A las puertas de una final inédita en el béisbol cubano, ya la Serie Nacional en su versión 62 repartió su primer título, que está justamente en el pecho del público.
El juego se ganó desde que se descorrieron las cortinas de la postemporada, esa que, desde los estadios, llamó a su principal jugador, el mismo que se ahuyentó en masa de ellos durante la fase regular. Porque eso sí ha hecho este alargue de la campaña, más allá de que muchos esgriman de que no hay a dónde ir o que el verano no deja otras opciones.
Es el béisbol el que atrae a la gente cuando el equipo de su preferencia sale a jugar y a defender eso que llaman patria chica. Es la concreción exacta de la condición entregada a este deporte como Patrimonio Cultural de la nación.
No importa si se ha jugado bajo el sol abrasador de las dos de la tarde en estadios como el Julio Antonio Mella, de Las Tunas, que no consiguió arreglar su alumbrado, o bajo la caída de la tarde y entrada de noche como en el Huelga espirituano.
Los graderíos se han repletado y han enardecido con el ardor de la gente, pura y patriótica para apoyar al equipo de su terruño, con el rugir de las congas, con la sinfonía reluciente de los celulares encendidos, con la algarabía que esta vez no ha estado reñida con la disciplina, aun cuando las lógicas polémicas entre aficionados de cada bando se inoculan en los estadios. Ha sido también la pasarela de colores en consonancia con los uniformes de sus equipos y los números de sus ídolos, una iniciativa llamada a enraizarse como el béisbol mismo.
Lo apoteósico, por lógica, aconteció en el Latinoamericano, que no se ha llenado en los últimos tiempos ni poniéndole aficionados de plastilina. Tuvo que darse lo que para mí y otros fue la real final adelantada, en el llamado clásico de clásicos de la pelota nacional, que, aun sin los actores encumbrados de antaño, preservó esa rivalidad eterna entre Leones y Avispas, definida en siete juegos para que el Coloso del Cerro se desbordara como el Guillermón Moncada, ambos a punto de estallar.
Desde el pasado sábado habrá una final sin precedentes entre unos tuneros que salen favoritos para su segunda corona y unos capitalinos deseosos de apuntalarse como los máximos ganadores con el decimotercer título, 11 años después del último.
Con los Azules en la finalísima, se sabe, el morbo mediático se exacerba y los bandos se decantan mucho más. Eso, a la larga, hace revivir el béisbol, ese capaz de arrastrar como nadie a su gente.
Sea cual sea el desenlace, a este título no le queda más que afianzarse desde los graderíos, las redes, las calles, Cuba.
Y con los nuevos apagones que parece que se avecina, irán a jugar de noche??
Los playoffs son un espejismo. La SN no ha tenido ni la calidad ni la asistencia de publico de otros torneos. No nos dejemos llevar por la asistencia a los estadios en la fase decisiva, que siempre es mayor, y en algunos casos muchisimo mayor, que la experimentada durante el calendario regular.