Quien la ve empuñando el celular lo mismo delante de un médico, una recogedora de café, del Héroe de la República Gerardo Hernández Nordelo, un funcionario o en una cola de las farmacias no aquilata que a esa mujer diminuta de estatura le crezcan, luego, historias tan inmensas. Les han ido naciendo de una pasión sin límites por convertir aquel concierto de voces dispares en una sinfonía de carne y hueso. Ha sido esa, tal vez, la banda sonora de su vida. Y estremece.
A Arelys García Acosta le conmueve desde hace más de tres décadas la radio y ha sabido conmover a través de esas ondas sonoras que se cuelan más adentro que en la sala de la casa. Acaso porque ella misma es la sensibilidad que le agua hasta el alma y la paciencia, el hablar en susurro —aunque de vez en vez alce la voz para abogar por algún derecho o para requerir a Pablito o a Alejandro, sus hijos—, los ojos de uno y el horcón de todos.
Y el Premio Provincial de Periodismo por la Obra de la Vida Tomás Álvarez de los Ríos ha venido a reconocer los desvelos de una vida entera y a permitirnos escucharla, como pocas veces, con la grabadora apuntándole hasta sus esencias. Las palabras van ciñéndosele de pies a cabeza y descubriéndola: Arelys tal como se oye es.
Graduada de Letras de la Universidad de Oriente, ¿cómo y por qué llegas al periodismo?
Hace más de 31 años llegué a la emisora serrana Radio 8SF, en Segundo Frente. Había un solo estudio y desde allí se transmitía en vivo, se montaban los programas grabados y a altas horas de la noche se asistía a la hechura de una crónica o un reportaje. Ese ambiente de creación periodística me conquistó.
Radialistas muy sensibles como Jorge García Orce, Eddy Gamboa, Abelardo Osorio y Betty Beatón me enseñaron a encontrar en las historias cotidianas el rostro humano de la radio y de la noticia, en particular; esos relatos debían ser carne y hueso de nuestros partos diarios, por decirlo de algún modo.
Quizás fue la tanta nobleza de los campesinos de aquel lomerío, la naturaleza, la historia de esos parajes; lo cierto es que un buen día, a las cinco de la mañana, me vi en las alturas de Tumba Siete, frente a Edelmira Tejera, una recogedora de café millonaria, con una filosofía de vida y una manera de cantar décimas sorprendentes. En esa ocasión, un radialista apasionado, Enrique Ojito Linares, mi profesor y compañero de vida durante más de 30 años, me dijo: “Grabaremos hasta el canto de esos guariaos que vienen desde las lomas porque eso, también, le dará color a la crónica”. Desde entonces, quedé alucinada por esa manera de hacer radio y hacer periodismo.
¿Cómo fue el aprendizaje en esos años iniciales?
Esos años iniciales fueron de descubrimientos; por aquella época Radio 8SF se convirtió en un laboratorio de creación y en un referente de radio comunitaria. Casi todas las semanas se convocaban talleres periodísticos, de programación. Todos aprendíamos de todo y de todos. Por otra parte, la emisora registraba altísimos niveles de audiencia, y cuando salías a la calle las personas te abordaban lo mismo para sugerirte un tema, que para hacerte otra recomendación.
Pero una de las lecciones que guardo de aquellos tiempos es que se puede hacer una radio digna, incluso con pretensiones artísticas, con un mínimo de recursos, con herramientas tecnológicas muy rudimentarias. Con una grabadora SONY, de casete, que pesaba una tonelada, se conquistaba el mundo. En aquellos 60 minutos de grabación cabía buena parte de la existencia misma de la serranía. Mis maestros me insistían, entonces, conciliar realidad y creatividad y no olvidar, sobre todo, el mandato primero de la radio: hacer ver la vida a través de los oídos.
Más de 30 años después permaneces haciendo radio, ¿hechizo o necedad?
Las dos cosas. La radio hechiza con esa ilimitada riqueza expresiva que posee, y que cuando esta se aprovecha, la potencialidad del discurso periodístico radiofónico puede humanizarse más. Ir hasta el escenario mismo de los hechos, describir ambientes, darles color y hasta olor a las historias contadas por sus protagonistas se han convertido para mí en una necesidad y hasta en una necedad, por qué no admitirlo.
La radio me apasiona, además, por su poder de persuasión, de movilizar sentimientos. Ahora me viene a la mente lo sucedido la madrugada del 15 de junio del 2002, cuando las cortinas de la presa Lebrije amenazaron con romperse y sus aguas devastar el poblado de Jatibonico y caseríos aledaños.
Ese día, una voz nacida desde los micrófonos de CMGL, Radio Sancti Spíritus, convocó entonces al pueblo. En menos de tres horas más de 35 000 personas asistían a la mayor evacuación de que se tenga noticia en Cuba hasta hoy. Nunca la radio fue tan oportuna. Por esa y otras vivencias, la radio —al menos para mí— se ha elevado a la estatura de imprescindible.
