Considerado por los historiadores un nudo de caminos, ante el singular enlace de vías, Cabaiguán abrazó el progreso apenas despuntara en caserío.
Acaso asomaron los raíles del Ferrocarril Central por los que correrían las moles de hierro a partir de 1902 y las obras constructoras para dar vida a la Carretera Central décadas después, por esta geografía ya se empinaban el Camino Real que unía a las primeras villas fundadas por los españoles en la región y otras rutas antiquísimas.
Llegarían forasteros de diversos puntos cardinales para hacer fortuna, deslumbrados por tan fértiles tierras. De una simple taberna en el mapa de la isla pasó a enamorar a los vegueros por ostentosas plantaciones de tabaco, que el tiempo y manos laboriosas en el surco se han encargado de legitimar.
Cobija para el emigrante canario a inicios del siglo XX, Cabaiguán va rumbo al centenario de declararse municipio. El 7 de abril de 1926, la Gaceta de la República oficializó el suceso con la venia de todos los poderes del Estado. Se cumplía el sueño de quienes empeñaron su carrera política para solicitar, hasta el cansancio, la petición a la otrora Cámara de Representantes y al Senado.
Durante los últimos 97 años la prosperidad echó a andar. Una refinería de petróleo en pie desde 1947 devino en benefactora de esta tierra. Comercios, industrias que han convertido la hoja de la solanácea en soberana y emprendimientos de los que siquiera quedan memorias han hecho del terruño una fortuna.
Su Paseo seductor resulta la alameda verde en plena Carretera Central anhelada por otros pueblos, el folclor heredado de quienes atravesaron el Atlántico para llegar a las fincas nuestras y abrir su baúl de añoranzas mientras degustaban del gofio; y las décimas recitadas en cada trillo hablan de una espiritualidad con sello cabaiguanense.
Sin importar la distancia contada en millas, donde quiera que alguien resida y se sienta parte de este municipio le sobrevendrá el recuerdo de marcar sus pasos por la Calle Valle; de invocar a la Patrona de Cuba en La Virgencita, esa suerte oratorio; de pregonar al unísono de los vendedores ambulantes; de asombrarse con los precios de la Feria Dominical cada vez más parecida a un mercado en Dubái o de piropear a la usanza de aquellas legendarias fiestas, acompañadas por gargantas de oro y orquestas de renombre.
Cabaiguán es la capital Canaria en Cuba representada en cualquier destino del orbe en el que un internacionalista de la Salud devolvió la vida a contagiados con la covid; es la cuna de educadores que enseñaron a leer en los cerros suramericanos. De aquí partieron jóvenes rebeldes para alzarse en la Sierra Maestra, los mismos que regresaron a una ciudad rojinegra que fue clandestina.
Cabaiguán, carente de rascacielos, no es Nueva York. Tampoco el mar le circunda ni sus calles se asemejan a esos laberintos trinitarios pero para muchos, sin ínfulas de chovinismo, significa el ombligo del mundo.
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