No imagina cuántos bebés ha tenido en brazos, pero su llanto la emociona siempre. Es en su regazo donde por primera vez se sienten a salvo y, como en un ritual maravilloso, Yamilé Yasmina Naranjo Suárez recibe una nueva vida.
Cuando estudiaba la carrera de Enfermería básica en Villa Clara la necesitaron en la sala de Neonatología; tenía apenas 20 años. Traspasó aquella puerta y nunca más miró atrás. Fue un amor a primera vista, un nexo inquebrantable que aún las mantiene conectadas, y la nutre a ella.
Cuando los cobija sabe que cualquiera de ellos pudiera ser su propio hijo. “El útero materno es el lugar ideal, nacen muy indefensos y lo que más quiero es que se sientan seguros en mis brazos”, dice y la ternura acompaña las palabras que casi susurra como si estuviera ahora en el salón de parto.
“Ese contacto inicial con el bebé es único”- afirma la licenciada en enfermería quien desde hace más de tres décadas se desempeña en el servicio de Neonatología del Hospital General de Trinidad Tomás Carrera Galiano. “La vida me ha recompensado con el cariño de los compañeros de trabajo y de mis pacientes”, comenta convencida del valor de la humildad.
Junto al equipo de profesionales que acompaña a la embarazada en el momento del parto, Yamilé permanece atenta y respira aliviada ante el primer sollozo. “La manipulación del recién nacido debe ser mínima, se le realiza una limpieza superficial para que no pierda calor y un examen clínico denominado test de Apgar para conocer cómo se adapta a la vida fuera del útero. Procedemos entonces a la ligadura y corte del cordón umbilical.
“El contacto piel con piel con la madre se produce de inmediato porque es beneficioso para ambos. Le explicamos la importancia de la lactancia materna pues ayuda a evitar los sangramientos después del parto e insistimos en que el calostro es la primera vacuna que recibe el bebé. Esos días en la sala son de constante aprendizaje; la enseñamos a amamantar a su hijo, a bañarlo y a prodigarle todos los cuidados para que ambos regresen saludables al hogar”.
La vocación de curar y atender a otros es casi genética, aunque en la familia solo su hermana gemela, Yasmina, también se graduó de enfermera. “Pero a mi abuela María Naranjo la buscaban para inyectar a los enfermos; todos la querían por ser muy humana, al igual que mi mamá, ama de casa, una guerrera y mi mayor inspiración. Les agradezco su apoyo sin el cual no hubiese podido cumplir mis sueños”, evoca.
De niña, en la escuela, prefirió siempre los círculos de interés de enfermería y concluido el preuniversitario no pensó en otra profesión. “En tercer año de la carrera fui seleccionada alumna ayudante para apoyar el servicio de Neonatología, concluí con un índice académico de 99.9 y Título de Oro”, cuenta mientras recuerda a sus profesores más queridos a los cuales les retribuye a diario su dedicación.
“La licenciatura– admite – significó un reto porque a mi hijo pequeño se le había diagnosticado un quiste aracnoideo intracraneal que necesitó más de una intervención quirúrgica. Por suerte ha evolucionado bien y hoy tiene 21 años. Sin la ayuda de la familia, en especial mi madre, no habría alcanzado esa meta. Cuidarlos a ellos ha sido la otra misión de mi vida”.
Nunca se ha sentido derrotada ni pesimista. “Participamos en jornadas científicas para mejorar la calidad de los servicios en un ejercicio de constante superación. También contribuimos con la formación de nuevos profesionales; considero que la mejor manera de educar a los jóvenes es con el ejemplo y la disposición. No espero a que me digan; ofrezco mi ayuda, y esa precisamente es una de las cualidades que más admiro e intento inculcar en mis alumnos”, manifiesta.
A nadie le extrañó que fuera entonces una de las enfermeras seleccionadas para iniciar la inmunización anti covid a los trabajadores del sector de la Salud Pública en el vacunatorio del hospital trinitario. “Vi muchas personas enfermas, algunas fallecidas a causa de la pandemia. Gracias a Abdala y a otros fármacos cubanos pudimos controlar la pandemia. Ser parte de esta victoria es una experiencia única”, dice y en un gesto espontáneo muestra su brazo que se eriza como señal humana de emoción.
La condición Corazón blanco reconoció su entrega en estos 34 años…
No me lo esperaba, cualquiera de mis compañeros también se merece este reconocimiento, pero no voy a negar que me siento muy feliz. Se dice que en la sala de un hospital el médico es el cerebro y la enfermera, el corazón. No pienso fallar jamás y estar ahí para mis pacientes. Voy a seguir en mi trabajo hasta que las fuerzas me acompañen.
Yamilé sonríe- lo hace siempre-, y su buen ánimo reconforta. Su paciencia y su ternura han calmado la ansiedad de una madre o el llanto del bebé. “Durante el embarazo y la etapa de puerperio la mujer se siente frágil, muy sensible; necesita apoyo psicológico del personal sanitario y muchos consejos para lograr una lactancia exitosa y evitar la mastitis que es tan dolorosa.
“A veces los familiares llegan a la sala, hablan encima del recién nacido o lo quieren tomar en brazos. Nosotros insistimos en que solo la madre puede manipularlo y que debe lavarse las manos constantemente. No podemos cansarnos de esa labor educativa con las mamás y los acompañantes.”
¿Un momento difícil que todavía recuerde?
Sí. Recién comenzaba en el servicio y estaba de guardia. Llegó una embarazada a término residente en San pedro que no quería cooperar en el momento de parto; fue una situación muy difícil. Todo el equipo médico trabajó con la joven, sin presionarla, pero tampoco se podía perder tiempo.
El director del hospital por ese entonces, el doctor Escalante también se encontraba con nosotros; estaba tan tensa que comencé a llorar. El médico me puso la mano en el hombro y me dijo: “tranquila, seño, la necesitamos calmada para cuando nazca el bebé”. En cuanto sentí sus sollozos me vino el alma al cuerpo y mis lágrimas desaparecieron de inmediato.
¿Cómo funciona el servicio de Neonatología en el hospital de Trinidad?
Somos un excelente equipo de trabajo y todos los procesos funcionan de manera engranada; desde los médicos especialistas, la enfermera jefa de la sala hasta el resto de los profesionales que laboramos allí. Se respira un ambiente de respeto, solidaridad y mucho amor por lo que hacemos. La prueba está en los indicadores favorables que hemos logrado mantener en el centro asistencial.
Tomar en brazos al recién nacido, prodigarle los primeros cuidados, se puede convertir en un acto de rutina…
Nunca. Es una nueva vida que llega al mundo, un momento único. Cuando lo tengo en brazos me siento madre de ese bebé. Ya perdí la cuenta de cuántos niños he escuchado llorar, pero no de la emoción que se siente.
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