Contar desde la piel de los otros ha sido como una obsesión, pudiera decirse, en tu quehacer periodístico, ¿por qué ese desvelo por humanizar el mensaje, por las historias de vida tan ausentes, a veces, en nuestra prensa?
Al periodismo que hacemos le faltan latidos, lo decía el colega santiaguero Reinaldo Cedeño. Aun cuando ciertos materiales periodísticos asoman luces sobre el asunto, el diarismo, como tendencia, ahoga en cifras a los seres humanos que hay detrás de cada hecho noticioso; a mi modo de ver, falta describir más, narrar más, hacer oír, desandar más los caminos del cubano de a pie.
No podemos ser solo periodistas de gabinete, hay que hacer del reportaje, de la crónica, del género que se trate, la noticia vivida. Aunque, para ser sincera, eso a veces no basta. Un escritor y periodista español, Eduardo del Campo, reflexionaba sobre este tema y decía: “¿De qué sirve un enviado especial que se hunda en el barro y la sangre, si luego a su historia le falta humanidad, tensión, coherencia o vida?”.
Busco darle rostro a la noticia y he descubierto así desde un pocero ciego que cava la tierra y encuentra el agua en las profundidades, hasta un médico que en tiempos de covid, como alguien apuntara, “literalmente se ha matado por salvar al resto”. A propósito, la cobertura periodística de la pandemia ha revelado las competencias profesionales de muchos colegas al adentrarse en la piel de los seres humanos, ya sean víctimas del virus, personal de salud, de apoyo, para hacer más cautivador y efectivo el mensaje.
En tantos años de ejercicio periodístico, ¿cuál ha sido tu peor fiasco profesional?
Todo error periodístico duele y es difícil borrarlo de un plumazo cuando se tiene vergüenza profesional. Cierta vez, debido a la desconcentración a la hora de redactar una nota informativa para Escambray sobre la aplicación del Heberprot-P en pacientes espirituanos, cambié la unidad de medida que deben tener las úlceras del pie diabético para ser tratadas con este fármaco cubano; di la cifra en milímetros, en lugar de centímetros. Si el eminente doctor Jorge Berlanga, creador del medicamento, hubiese leído la información se hubiera quedado patitieso, dicho cubanamente. El mismo día de la publicación, el cirujano Leonel Albiza tuvo a bien alertarme del error, y sinceramente se lo agradecí.
En el plano profesional y personal, ¿cuáles fueron los aprendizajes de tu misión en Venezuela?
El primer desafío fue aprender, en apenas días, a editar y musicalizar mis propios trabajos, a sabiendas de que a cualquier hora y en cualquier lugar tenías que tributar para emisoras nacionales de mucho prestigio como Radio Rebelde, Radio Habana Cuba… El equipo de prensa acreditado allí, hizo periodismo prácticamente en condiciones de campaña. El amanecer podía sorprendernos en una canoa sobre las aguas del río Orinoco, en los cerros más elevados de Caracas o en las comunidades indígenas de extrema pobreza del estado de Zulia.
En cada viaje a las esencias de la obra solidaria cubana cabía el asombro, y me sentí responsable de hacerla trascender. Recuerdo, por ejemplo, aquellas entrevistas en la lancha de Aureliano Monterola durante el trayecto hasta la isla de Pedernales. Supe de los partos hechos en plena travesía, de los niños deshidratados salvados en medio de aquel océano de agua dulce, y hasta de la enfermera María, que a la luz de un farol cosía los paños de los bebés nacidos en aquella zona selvática.
A escasos días de la llegada a Venezuela, fuimos a la parroquia de Santa Rita, estado de Zulia, ubicada a la orilla de un hueco abismal dejado por un deslave. A pocos pasos de este lugar, una niña recién nacida tenía como cuna una hamaca bajo los árboles. Y hasta allí vi llegar a una doctora guantanamera, que llevaba, además del estetoscopio, la medicina del cariño. Allí surgió una de las crónicas más queridas.
¿Qué gratitudes e ingratitudes te ha granjeado el periodismo?
He ganado la gratitud de gente humilde que he descubierto en la lavandería de un hospital, en la Zona Roja de un centro de aislamiento, en los cañaverales de Dos Ríos, Palma Soriano, o en un monte de marabú en la Loma del Infierno, Cabaiguán, donde una mujer de 64 años desbroza los matorrales a machete limpio. La vocación del periodismo es servir y hace bien enaltecer la vida de otros.
¿Ingratitudes? No siempre las fuentes oficiales comprenden el aquí y el ahora del periodismo. La inmediatez, más en la radio, pasa la cuenta cuando un directivo deja reposar un dato a la sombra del burocratismo o a la espera de que el jefe superior autorice brindarlo. Ante esa zancadilla, lo importante es tocar otra puerta para acceder a la información y, en consecuencia, el oyente la reciba y, al final, no te pase la cuenta como reportero.
