ha entregado sus mejores energías.
Graduada en Defectología y especializada en Logopedia, la reconocida educadora espirituana lleva la esperanza del saber a hogares donde residen niños con discapacidad intelectual moderada que, por su patología, no pueden insertarse en un aula de las instituciones de ese nivel educativo en el territorio.
Desde hace 17 años, Chevy se desempeña como maestra ambulatoria y ha atendido a niños de zonas aledañas a la comunidad de Banao, donde reside. Para ella, convertir esos hogares en pequeñas aulas, de conjunto con las familias, ha sido una extraordinaria satisfacción.
Esta mujer de baja estatura, pero de sentimientos muy elevados, desanda caminos cada mañana para llegar ahora hasta La Unión, donde viven Maikel Moreno Mursulí y Reinier Obregón Corsa, o hasta el Entronque de Guasimal a la casita de Yoandy Jesús Nápoles Toledo, sus tres alumnos especiales, y su desafío es tratar de llevarlos hasta el duodécimo grado, sorteando las difíciles pruebas de sus padecimientos.
“Es difícil, porque sufro con ellos y sus familias el dolor de su enfermedad, sus ingresos cuando enferman, estoy pendiente, voy al hospital a verlos cuando su estado lo permite; esta es una tarea de mucha entrega y dedicación que a veces se torna muy triste, pues no siempre tiene un bonito final”.
La sensibilidad humana distingue a Eusebia, reconocida hoy como la mejor maestra ambulante de la provincia.
“Para mí es muy importante llegar a esos hogares convertidos en aulas, con el ánimo de aliviar el alma y la mente con los remedios del saber, donde me reciben con amor, con los buenos días; donde se iza la bandera, se canta el himno y está el busto de nuestro José Martí, esos pequeños espacios convertidos en mis escuelas”.
Ser maestra es un pacto de amor y compromiso; cada niño es una individualidad, no con todos se utilizan los mismos métodos, pues sus capacidades sensoriales no son las mismas, pero aprenden, aunque sea un poco, asegura la experimentada pedagoga.
“Cada logro que esos niños tienen es una satisfacción para mí como maestra y una alegría para la familia, que cada mañana espera mi llegada, porque deposita en uno la confianza de que su hijo pueda avanzar, aprender y que se le pueda proporcionar un desarrollo integral”.
Es un reto enseñar a estos alumnos —comenta—. Es una labor difícil y exigente, pero muy bonita, cuando aprenden algo te lo expresan de manera increíble. Por más intrincados que sean los lugares donde se encuentren, hasta allí voy y permanezco el tiempo que sea necesario.
“Hay historias desgarradoras, no siempre terminan como quisiéramos, pero hay que sacar fuerzas para continuar; segura puede estar de que nos afecta mucho que no lleguen al final de nuestras metas”.
¿Qué no debe faltarle a un maestro ambulante?
“Pienso que la superación constante es la máxima de cualquier pedagogo, y en el caso de los maestros ambulantes que atendemos a niños con discapacidad intelectual aún más; este es un trabajo profundamente humano, pero sin duda lo tienes que amar”.
¿Ha pensado en la jubilación?
“No, por ahora no, tengo el compromiso de llevar adelante a mis tres niños y eso lleva tiempo; por lo tanto, mientras tenga fuerzas allí estaré para ellos y para sus familias”.
Como Chevy, muchos profesionales espirituanos ejercen esta noble profesión. Su trabajo va más allá de educar; llega también a conquistar la luz de la esperanza.
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