Aunque lleva colgada en su pecho una reluciente medalla de bronce, a Alejandro Claro Fiss le duele más no haber podido avanzar hasta donde sus deseos querían, porque una herida se lo impidió en el reciente Campeonato Mundial de Boxeo de Taskent, Uzbekistán.
La tiene incluso “abierta por dentro, aunque por fuera esté sellada”. Aún cree que podía seguir. “El mundo se me vino abajo”, dice ahora al evocar el momento en que los médicos dictaron el no. “Yo sí quería, pero ellos no me dejaron”.
Hasta ahí Claro había dejado ya una excelente impresión y lección de valentía. Desde que se produjo su debut en un ring mundialista, el muchacho recibió un golpe que le cortó su arco superciliar izquierdo en el segundo asalto ante el armenio Baregham Harutyunyan, pero se repuso y ese pleito lo ganó por veredicto unánime de los jueces.
“Cuando subí en la primera pelea me sentí presionado porque nunca había tenido un público como ese, pero cuando terminé el primer asalto, que me calenté, ya todo salió. Cuando me cortaron, que vi la sangre, me puse un poco nervioso, querían parar la pelea, pero sentía que podía seguir, no pensé que estaba ni tan grande ni tan profunda. Figúrate, era mi primer Mundial y estaba bien físicamente”.
Después con un intensivo médico y una voluntad que parece sobrepasar sus 22 años, venció la incertidumbre y se impuso, convincente y unánime, al mozambiqueño Yassine Issufo en su segunda presentación. “Mis entrenadores me dijeron que me cuidara, que me esquivara bien para evitar un golpe, salí a ganar el primer asalto porque sabía que en cualquier momento me iban a parar si soltaba sangre, pero seguí las instrucciones, todo salió bien y llegué hasta el tercero”.
Así arribó a instancias de semifinales y dispuso del escocés Bashir Aqeel para asegurar el mencionado bronce de los 48 kilogramos. “Quise seguir a pesar de la herida, había hecho un sacrifico muy grande y tenía que darlo todo”.
Previamente, el jovencito debió superar el espasmo que provocaron en la delegación las derrotas de las principales figuras en cuartos de final y que les dejó sin medallas: “Eso nos hizo sentir tristes, cabizbajos, pero el colectivo de entrenadores nos dijo que teníamos que dar el paso adelante y así pasó”.
Por eso esta es de las preseas que brillan como el oro. No fue la herida el único rival que debió enfrentar para subir al podio. Otro de ellos fue el de la inexperiencia competitiva. Antes solo dos torneos habían medido su talento: la Copa Presidente, de Kazajastán, en la que obtuvo plata al perder con el campeón mundial, y el Torneo Nacional Playa Girón, donde alcanzó bronce.
El otro contrario fue el peso corporal. Para poder hacer su división debió bajar unos 3 kilogramos en corto tiempo. “Mi división era 51 kilogramos y tuve que bajar hasta los 48. Tuve que entrenar muy fuerte, con abrigo y una dieta enorme, limitarme de comer y hacerlo casi siempre a base de frutas y vegetales.
“Para mí este Mundial fue una gran experiencia, no estaba en los pronósticos, se esperaba una buena actuación de mí, pero no una medalla, esa que logré por mi sacrificio y el de mi entrenador; todo salió y me sentí contento”.
En su natal Peralejo lo entendieron así cuando lo recibieron casi como un embajador, que al final lo es en esa pequeña comunidad sierpense que ahora se conoce en el mundo gracias a sus puños, esos que se forjaron cuando por un asunto familiar se inclinó por el boxeo.
“Mi primo Lázaro Fiss, que fue boxeador, estaba en la primaria de La Ferrolana y le dijo al profesor que tenía unos primos a los que quizás les interesaría boxear, él vino, nos apuntó y así comenzó todo. Desde los 10 años empecé con el entrenador La Rosa, de La Sierpe Vieja, y de ahí pasé a la EIDE Lino Salabarría, donde tuve muchos profesores que me enseñaron. En mi primer año no pude ir a los Juegos Escolares porque no hice el peso, era muy flaquito, pero ya en el segundo cogí plata y luego el oro que me llevó hasta la ESPA Nacional”.
Ahora en Peralejo, Alejandro disfruta, al fin, el sabor y el color de su medalla, la misma que logró su coterráneo, el fomentense Yosbany Veitía. Se cuida la herida para que finalmente sane. “Entreno, pero no hago mucho guanteo”.
Es que tiene un sueño cercano y una herida por sanar: “Aspiro a ir a los Juegos Centroamericanos y cambiarle el color a esta medalla”.
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