La ingratitud también ha aparecido cuando cierto directivo se somete a juzgar determinado trabajo que has realizado, al suscribir a ciegas la opinión de otro funcionario, sin ni siquiera haber escuchado un segundo la información original radiada. No es que ocurra todos días, pero me ha sucedido, como a tantos otros colegas más. Esos burócratas pueden que permanezcan un tiempo en sus funciones; yo sigo con la grabadora en la mano.
En tu realización periodística se puede encontrar lo mismo la historia de una carbonera, la entrevista a un médico o el testimonio de Gerardo Hernández Nordelo, ¿qué temas prefieres abordar? ¿Cuántos detalles y desvelos hay detrás de cada una de tus entregas?
Los temas sociales han sido brújula en mi ejercicio, te dan las coordenadas para el hallazgo de lo real maravilloso en lo cotidiano. Reportajes relacionados con la venta ilegal de medicamentos, con los altos precios aprobados para el expendio de estos a partir de la aplicación de la Tarea Ordenamiento o con las indisciplinas de parte de la ciudadanía en las colas en las farmacias me obligaron a compartir vivencias, levantarme a las tres de la mañana y ponerme en la capilla ardiente, por ejemplo, de los revendedores de turnos.
Los sucesos históricos, igualmente, me han espoleado en el orden profesional; no me dejarán mentir los testimonios de Neysa Fernández Rojas, la única alumna que logró alfabetizar el joven maestro Manuel Ascunce; de Héctor Soto Izquierdo, uno de los mejores antropólogos del mundo, que integró el equipo de expertos cubanos que encontró en junio de 1997 los restos del Che y de varios de sus guerrilleros en áreas de la pista antigua del aeropuerto de Vallegrande, Bolivia; y de las hermanas Marlene y Brenda Esquivel, torturadas física y psicológicamente en el estado de Aragua, Venezuela, por el terrorista Luis Posada Carriles en 1972.
El ejercicio del periodismo ofrece oportunidades únicas. Varias de las entrevistas que realicé junto a Ojito a las madres, hijos y esposas de los Cinco Héroes, así como a Gerardo Hernández, René González y Ramón Labañino fueron sacudidas estremecedoras e implicaron, en lo personal, el desafío de contar sus historias desde ángulos menos trillados; al menos, intentamos no apelar a un discurso periodístico repetitivo.
Compartes vida y profesión con una pluma cinco estrellas, ¿cómo es lidiar con ese Ojo escrutador todo el tiempo?
Ojito y yo establecimos, hace 30 años, esas ligaduras necesarias de las que muchos hablan. Juntos hemos ideado proyectos, hemos compartido un estudio de grabaciones días enteros, incluso, madrugadas. Nuestro cuarto es prácticamente una redacción informativa. Escruta mis trabajos con la lupa del profesor y el periodista inmenso que es. Sin duda, es mi más exigente censor. Hay muchas luces en Enrique Ojito Linares y agradezco que su humildad sea tanta como para respetar mi espacio y hacer que yo construya mi obra con luz propia.
En la prensa escrita te desenvuelves con igual desenfado que en la radio, ¿por qué sigues apostando por el discurso radiofónico?
En la radio vivo un embeleso del que no he podido desprenderme; a la vuelta de los años, me sigue seduciendo la capacidad expresiva de las voces de los protagonistas de los hechos noticiosos, de los ambientes sonoros tomados in situ, de la música y hasta del silencio. Y en esos andares creativos, he encontrado en Elsa Ramos la maestra mayor, por ser una periodista todoterreno.
En la brasa de la escritura para Escambray he confirmado la profundidad del periodismo y ello impone un respeto enorme; mido el peso de cada palabra que escribo para Escambray. Confieso haberme sentido deslumbrada, más de una vez, por las posibilidades ilimitadas que brinda la prensa impresa de combinar realidad y literatura.
Con importantes premios en tu carrera periodística, tanto a nivel provincial como nacional, ¿qué ha venido a significar el Tomás Álvarez de los Ríos?
Este premio viene a oxigenar mi vida profesional e, incluso, personal, y si apelo a la memoria del corazón, es un tributo a mi madre que hilvanó sola la vida de sus tres hijos en una máquina de coser; es agradecimiento infinito a Ale y a Pabli, nuestros herederos; a Ojito por los saberes múltiples que me ha entregado sin reparos y también a mis colegas de Radio Sancti Spíritus, forja de mis mejores cosechas.
A la vuelta de más de tres décadas, ¿sigue siendo el periodismo una pasión o un peso en tu agenda?
A pesar de algún que otro sinsabor quedado en el camino, el periodismo me continúa seduciendo; aunque a veces uno llega a la casa y no quien ver, ni por seña, una computadora, porque, bien sabes, Daya, que los periodistas no somos robots. Sin embargo, esa desazón pasa volando, y antes de acostarte, te ves pensando en la historia que contarás al otro día.
Qué entrevista tan conmovedora; a Arelys la admiro por su humildad y esa capacidad inmensa de contar las historias más humanas y a Daya por su talento y su lirismo. Abrazos a las dos
Felicidades para todo el colectivo. Un Abrazo.